págs. 529-546. "Arquitectura y antiarquitectura en Gran Bretaña".
Cuando se tiene una perspectiva lejana de los años inmediatamente posteriores a la guerra, resulta sorprendente cómo cada país tuvo su propio programa en lo relativo a la introducción, el uso y la elaboración formal de la arquitectura moderna. El caso de Gran Bretaña es revelador a este respecto porque la llegada del movimiento moderno en la década de 1930, y su desarrollo en los años siguientes, respondió a un viejo patrón de asimilación gradual y posterior modificación de las ideas importadas de la Europa continental. Al principio, la nueva arquitectura no tuvo ese amplio apoyo del que gozó, por ejemplo, en Escandinavia, pero en los años posteriores a 1945 esta situación cambió, y la arquitectura moderna dejó de ser marginal con respecto a la cultura en general y, de hecho, llegó a ser crucial en la reconstrucción de las ciudades bombardeadas y en la dotación de alojamiento social a gran escala. En esas circunstancias, no es de extrañar que las relaciones entre la arquitectura, el urbanismo y un nuevo modo de vida llegasen a ser una obsesión dominante en la búsqueda de las formas. El 'estado del bienestar' británico proporcionaba más de una oportunidad para construir escuelas, hospitales y pisos; indicaba también un espíritu, un ideal social, al que los arquitectos no eran ajenos. Las bienintencionadas sugerencias residenciales de los años 1930, con sus fundamentos vagamente socialistas, pudieron por fin llevarse a buen término bajo un gobierno laborista que afrontaba la crisis de la vivienda en la posguerra. Sin embargo, pronto comenzaron a notarse las limitaciones de aquellos paradigmas y surgieron nuevas ideas que supuestamente se adaptaban mejor a la mentalidad y las condiciones británicas.
Entre los proyectos de la inmediata posguerra estaban las 'nuevas ciudades' (New Towns). En ellas, los imperativos intelectuales del Fabianismo y los sueños marchitos del movimiento de la ciudad jardín se unieron en un escenario adecuado, pero poco inspirador para la 'Nueva Gran Bretaña'. En el interior de las ciudades, numerosos y repetitivos bloques de pisos surgieron de los escombros encima de los barrios degradados del siglo XIX. Lo más habitual era que se levantasen con unos niveles de calidad mínimos. Parecían encarnar una forma de alienación particularmente moderna e higiénica. Sin duda había excepciones: piénsese en las torres de Lubetkin & Tecton en Finsbury (1946-1950),que tenían unas elaboradas curvas en el perfil de la cubierta y unas ventanas casi decorativas; en los Churchill Gardens de Philip Powell & John Hidalgo Moya en Pimlico (1946-1962), que conferían una forma elegante a los bloques paralelos y generaban entre ellos espacios de una buena escala; o en las 'mini-unités' del Roehampton Estate cerca de Richmond Park (1952-1955), proyectadas por el departamento de arquitectura del London County Council (el 'Consejo del área metropolitana de Londres'), que constituían una meritoria reinterpretación de las ideas fundamentales de Le Corbusier. Pero lo normal era que los proyectos careciesen de esa riqueza y que se insertasen de un modo embarazoso en el paisaje urbano. No es de extrañar que esos sectores de la vanguardia que pretendían cristalizar los significados internos de la existencia de la clase obrera buscasen su inspiración en la intensa vida callejera de los viejos barrios degradados a cuya destrucción habían contribuido tanto las bombas como las excavadoras.