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BENEVOLO, L.,Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987


Págs.217-241.”La tradición norteamericana”  


Pág. 225. Thomas Jefferson y el clasicismo americano. 


La separación de las colonias americanas de Inglaterra, entre 1776 y 1781, tiene efectos importantísimos sobre la edificación.


 En primer lugar, el nuevo sistema organizativo requiere una serie de nuevos edificios: las sedes para los nuevos órganos políticos y administrativos, en los trece estados, e incluso una nueva capital, Washington. Se plantean también necesidades urgentes a resolver en la construcción privada, surgidas de la prolongada interrupción que ha supuesto la guerra, pero las difíciles condiciones económicas de la sociedad americana no permiten, por el momento, una recuperación adecuada, y sólo el Estado está en situación de llevar adelante, superando todo suerte de dificultades, el programa de edificación.


 


 La elección del estilo clásico queda ahora confirmada por motivos de orden político. Las formas clásicas se cargan de un significado ideológico, como sucede al mismo tiempo en Francia, y se convierten en el símbolo de las virtudes republicanas; por otro lado, adquieren un valor de representación tanto más importante cuanto que el nuevo Estado tiene que presentarse en la arena internacional grabado por multitud de dificultades económicas, organizativas y militares. No se debe infravalorar este aspecto, teniendo en cuenta el realismo político de los gobernantes:


 


 América necesitaba tiempo para crecer y espacio para extenderse, y no se podía desaprovechar ninguna estratagema, por pequeña que fuera, para engañar a las orgullosas naciones del viejo continente. Una hermosa capital para recibir decentemente a los diplomáticos extranjeros era una necesidad real en la vacilante y peligrosa infancia de la diplomacia internacional. Una cena como es debido, en un ambiente bien dispuesto y bien amueblado, podía disimular, ya que no ocultar, la total carencia de barcos. Una mesa generosa con vinos bien elegidos podía amortiguar las tristes voces de la bancarrota, y los edificios públicos como la clásica State House, de Richmond, hubieran parcialmente paliado la dura impresión de las cabañas de troncos en los pinares.”


 


Págs. 225Thomas Jefferson (1743-1826), el padre de la democracia americana, personifica esta situación en su doble calidad de estadista y arquitecto. De buena familia, Jefferson conoce bien Europa, embajador en Francia desde 1774 hasta 1779, se relaciona con los artistas revolucionarios franceses, de los cuales comparte el gusto por el clasicismo ideológico; en el terreno del arte es más que aficionado, conoce con precisión los monumentos antiguos, tiene información de primera mano sobre los progresos de la cultura histórica y arqueológica. Su adhesión a tales modelos es sin reservas, pero le permite distinguir con lucidez, en cualquier ocasión, qué es y qué no es utilizable en su patria,  que siempre tiene presente; se ocupa, al mismo tiempo, del clasicismo y de la cuestión técnica y, al parecer, no alberga dudas sobre la función de uno y otro asunto en la futura  arquitectura americana.


La relación entre reglas clásicas y reglas técnicas constituye el problema central del movimiento neoclásico, y la concepción de Jefferson pertenece, a grandes rasgos, a este cuadro natural. Sin embargo, su problemática es distinta y más sencilla que la que preocupa a la cultura europea; se diría que las reglas clásicas están concebidas, también ellas, materialmente, como datos previos, y que el problema de armonizarlas con las necesidades funcionales no supone una mediación entre los órdenes de hechos, sino una prudente selección entre datos materiales del mismo orden.


Bastará citar dos ejemplos: Viajando por Francia Jefferson recibe de las autoridades de Virginia el encargo del proyecto para el nuevo  capitolio, y envía, en su lugar , los planos acotados de la Maison Carré de Nimes, considerando el encargo como “una ocasión favorable para introducir en aquel estado el más perfecto ejemplo de la arquitectura antigua”. Cuando construye más tarde la Universidad de Virginia, hace el proyecto de estilo corintio, inmediatamente lo  transforma en jónico, dado que tiene que enseñar a los esclavos negros a esculpir las columnas, y considera que el capitel corintio es demasiado difícil de aprender....


... Las obras más importantes de Jefferson – que precisamente desempeñan el papel de “modelos puros” durante muchos decenios – son el mencionado Capitolio de Richmond en Virginia, la Universidad del mismo estado y su residencia en Monticello. La espontaneidad con que Jefferson llega a este mundo de las formas confiere a sus edificios una gracia especial, desconocida por las inquietas composiciones de los europeos contemporáneos: son arquitecturas espaciosas, pero no monumentales, y la corrección del dibujo no perjudica la comunidad. El programa de distribución está trazado con suma claridad y simplificado de tal modo, que la aplicación de los cánones clásicos se consigue sin distorsiones ni esfuerzos. Puede decirse que la adaptación del repertorio antiguo al sistema de vida americano se ha conseguido hasta donde es posible, y en este punto se detiene Jefferson con instintivo sentido de la medida. No puede decirse lo mismo de sus continuadores, que pronto siembran por toda América columnas , frontones y cúpulas. La influencia de Jefferson sobre la cultura arquitectónica americana no se ejerce sólo por medio de sus propios trabajos.


 


En 1785 hace aprobar la Land Ordenance para la colonización de los territorios del Oeste, y desde 1789 a 1794, como secretario de Estado, promueve la fundación de la ciudad de Washington y el concurso para el Capitolio. Más tarde, como vicepresidente, y , a partir de 1801 como presidente, controla las obras públicas en toda la confederación y mantiene una estrecha relación con Benjamin H. Latrobe (1764-1820), para quien crea el cargo de superintendente de los edificios del gobierno federal.


 


La Land Ordenance de 1785 dispone que los nuevos territorios se subdividan según una retícula orientada con los meridianos y los paralelos; determinados múltiplos y submúltiplos de la malla principal (formada por cuadrados de una milla de lado) sirven para definir las parcelas agrícolas y las edificables y, con ello, la red viaria de las ciudades. Jefferson hubiera preferido que la red creciese incluso a escala geográfica, para estableces los límites de los nuevos estados, y así se hizo en algunos casos, pero las más de las veces se prefirió aprovechar algún límite natural, como el curso de un río. Esta disposición fundamental ha dejado una huella indeleble, tanto en el paisaje urbano como rural de los Estados Unidos, generalizando el sistema ortogonal que ya se había experimentado en el período colonial.


El plan de Washington, trazado en 1791 por Pierre Charles L’Enfant (1754-1825), constituye, por el contrario, un intento de introducir en la tradicional malla uniforme los conceptos de perspectiva barroca, subordinando la composición a dos ejes monumentales que se cortan en ángulo recto en las riberas del Potomac, mientras que a los lados del Capitolio y de la Casa Blanca convergen numerosas arterias radiales que cortan en diagonal la retícula. La intención de L’Enfant se expresa de la siguiente forma en una carta al presidente Washington:


 “Después de determinar algunos puntos principales a los que deben subordinarse los demás, he establecido una distribución regular, con calles que se cortan en ángulo recto, orientadas de Norte a Sur y de Este a Oeste; he abierto algunas otras direcciones, en forma de avenues que vienen y van hacia cada plaza principal, con objeto, no sólo de romper la uniformidad general…sino, sobre todo, de comunicar cada parte de la ciudad, valga esta forma de expresarme, disminuyendo la instancia real de plaza a plaza, haciendo posible la vista de unas a las otras, y dando la apariencia de estar reunidas.”


 Es una intención culta, que deriva de tradiciones culturales europeas, como la “simetría” y el “gusto” que Jefferson trataba de introducir en la arquitectura. Las dimensiones colosales –el eje de la explanada principal, entre el Capitolio y el río, tiene más de cuatro kilómetros de largo, mayor que el del parque de Versalles—hacen que muchos de los efectos de perspectiva no pasen del papel, perdiéndose en ambientes inconmensurables, pero sin embargo, proporcionan al plano de L’Enfant un notable margen de duración; de hecho, la red viaria trazada en 1971 satisfará las exigencias de la capital federal durante más de un siglo. Análogos resultados obtendrá, en el siglo siguiente, el barón Haussmann en París; es interesante observar cómo, en América, ciertas virtudes contenidas en las aportaciones culturales europeas, cuando actúan en un contexto más sencillo y con menos dificultades que vences, salen a la luz antes que en la propia Europea.


Hay que tener presente que todos los arquitectos activos de este período proceden de Europa, Como Latrobe y L’Enfant, o han estudiado en universidades europeas; la relativa independencia de la arquitectura americana respecto de la europea no deriva, pues, del aislamiento, sino de una particular limitación en las relaciones culturales; los arquitectos americanos asimilan las experiencias europeas, pero sólo trasladan a América lo que les parece utilizables con un general sentido de la medida que, podríamos decir, constituye el verdadero contenido de la tradición nacional.


p.231. En 1788 Jefferson escribe una especie de guía para el turismo americano que visite Europa, donde se enumeran los temas dignos de interés y aquellos otros de los que hay que prescindir.


Los puntos considerados importantes son seis:



  1. La agricultura: todo lo referente a este arte…

  2. Las artes mecánicas: mientras se refieran a cosas necesarias para América que no se puedan trasladar acabadas; por ejemplo forjas, piedras talladas, embarcaciones, puentes (sobre todo estos).

  3. Las artes mecánicas ligeras y las manufacturas: algunas son merecedoras de una visita superficial; pero sería una pérdida de tiempo examinarlas minuciosamente.

  4. Jardines: especialmente dignos de atención para un americano.

  5. La arquitectura: digna de mucha atención. Puesto que nuestra población se duplica cada veinte años, también debemos duplicar nuestras viviendas…La arquitectura figura entre las artes más importantes, y es deseable introducir el buen gusto en un arte tan representativo.

  6. La pintura y la escultura: demasiado costosas para nuestras condiciones económicas…se deben ver, pero no estudiar.


Esta selección materialista, donde artes y técnicas se escogen en promiscuidad, como las mercancías de un gran almacén, que se compran o rechazan, hace ver, mejor que cualquier razonamiento, la naturaleza de las relaciones entre América y Europa. Desde el punto de vista europeo, es fácil concluir que Jefferson y los americanos no entienden nada; sin embargo, en esta actitud hay una serenidad, un distanciamiento de la crispada polémica europea –las mismas cualidades que se encuentran en la arquitectura de Jefferson, como amplitud, desahogo, espontaneidad—que anuncian la posibilidad de un nuevo desarrollo, menos sutil, pero más libre y abierto....


 


...p.254 El realismo a lo Jefferson, según el cual la cultura americana atribuye a los valores culturales una especie de consistencia material y separada, permite a los arquitectos de Chicago interpretar algunas de las exigencias de un modelo centro direccional con una notable carencia de prejuicios, y de ahí que consigan progresos en el sentido de "las formas puras" de que habla Giedion, anticipándose en algunas décadas a los arquitectos europeos...


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 CURTIS William. J. La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006. 3ª edición en español. 1ª edición 1986  


Págs.33-51 .“La industrialización y la ciudad. El rascacielos como tipo y símbolo”


"La incierta identidad del rascacielos aludía al problema mismo de la arquitectura moderna, y a la herencia de los dilemas norteamericanos con respecto a los valores relativos de las formas ‘culturales’, ‘vernáculas’ e ‘industriales’. Después de todo, el país era una creación colonial: había importado los estilos europeos desde el comienzo, adaptándolos gradualmente para enfrentarse a las condiciones locales. A principios del siglo XIX, el clasicismo recibió el sello de aprobación para la nueva república por parte de Thomas Jefferson, y más tarde retornó con distintas apariencias. En las décadas siguientes, los Estados Unidos sufrieron algunas de las mismas crisis que Europa, en las que los historicismos griego, romano, gótico y otros adoptaron un acento ligeramente diferente. Fue en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil cuando unos nuevos aires de integración e identidad nacional influyeron en las artes, resaltando la ‘falsedad’ de las imitaciones importadas. Los escritos de Horatio Greenough-que destacaban el oficio, la elegancia y la economía de los barcos- dieron expresión a un funcionalismo autóctono. Estos antídotos contra el historicismo caprichoso y el materialismo vulgar iban acompañados de otros signos de independencia cultural: en esas democráticas ‘tierras vírgenes’ de los parques urbanos de Frederick Law Olmsted-que invadían la retícula de la ciudad capitalista para hacerla más humana- y en la arquitectura de Henry Hobson Richardson se usaban modelos de la ‘naturaleza’ para civilizar la máquina."

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