RIVERA, David., La otra arquitectura moderna. Expresionistas, metafísicos y clasicistas. 1910-1950. Edit. Reverté. Barcelona, 2017.
Págs. 220-365... "El optimismo del Art Déco"
Ahora bien, si el Art Déco londinense merece tener un capítulo independiente en la historia de la arquitectura moderna, ello es debido, por encima de todo, a la calidad de su arquitectura industrial.
En la capital del Imperio Británico, la explosión demográfica y automovilística hizo crecer a gran velocidad los barrios periféricos a lo largo de las nuevas carreteras, y la inversión estadounidense provocó la aparición de gran número de instalaciones industriales. En el interior de la ciudad se construyeron vistosos edificios administrativos para las grandes compañías industriales (como la Ideal Houseproyectada por Raymond Hood a espaldas de Regent Street), pero fue en las nuevas áreas suburbanas donde proliferaron fábricas y talleres.
De las iniciativas optimistas, renovadoras y energéticas que modificarían la fisonomía de la periferia londinense en esta época ninguna es más sintomática y coherente que el conjunto de fábricas esparcidas por la Great West Road en el tramo que luego pasaría a denominarse Golden Mille, al norte de Brentford, en la salida más importante hacia el oeste. Este tramo se abrió en 1925 y fue ocupado por una verdadera colección de edificios industriales monumentales en diversos estilos modernos y, por consiguiente, en breve, por barrios obreros ramificados y por nuevas carreteras y estaciones. Al norte y al sur de la carretera iban quedando antiguos enclaves rurales y señoriales como Chiswick y Osterley, recuerdos aletargados del clasicismo del siglo XVIII y del perenne amor de los londinenses acomodados por la tranquilidad de la vida del campo.
Entre las nuevas fábricas de la Great West Road encontramos ejemplos de monumentalismo nórdico (como la Gillette, de 1936, con su plataforma horizontal de grandes huecos verticales, cerramientos de ladrillo y gran torre central con reloj), de racionalismo cubista (edificio Pyrene, de 1929; fábrica Currys, 1936; ambos con cubiertas planas, bandas horizontales de ventanas paramentos blancos y sitaxis neoplástica) , de americanismo expresionista (Fábrica Simmonds, 1936, con su torre rascacielos con fachadas de vidrio compartimentadas por potentes nervios decorativos y coronada por un ático aterrazado de Streamline Moderne (exposición de Henly´s Car, 1937, con su torre de perfil curvo y su larga marquesina delante de las naves industriales), de derivados abstractos de estilo secession (fábrica Coty, 1932, con esquinas fijadas por acróteras y decoración de tambores cilíndricos escalonados a ambos lados de la puerta) y, sobre todo, del más lúdico y exuberante Art Déco o Jazz Moderne (representado en su punto más elevado de exuberancia por las factorías de Firestone y de Hoover, con sus frentes de vidrio enérgicamente enmarcados y segmentados por pilares poligonales, todo ello recubierto de revestimientos cerámicos de diversos colores). Según opinaba J.B. Priestley en 1933, “el conjunto parecía muy extraño. Siendo nuevo, no parecía inglés. Podríamos haber caído repentinamente en California”.
La mayoría de estos edificios fueron diseñados por Thomas Wallis, la mente que operaba tras la firma ficticia Wallis, Gilbert & Partners(Gilbert sencillamente no existía) y uno de los arquitectos industriales más imaginativos de la época. Sus proyectos de fábricas consiguieron al mismo tiempo el repudio de los críticos de arquitectura y el aprecio popular, y sin duda lograron insuflar a la arquitectura industrial inglesa un aire festivo y monumental, carente de solemnidad, pero estéticamente elaborado. Las fábricas de Great West Road se concibieron desde el principio como escaparates para los clientes; por un lado, debían tener frentes atractivos y expresivos; por otro, ofrecían una imagen de modernidad heroica relacionada con el auge de la mecanización, con la electricidad y los electrodomésticos. El diseño de las fachadas la volumetría estaba calculado para comunicarse con los conductores y pasajeros que llegaban a Londres por carretera, y por la noche el exterior de los edificios se iluminaba de maneras ingeniosas. La luz que venía de dentro, de las actividades desarrolladas en las oficinas y las naves fabriles, ofrecía a su vez un panorama complementario, insólito; el de grandes cajas de luz, brillantes, etéreas, delimitadas de modo pintoresco por los perfiles y los volúmenes, las torretas y las delgadas particiones en las bandas continuas de vidrio.