Págs. 567- 587.“ Modernidad, tradición e identidad en los países en vías de desarrollo”
Así pues, un elemento importante de la crisis arquitectónica de las naciones en vías desarrollo derivaba de su fracaso en el establecimiento de un lenguaje arquitectónico adecuado tanto a los cometidos modernos como a los tradicionales. No tenía sentido pretender que la modernización no estaba ocurriendo, y esperar que el reloj se parase o incluso diese marcha atrás hasta llegar a un determinado periodo puro' (totalmente ilusorio), en el que se consideraba que las influencias extranjeras y los cambios caóticos no habían sucedido. Con todo, estos sentimientos fundamentalistas se repetían a veces en la confusa búsqueda de la identidad cultural, ya se definiese ésta en términos nacionalistas o panculturales. La tradición arquitectónica en cuestión podía incluir monumentos islámicos o cabañas de madera melanesias, pero los tradicionalistas seguían compartiendo todas las dificultades de sus equivalentes historicistas de la Europa del siglo XIX; incluso una vez que cierta esencia cultural' se había adivinado y vinculado a una u otra edad de oro' del pasado, todavía quedaba el problema de representar esa identidad medular de un modo arquitectónico. No se podían imitar simplemente las formas anteriores; los antecedentes necesitaban transformarse en imágenes cargadas de significado para el presente.
El año 1973 fue crucial para las economías de Occidente porque fue entonces cuando la crisis del petróleo' llegó a un punto crítico. Los ingresos que fluían a los países productores de petróleo se intercambiaban por la pericia occidental, incluyendo los conocimientos de la profesión arquitectónica. La pausa en la producción occidental (a menudo rellenada con proyectos de papel e investigaciones teóricas) coincidió con un auge de la construcción en partes del mundo anteriormente subdesarrolladas que habitualmente no habían sido tenidas en cuenta por Occidente. No fue un choque de fuerzas muy afortunado: los clientes que se querían enriquecer rápidamente no podían perder el tiempo con las sutilezas de la cultura arquitectónica, y los arquitectos occidentales concentrados en el beneficio financiero adolecían de una ignorancia abismal de las costumbres y tradiciones locales. Una epidemia de descaro tecnológico asoló las costas del golfo Pérsico y los aledaños del desierto. El asunto se complicaba más aún por la relativa falta de ejemplos monumentales y urbanos en regiones hasta entonces nómadas. Lo que se necesitaba era una evaluación completa, desde los mismos principios de las sugerencias formales inherentes al clima, los materiales y los modelos sociales. Lamentablemente, ese rigor no se solía aplicar, y los nuevos edificios de Arabia Saudí o Kuwait tenían el aspecto de poder haber estado en cualquier sitio.
El auge de la construcción en los estados ricos en petróleo se apoyaba habitualmente en conocimientos profesionales importados, ideas importadas, mano de obra importada, tecnologías importadas e incluso materiales importados. Cuando se trataba de lograr expresiones locales', con frecuencia adoptaban la forma de recubrimientos de arcos de herradura (que procedían, en todo caso, de Marruecos) o acoplamientos de falsas pantallas colocadas delante de fachadas completamente selladas debido al aire acondicionado. Pero había respuestas más inteligentes al clima y las culturas en proceso de cambio. En su hotel Intercontinental en La Meca(1974), el ingeniero alemán Frei Ottoincorporaba los principios básicos de una tienda de campaña beduina, pero a una escala mucho mayor, usando para ello cables de acero y planchas de madera en vez de cuerdas y lonas.
La terminal Hajj a las afueras de Yedda, en Arabia Saudí, realizada por Skidmore, Owings & Merrill en1980, también hacía uso de la tienda de campaña de alta tecnología', pero esta vez a gran escala y con un módulo repetitivo. La tienda usaba un tejido de teflón' que combinaba una gran resistencia y durabilidad, con la sombra y el aislamiento de la radiación solar; se sostenía mediante enormes mástiles de acero agrupados de manera regular. La terminal debía dar cobijo a los peregrinos que llegaban en avión desde todos los puntos del globo en su camino de visita a la ciudad santa de La Meca. Más allá de las exigencias prácticas de la sombra, la circulación y la construcción estandarizada, los arquitectos consiguieron afrontar con eficacia el aspecto simbólico del encargo, evocando un espacio que era tan igualitario como majestuoso, y una estructura que era tradicional en sus connotaciones, pero puntera en su tecnología.
El resurgimiento internacional del poder cultural y de la confianza del islam fue otra fuerza importante que influyó en las relaciones entre las naciones industrializadas y las menos industrializadas a mediados de los años 1970. Esto coincidió con un periodo de examen de conciencia en Occidente, reflejado en una especie de introversión y manierismo arquitectónicos que reemplazaron a veces cualquier intento serio de expresar los valores humanos. El 'renacer islámico' adoptó muchas formas y estaba impulsado por muchas fuerzas, entre ellas una repugnancia por el materialismo que (se sostenía) podía achacarse a las 'influencias modernizadoras occidentales'. La arquitectura no pudo permanecer inmune mucho tiempo; las imágenes del devaluado Estilo Internacional podían condenarse fácilmente como emblemas de un secularismo demoníaco.
La violenta reacción contra los valores modernos' no implicaba nada concreto más allá de una mayor veneración hacia la moral y las formas estéticas tradicionales. Una vez más, el tema de la identidad estaba en candelero, pero los sentimientos panislámicos se podían manipular incluso hasta englobar una comunidad de culturas entre Marruecos y Manila; con un pase de varita mágica se podían pasar por alto los cismas, las fronteras culturales y los siglos de cambios. Era un talante que resultaba difícil de traducir en una filosofía arquitectónica, y menos aún en formas arquitectónicas. Los arquitectos tradicionalistas que insinuasen que los modelos 'modernos' y 'occidentales' podían ser erradicados, se exponían a algunas fastidiosas dificultades; tenían que tomar una decisión sobre los denominadores comunes de la identidad arquitectónica islámica' (una magna empresa cuando se incluía todo el mundo musulmán, y cuando se admitía que en las formas influían muchos otros factores además de la religión); se sentían obligados a creer que la naturaleza del Islam era cierta entidad fija e inmutable, lo que claramente nunca había sido; y, al igual que otros historicistas, tenían que decidir qué periodo de las artes estaba más próximo al 'Islam esencial', y luego replantear esas formas sin devaluarlas. También había otros temas engañosos que surgían de los cambios reales de funciones, tecnologías y necesidades. Y existía la dificultad teórica adicional de decidir si la calidad arquitectónica podía trascender o no el dogmatismo religioso.
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