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Amédée- François FRÉZIER

FRÉZIER, Amédée-François

  • Científico
  •  
  • 1682 - Chambéry. Francia
  • 1773 - Brest. Francia

BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.14-60. 1ªPARTE. LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD INDUSTRIAL. “La Revolución Industrial y la arquitectura (1760-1830)”.


2.- Ingeniería y neoclasicismo.


Pero bajo esta ambigüedad es necesario distinguir bajo el «clasicismo» una pluralidad de corrientes que producen actitudes concretas muy distintas.


El espíritu de la Ilustración, al aplicarse al repertorio de la tradición renacentista, reconoce en aquellas formas dos motivos de validez: la correspondencia con los modelos de la arquitectura antigua, griega y romana, y la racionalidad en las propias formas, en el sentido de que los elementos arquitectónicos tradicionales pueden ser asimilados a elementos constructivos: las columnas a soportes verticales, los arquitrabes a vigas horizontales, las cornisas a los aleros de los tejados, los tímpanos al encuentro entre dos vertientes de la cubierta, etc.


El progreso de los estudios arqueológicos permite definir la primera comparación con la mayor exactitud posible: la antigüedad clásica ha dejado de ser una mítica edad de oro, situada en los confines del tiempo, para convertirse en un período histórico científicamente estudiado: así, es posible convertir en datos exactos, las reglas elásticas y aproximadas legadas por la tradición. Pero el mismo espíritu histórico hace ver que la antigüedad grecorromana no es más que una etapa como cualquier otra, poniéndose en duda el valor normativo que se atribuye a sus modelos.


Análogamente, el progreso de la técnica permite afinar los razonamientos constructivos y funcionales; la mayor atención acordada a estos hechos induce a una especie de rectificación y restricción de las reglas tradicionales; por ejemplo, la columna se justifica sólo si está aislada; el tímpano, únicamente si en realidad tiene un tejado detrás etc. Frezier, en el Mercure de France, de 1754, llega a mantener que las cornisas usadas en el interior de las iglesias son perfectamente absurdas, porque deberían corresponder a canales en el alero del tejado y que hasta un salvaje con sentido común” (personaje corriente en estas disputas del siglo XVIII) se daría cuenta, inmediatamente de esta aberración: ”el mostraría sin duda sus preferencias por la arquitectura gótica, pese a estar tam mál considerada, porque no hace alarde de una imitación tan desquiciada”.


El sistema de la arquitectura tradicional no está en situación de aguantar tales críticas. La persistencia de las formas clásicas de los órdenes etc. debe justificarse pues, de otra forma, siendo los argumentos posibles los siguientes.


O se recurre a las supuestas leyes eternas de la belleza, que funcionan como una forma de principio de legitimidad en arte (notemos, de paso, que cuando se recurre de manera explícita a tal principio, ya la opinión pública ha puesto en tela de juicio el tradicional estado de cosas); o se invocan razones de contenido, es decir, se considera que el arte debe inculcar las virtudes civiles, y que usas las formas antiguas hace recordar los nobles ejemplos de la historia griega y romana; o bien, más simplemente se atribuye al repertorio clásico una existencia de hecho, a cauda de la moda o de la costumbre.

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