Págs. 61-84.“ La época de la reorganización y los orígenes de la urbanística moderna (1983-1850)”
En el breve lapso de dos años, el sistema político surgido a raíz del Congreso de Viena es sacudido de una punta a otra de Europa. En unos países, Polonia e Italia, por ejemplo, pudo ser restablecido el antiguo orden, pero en Francia una revolución que elimina las estructuras residuales del ancien regime expulsa al soberano y concede el poder político a la burguesía liberal; en Bélgica la insurrección victoriosa crea un nuevo Estado, con una Constitución aún más liberal que la francesa; en Inglaterra sube al poder el partido de los whigs, emprendiendo una serie de reformas sustanciales para la estructuración del Estado. La solidaridad entre soberanos y gobernantes europeos para mantener el status quo se debilita, y la rigidez del primitivo sistema, basado en el principio de legitimidad, es sustituida por un equilibrio dinámico, basado en la competencia de intereses contrapuestos.
En los países económicamente más avanzados se extraen las consecuencias políticas de la revolución industrial; la distribución del poder político se adecua a la del poder económico y el sistema administrativo se adapta a la nueva composición de la sociedad.
Siendo la ley inglesa de reforma electoral de 1832 resultado de un compromiso parlamentario, no tiene el carácter de innovación revolucionaria, aunque, justamente por ello, registre con elocuencia el peso de los cambios sufridos.
La revolución industrial ha causado cambios profundos en la distribución, sobre el territorio inglés, de los habitantes. Durante la primera mitad del siglo XVIII Inglaterra es aún un país esencialmente rural, y hasta la industria tiene su sede, primordialmente, en el campo. Mientras el tratamiento de los minerales de hierro se hace con carbón vegetal, los altos hornos surgen donde haya bosques; la industria textil se basa en la organización del trabajo a domicilio, y los mismos campesinos, junto con sus familias, alternan las labores del campo con el hilado y tejido, con instrumentos manuales de su propiedad o alquilados a sus patronos.
Pero cuando se empieza a trabajar el hierro con carbón fósil se concentran los altos hornos en las regiones carboníferas; cuando R. Arkwright encuentra, en 1768, el modo de aplicar la energía hidráulica al hilado, y E.Cartwright, en 1784, al tejido, estas labores se concentran en los lugares en donde es posible utilizar la energía del agua corriente; y, desde que la máquina a vapor de Watt es patentada en 1769, comienza a usársela en lugar de la fuerza hidráulica (entre 1785 y 1790), con lo que la concentración puede aparecer en cualquier parte, incluso lejos de los ríos; la red de canales, construida desde 1759, al disminuir el precio de los transportes, incluso para los materiales pobres, quita cada vez más importancia al carácter vinculante de la localización de las instalaciones industriales.
Las concentraciones industriales se convierten en polos de nuevas aglomeraciones humanas en rápido desarrollo o provocan, si se localizan junto a ciudades existentes, un desmesurado aumento de su población. Se calcula que cerca de un quinto de la población inglesa vivía en ciudades, al inicio de la revolución industrial, y los otros cuatro quintos en el campo; hacia 1830 las poblaciones urbana y rural están ya más o menos igualadas, mientras que en nuestros días la proporción se ha invertido y cuatro quintas partes de los ingleses viven en ciudades.
Pero hasta 1832, estas novedades no influyen en el orden político y administrativo. La vieja organización rural es aún la base del sistema electoral, y un gran número de escaños se conceden a pueblos semidesérticos, nombrados por los propietarios, mientras que las ciudades creadas o desarrolladas por la revolución industrial no están adecuadamente representadas.
Cerca de doscientos de tales pueblos son abolidos por la ley electoral de 1832, y sus escaños repartidos de forma nueva, destinados, primordialmente, a las ciudades industriales; la ley suprime también el antiguo vínculo que une los derechos políticos a la propiedad de bienes inmuebles, igualando así a los industriales y los comerciantes con los terratenientes.
De esta manera, no sólo se logra poner la representación política a tono con la realidad económica y social del país, sino que, concediendo a las nuevas clases un poder proporcional a su propio peso económico, la ley electoral abre paso a una serie de reformas de todo tipo, conformes a los intereses de la industria y a las exigencias de la nueva sociedad.