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KOSTOF, Spiro.,  Historia de la arquitectura. Alianza Editorial. Madrid 1988. Tomo 3


págs.1167-1209. “Los ensayos de la modernidad”


Opciones urbanas


pág. 1168. La ciudad Bella


Pero esta llamada a la uniformidad y al orden académico estaba también estrechamente relacionada con el estado de ánimo nacional. El jactancioso individualismo del periodo de postguerra, la época de los «bandidos potentados», los robos de tierras y la urbanización sin reglas, estaba comenzando a provocar una ofendida reacción. Desde 1885, el pais estaba cada vez más predispuesto a la consolidación y a cierto grado de control. Por ejemplo, el ancho de la entrevía para los ferrocarriles fue ahora estandarizado, se diseñaron franjas horarias nacionales, los negocios surgían en conglomerados mayores y los trabajadores se organizaron para luchar por sus intereses de manera más eficaz. Los artistas también se agruparon. Captaron el conmovedor sentido de la necesidad de una grandiosidad ciudadana, de un elevado idealismo o al menos de su manifestación exterior. Mediante halagos conseguían gestos de patronazgo público por parte de los nuevos ricos, a los que se encargaban de dotar de casas solemnes en la ciudad y en el campo. Estos hombres hechos a sí mismos - los Astor, Vanderbilt, Whitney y Morgan- ahora se veían a sí mismos como patricios mundanos, una aristocracia de dinero capaz de continuar la grandiosa tradición de Europa. 


En el Este, el giro hacia una arquitectura académica se dio a principios de la década de 1880, cuando el Estilo de Ripias estaba aún en boga, a través de la mediación de algunos de sus mejores exponentes. La firma de McKim, Mead y White, abrieron el camino, al principio con una interpretación mucho más formal de los modos georgianos. Después, en un grupo de seis casas de alquiler para el financiero ferroviario Henry Villard en la Madison Avenue de Nueva York, McKim efectuó un asombroso retroceso al palazzo renacentista italiano (Fig. 26.1). Esto ocurría en 1883.


Hacia el final de la década, esta especie de academicismo competente había sustituido a las prolongadas tendencias medievales -el «románico» de Richardson- y a las ansias localistas en el diseño de residencias que habían nutrido al Stick Style y el Estilo de Ripias. Fue rechazado el eclecticismo sin ley de la época victoriana. El estilo dominante afirmaba su tutelaje clásico. Sus ingredientes el estilo romano imperial, el Renacimiento, y las más recientes manifestaciones francesas se reunieron con erudita premeditación y dieron lugar a la lujosa solemnidad de la manera de Beaux-Arts.


El término «Renacimiento Americano» circulaba ahora libremente, y a la menor oportunidad se realizaban ejemplos domésticos. Los «bandidos potentados» dos con analogías de los príncipes mercaderes del Renacimiento. Las obras de arte, fragmentos de arquitectura e incluso edificios enteros se inspiraban ahora en Europa. Los americanos, como dijo el escritor Henry James, eran superiores a los europeos en que «(nosotros) podemos tomar y elegir y asimilar y reivindicar en breve tiempo (cultural y estéticamente) nuestra propiedad, se encuentre donde se encuentre». Y la oleada de arte de base local fue nada menos que sorprendente. La artesanía del mobiliario, las vidrieras, las cerámicas y la joyería podían ser soberbias; el ornamento arquitectónico, no obstante su dependencia de la producción en masa de terracota y de escayola fibrosa, era a menudo de muy alta calidad. Los pintores y escultores afrontaban temas elevados y los manejaban con fluidez. Cuando se alejó la cruda verdad con la Guerra Civil, brotaron por todas partes obras conmemorativas para honrar a sus mitos idealizados. Eran grandes plazas de armas, arcos triunfales, monumentos a marinos y soldados, tumbas, estatuas de líderes y héroes (Fig. 26.2). Un público financiaba ricos monumentos ciudadanos: bibliotecas, museos, universidades, patronazgo de gran espíritu instalaciones científicas y culturales de todo tipo. Al amparo de estos elevados edificios, las artes se reunieron en una impresionante alianza.

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