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Fresco de la Trinidad en Santa María Novella

Fresco de la Trinidad en Santa María Novella

  • 1425 - 1428
  •  
  • MASACCIO, Tommaso di ser Giovannni di Mone Cassai
  •  
  • Florencia (Toscana)
  • Italia

GIEDION S., Espacio, tiempo y arquitectura. Edit. Edit. Reverté. Barcelona, 2009.


Págs. 65-183. “Nuestra herencia arquitectónica”


La nueva concepción del espacio: la perspectiva y el urbanismo


En el Renacimiento, el mayor paso adelante se dio durante los diez años que van desde 1420 a 1430.


Masaccio, pintor, fue el más joven de los grandes maestros renacentistas, y el más adelantado. Nacido con el nuevo siglo, en 1401, era la verdadera encarnación del espíritu renacentista. Sin duda la historia de la pintura en este periodo habría sido distinta de no haber muerto prematuramente a los 27 años. Brunelleschi, arquitecto, era casi veinticinco años mayor que Masaccio y en gran medida compartía el espíritu gótico del siglo XIV. Donatello, escultor, era quince años mayor que Masaccio; también él tuvo que romper con el modo de sentir del Gótico, y consiguió hacerlo gracias a su asombroso genio naturalista. El hecho de que, entre los tres, el pintor fuese el primero en hacer realidad la nueva visión de su tiempo no es en absoluto un caso único. Más adelante veremos que la pintura moderna se anticipó a la arquitectura moderna de un modo muy parecido.


El fresco de La Trinidad, de Masaccio, en la iglesia florentina de Santa Maria Novella, se ejecutó cuando el artista tenía unos 25 años. Pintado durante los años veinte del quattrocento, fue redescubierto a finales del siglo XIX y actualmente se encuentra gravemente dañado. El fresco de La Trinidad ha sido famoso desde siempre por sus retratos naturalistas de los fundadores de la iglesia que lo contiene; es el primer ejemplo de una interminable serie de pinturas de este tipo; pero para nosotros lo que tiene mucha mayor importancia es que toda la composición está enmarcada por una majestuosa bóveda de cañón. El punto de vista desde el que está calculada su perspectiva es muy bajo, de modo que la bóveda pueda verse en toda su grandiosidad. Pintado antes de que se hubiese completado ningún interior renacentista, este fresco representa lo que parece ser la primera expresión satisfactoria, en términos arquitectónicos, de esa sensibilidad renacentista que subyace en el desarrollo de la perspectiva; revela un uso sorprendente de los elementos recién descubiertos, en combinación con un entorno tectónico absolutamente controlado. Lo imponente de su aspecto era innegable; incluso Giorgio Vasari –familiarizado con los atrevidos tratamientos perspectivos del espacio– admiraba el modo en que esta bóveda pintada perforaba la superficie lisa de la pared.


Es posible que a Masaccio le enseñase la perspectiva Brunelleschi; incluso se ha llegado a decir que el propio Brunelleschi podría haber ejecutado la arquitectura en perspectiva del fresco de La Trinidad. En el quattrocento era muy habitual que pintores y escultores empleasen a especialistas cualificados para esta parte de su trabajo. Pero la bóveda de cañón de Masaccio no es una parte secundaria de la totalidad de la composición; no es un simple fondo. Al contrario: domina toda la pintura. En el momento en que se pintó, Brunelleschi estaba ocupado en la construcción del pórtico de los Innocenti y en la sacristía de la iglesia de San Lorenzo. Brunelleschi nunca empleó la bóveda de este modo, ni siquiera en sus últimas obras; siempre conservó cierto apego a las prácticas medievales. Con su pesada bóveda de casetones, este fresco de La Trinidad tiene la grandeza de un arco triunfal. En él no está presente esa expresión jovial tan querida para el gusto de principios del Renacimiento y presente en todas las obras de Brunelleschi. En su lugar aparece la gravedad romana de una época posterior.


La bóveda de cañón hacia dentro que pintó Masaccio iba a revelarse como la gran solución al problema del abovedamiento que afrontaron los arquitectos del Renacimiento y del Barroco; esta solución no aparece en una forma concreta antes de la iglesia de Sant’Andrea en Mantua de 1472, casi 45 años después de la muerte de Masaccio. Con su austero abovedamiento, esta iglesia es la materialización arquitectónica del ideal prefigurado en la pintura de Masaccio. Resulta asimismo significativo que Sant’Andrea fuese proyectada por un miembro de la generación de Masaccio, por otro hombre nacido justo cuando empezaba el quattrocento: el humanista y arquitecto florentino Leon Battista Alberti (1404-1472). Incluso en el exterior, el deseo de usar la bóveda de cañón en escorzo condujo a su empleo en los puntos más inesperados.

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