El artículo nos explica cómo se ha llevado a cabo una escuela de primer y segundo ciclo en la periferia de la Vega Baja alicantina, en Callosa del Segura. El diseño de la escuela, desde un primer momento, se ve expuesto a un paradigma en el que conseguir fusionar la dualidad del mundo de los niños y el mundo de los adultos. Para ello, los arquitectos recurren a Lewis Carrol, en Alicia en el País de las Maravillas, ransportándonos a la dualidad del mundo adulto-niño y a sus sensaciones contradictorias: imaginación-realidad, juego-trabajo, diversión-responsabilidad, etc... Esta escuela de educación infantil se transforma en el mundo de Alicia, donde todo son sensaciones, experiencias, juegos de escalas, color… son percibidas a través de los ojos inocentes del niño. Dicho mundo convive con el del adulto, complementado y potenciado por la dualidad de escalas. El edificio se plantea como un continuo, formado por piezas que van sectorizando el espacio según se va recorriendo, y relacionando transversalmente ambos mundos, el exterior y el interior, potenciando la ambigüedad entre ambos, de donde se juega y de donde se impone la educación, para que al final todo sea un continuo día feliz entre amigos.
En el artículo los arquitectos quieren explicar esta idea de dualidad, y de manera clara exponen la capacidad de los espacios que han generado en el proyecto para ser totalmente funcionales en el mundo adulto, pero también para despertar sentidos y sensaciones en el mundo de los niños: “ la envolvente de la escuela se transforma en un continuo pliegue que resuelve las cuestiones de iluminación, ventilación y orientación a los niños hacia sus aulas y los espacios exteriores cubiertos que se convierten en una nueva extensión de las mismas aulas. […] De este modo, los niños van pasando por distintos espacios interiores-exteriores con variaciones de altura, por lo que se activan las sensaciones visuales.”
La actitud mostrada en el artículo de querer fusionar los dos mundos tomando como sujeto de acción a la propia arquitectura, es algo que no muchas veces se trata en las escuelas, tanto infantiles como de secundaria y bachiller. Aprovechando la situación en la que se dispone el colegio, en las afueras de una pequeña población, encajado en unas calles regladas Norte-Sur, Este-Oeste, que nada tienen que ver con la población que se sitúa a escasos metros, deciden partir de unas volumetrías que no se asemejen en absoluto a lo tradicional, lo cual les confiere la capacidad de crear esos espacios de los que hablan que, a la vez de ser ordenados y funcionales, adquieren sentido también de despertar sensaciones a los más pequeños. Sin embargo, hay ligeros matices y muescas a lo tradicional del lugar, como el uso de ciertos elementos cerámicos de un acabado blanco brillante que incitan a pensar en una artesanalidad como las de antaño.
Alberto ALVAREZ