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BENEVOLO L., Historia de la Arquitectura Moderna. Edit. Taurus. Madrid, 1963.


pág.285-350. "El Art Nouveau".


Pág. 329-337. El Modernismo catalán.  El modernismo catalán contó, fuera de Doménech y de Gaudí, con otros arquitectos seguidores, que, sin tener el temperamento poderoso de aquéllos, realizaron obras muy estimables. Las Bodegas de Garraf (1888-1895), sobre las costas del mismo nombre, de Francisco Berenguer, y la Casa Gibert (1915), en el pueblo de San Juan Despí, próximo a Barcelona, de José M. Jujol, son quizá los trabajos más destacados entre la producción de los restantes. Berenguer y Jujol fueron ayudantes muy calificados de Gaudí. También es preciso mencionar una obra de Salvador Valeri, la casa entre las calles Diagonal y Córcega, en Barcelona; el Cau Ferrat, en Sitges, de Francisco Rogent (más por lo que supuso en el ámbito del modernismo literario que por su verdadera importancia arquitectónica), algunos edificios de viviendas de Enrique Sagnier y otros de Puig y Cadafalch, en los que el modernismo llegaría a quedar sofocado por un exceso de evocaciones historicistas.


 Fuera de Cataluña son escasas las obras existentes adscritas a esta corriente. En Madrid, la más importante es el Palacio de Longoria (1900- 1902), construido por José Grases Riera. En Valencia, como se apuntó, aparece toda una escuela seudo modernista, sin duda influida y derivada del modernismo catalán, que no alcanza verdadero valor. En estas obras que aparecen en Valencia durante la década de los veinte, sobre todo, se pierde la jugosidad y elegancia del modelo, complicándose las formas en un barroquismo muy en correspondencia con la exuberancia del arte valenciano.


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URBIPEDIA. Archivo de Arquitectura.


Su obra más preciosa es sin duda la Casa Guibert, Torre de la Creu o dels 0us (1913-1916, Sant Joan Despi, Barcelona). Al comprender el programa dos viviendas, concibe un cuerpo orgánico de planta trebolada y constante metamorfosis, cuyos cilindros dependen de la energía nuclear y dinámica de dos más esbeltos destinados a sendos enlaces verticales. No obstante, la organización interior no es consustancial a las curvas-ondas perimetrales. Aunque la obra tiende a ser armoniosa en su engranaje, compensando dos grandes cilindros con un tercero más los dos pequeños y esbeltos de escaleras, no existe correspondencia orgánica entre el exterior y un interior que no es expansivo. Aquí recurre Jujol a la lógica más cristalina en la disposición sintética de estancias, incluso a la concentración de servicios húmedos, a un lado y a otro de un rectilíneo muro divisorio. La compartimentación ortogonal compensa también la omnipresente curva que, si bien dilata el espacio, es más difícil de amueblar.


 Esta intención se hará notar cuando actúe en edificios de vecindad urbanos como la Casa Planells (1923-1924, avenida de la Diagonal 332, Barcelona), donde somete un difícil solar trapezoidal de manzana mediante muros rectilíneos, relegando a miradores y terrazas la orgánica curva como recuerdo anacrónico de la fachada de la Casa Milá, al tiempo que ensaya ya las posibilidades del dúplex. Pero ahora, en la Torre de la Creu, las resonancias gaudinianas están presentes, sin embargo, inseparables de las jujolianas bajo un generador de formas dinámicas y orgánicas en devenir que culmina en elementos surreales/siderales futuristas, como estarán en los espacios cavernosos y en los platillos de coronación de Torres Blancas (1960-1968, Madrid), del F. J. Sáenz de Oiza más wrightiano, la gran obra representativa de la corriente organicista moderna. Ante la tentación de tildar la obra de “regionalista", cabe decir apresuradamente que es mucho lo que transgrede y crea Jujol en esta obra, como las cúpulas y setas policromas -entonces recubiertas de vidrios rotos, luego de mosaicos realizados por su hija Tecla Jujol- que transforman las barrocas mansardas en un museo de esculturas biomorfas, o los trabajos de la forja de novísimo diseño. Aviva su genio a la hora de remodelar una vieja masía del siglo XVII en la Casa Negre (1915-1930, Sant Joan Despi, Barcelona). Sobre una estructura rígida, Jujol va alcanzando pausadamente un grado de transformación que debería haber tenido mayor trascendencia. Ambienta fantásticamente la capilla, donde el barroco deviene en modernismo, integrando elementos de forja como la lámpara y haciendo del azul color de vanguardia sobre el que flota un universo temático de inspiración naturalista. En el exterior, teniendo en cuenta las arritmias de los diferentes huecos tradicionales y, por tanto, condicionantes, procura recomponer por equivalencias o compensaciones y garantizar un eje decoroso sobre la fachada asimétrica al incorporar un alucinante balcón-carroza sobre la puerta principal de entrada, el cual gravita flotando como en un sueño sobre dos “flexibles” y “dalinianos” soportes metálicos.


Este corrobora el proceso transformador que hace Jujol desde el barroco hasta el modernismo, devolviéndolo para cerrar el ciclo a la naturaleza más biomorfa con la serpenteante línea que remata la planta añadida de desvanes. Son demasiadas las cosas iniciadas ya aquí por Jujol como para que pasen inadvertidas: la obra, al margen el pulcro gusto secesionista en la constelación policroma de fachada, es “confusión” en trance de hacerse o devenir onírico e inquietud “surrealista”; sigue estando presente el crisol gaudiniano l Cerca de la finca Miralles, Casa Batlló), pero apuntando ya hacia una nueva arquitectura del subconsciente y con aura sugestiva que sólo arquitectos como el vienés Hans Hollein reiniciarán dentro de las corrientes posmodernas más actuales Sin embargo, el versátil Jujol, que parece agotarse en las dos obras comentadas antes, puede seguir sorprendiendo cuando acomete también al tiempo la reforma de otro viejo edificio en la Casa Bofarull (1914, Els Pallaresos, Tarragona). Los conceptos de historicismo o de eclecticismo corrientes, presumibles al incorporar una decorosa aunque bruta galería anacrónica, se transforman en un auténtico collage viviente (materiales de desecho con grandes posibilidades estéticas, según el criterio caprichoso, pero “moderno”, de Jujol, “dada”), culminando con el ángel-veleta protector de la torre que es materializado con hormigón y expresiva chapa de cobre.


 

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