Tomo 3 págs. 957. El liderazgo de Inglaterra
En el nivel formal, más básico, no es sorprendente que los sistemas renacentista y barroco fueran esquivados con mayor facilidad en Inglaterra. La tradición clásica no era allí tan antigua, ni se había desarrollado tan metódicamente como en el caso de Italia o Francia. No había ruinas romanas destacables por aquellos lugares, y el episodio medieval había sido muy largo y peculiar. Este último era el estilo nacional desde mucho tiempo atrás, tanto como pudiera recordar cualquiera en aquel momento, llamado genéricamente «gótico». En el siglo XVII, se decía que el pueblo inglés era un pueblo «gótico» y que sus leyes y gobierno eran de origen «gótico». Los invasores góticos que se habían asentado en la isla, se creía, eran un pueblo libre, gobernado por leyes hechas por el pueblo; y aquellos parecían unos antepasados adecuados para una nación que habia luchado duramente contra los excesos del poder absoluto. Este sentido de una historia fuera de la corriente principal romana retrasó la aceptación general de las cosas clásicas. Hasta principios del siglo XVII, como hemos descubierto ya, no se introdujo el lenguaje clásico, lo que tuvo lugar a través de Iñigo Jones, que lo entendió inteligentemente como un sistema integrado de diseño. Incluso entonces siguió constituyendo un raro gusto cortesano. No tenemos más que mirar al cubo blanco de la Casa de la Reina en Greenwich (1616-1635) y recordar que es casi contemporánea del San Carlo de Borromini, para comprender lo casto y tímido que es el clasicismo de Iñigo Jones (Figs. 22.3, 21.5b). Para Inglaterra, ésta era una apariencia sorprendentemente nueva—las formas prismáticas con balaustradas completamente extrañas en medio de aquellos edificios de media-madera o de ladrillo esquinado, de los tejados apuntados, ventanas con travesaños y parteluces, tablas talladas y ménsulas de la arquitectura isabelina y jacobea.