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Declaración de La Sarraz Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, 1928


El problema de la arquitectura en sentido moderno exige en primer lugar una relación intensiva de su cometido con el cometido de la economía general.


1. Se debe entender economía en sentido técnicoproductivo, y esto significa la utilización más racional posible del trabajo y no el máximo beneficio en sentido especulativo comercial.


2. La necesidad de la producción económicamente más eficaz resulta imperiosamente del hecho de que en el presente y en el futuro próximo deberemos contar con unas condiciones de vida deterioradas en general.


3. Las consecuencias de la producción económicamente eficaz son la racionalización y la estandarización. Estas tienen una influencia decisiva sobre el trabajo de la arquitectura actual.


4. La racionalización y la estandarización se manifiestan en tres aspectos:


a, exigen del arquitecto una reducción y una simplificación intensas de los procesos de trabajo necesarios en la obra;


b, suponen para la artesanía de la construcción tina reducción tajante de la actual multiplicidad de profesiones en favor de menos oficios, fáciles de aprender incluso para el trabajador inexperto;


c, exigen del usuario, del promotor y del habitante de la casa una clarificación de sus exigencias en el sentido de una amplia simplificación y generalización de las viviendas. Esto significa una reducción de las exigencias particulares actualmente sobrevaloradas y cultivadas por algunas industrias, en favor de una satisfacción general y amplia de las necesidades, hoy postergadas, de las masas.


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FRAMPTON Kenneth., “Las vicisitudes de la ideología: los CIAM y el Team X, crítica y contracrítica, 1928-1968” en Historia crítica de la  Arquitectura Moderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1987. 


Pág.273-383."La declaración del CIAM en 1928 -firmada por veinticuatro arquitectos que representaban a Francia (6), Suiza (6). Alemania (3), Holanda 13), Italia (2), España (2), Austria (1) y Bélgica (1)-hacía más hincapié en la construcción que en la arquitectura como «actividad elemental del hombre que forma parte en todo su alcance y en toda su profundidad del desarrollo creativo de nuestra vida». El CIAM afirmaba abiertamente que la arquitectura estaba inevitablemente supeditada a los temas más amplios de la política y la economía, y que, lejos de separarse de las realidades del mundo industrializado, habría de depender, para su nivel general de calidad, no de los artesanos, sino de la adopción universal de los métodos de la producción racionalizada. Mientras que cuatro años después Hitchcock y Johnson iban a defender la preeminencia del estilo como algo determinado por la técnica, el CIAM hacía hincapié en la necesidad de la economía y la industrialización planificadas, pero denunciando al mismo tiempo la eficacia como medio para alcanzar el máximo beneficio. Por el contrario, abogaba por la introducción de dimensiones normativas y eficaces métodos de producción como paso previo a la racionalización de la industria de la construcción. Así, lo que los estetas consideraban como una preferencia formal por la regularidad ora para el CIAM el requisito previo para aumentar la producción de viviendas y para reemplazar los métodos de una era artesanal. El documento do La Sarraz adoptaba una actitud igualmente radical con respecto al urbanismo, cuando declaraba:


"El urbanismo no puede venir determinado por consideraciones estéticas, sino exclusivamente por exigencias funcionales (...) La actual fragmentación camita del suelo -debida a la compraventa, a la especulación y a las leyes relativas a las herencias- debe combatirse mediante una administración colectiva del suelo ejercida de forma planificada. Este proceso ya se puede iniciar hoy mediante la transferencia de la plusvalía injustificada a la comunidad y la modificación de las leyes de las herencias."


Entre la declaración de La Sarraz en 1928 y su última reunión, celebrada en Dubrovnik en 1956, los CIAM pasaron por tres fases de desarrollo. La primera -que duro desde 1928 hasta 1933 e incluyó los congresos celebrados en Frankfurt en 1929 y Bruselas en 1930- fue en muchos aspectos la más doctrinaria. Dominada porz los arquitectos de habla alemana de la Neue Sachlichkeit, que eran en su mayoría de convicciones socialistas, estos congresos se dedicaron primero -en Frankfurt, bajo el título 'Die Wohnung für das Existenzminimum', ('La vivienda mínima- a los problemas de las condiciones mínimas del alojamiento, y luego -en Bruselas (III CIAM), con el título 'Rationelle Bebauungsweisen' ('Métodos constructivos racionales')- a los temas de la altura optima y la separación entre bloques para el uso más eficaz tanto del suelo como de tos materiales. El II CIAM, promovido por Ernst May, arquitecto municipal de Frankfurt, estableció también un grupo de trabajo conocido como CIRPAC (Comité Internacional para la Resolución del Problema de la Arquitectura Contemporánea), cuya tarea primordial era preparar temas para futuros congresos.


La segunda tase de los CIAM -que abarco de 1933 a 1947- estuvo dominada por la personalidad de Le Corbusier, que reorientó conscientemente el énfasis hacia el urbanismo. Et IV CIAM, en 1933, fue sin duda el congreso más completo desde el punto de vista urbanístico, en virtud de su análisis comparativo de 34 ciudades europeas. De él salieron los artículos de la Carta do Atenas, que por razones inexplicables no se publicaron hasta una década más tarde. Reyner Banham describía en 1963 los logros de este congreso en los siguientes termines, bastante críticos:


El IV CIAM -tema: 'La ciudad funcionar- tuvo lugar en julio y agosto de 1933 a bordo del vapor Patris, en Atenas y, al final de la travesía, en Marsella. Fue el primero de los congresos 'románticos* representado en un marco de esplendor escénico y sin relación con la realidad de la Europa industrial, y fue el primor Congrès dominado por Le Corbusier y los franceses, más que por los estrictos realistas alemanes. El crucero mediterráneo fue claramente un alivio de agradecer frente al empeoramiento de la situación europea, y en esa breve pausa de la realidad los delegados redactaron el documento más olímpico, retórico y a la larga destructivo que salió de los CIAM: la Carta de Atenas. Las 111 proposiciones que comprende la Carta se componen en parte de declaraciones sobre las condiciones de las ciudades, y en parte de propuestas para la rectificación de esas condiciones, agrupadas en cinco epígrafes principales: vivienda, diversión, trabajo, circulación y edificios históricos.


El tono sigue siendo dogmático, pero también es genérico y esta menos relacionado con los problemas prácticos inmediatos que los Informes de Frankfurt y Bruselas. La generalización terna sus virtudes, pues comportaba una mayor amplitud de miras e insistía en que las ciudades sólo podían examinarse en relación con sus regiones circundantes, pero este persuasivo carácter general que da a la Carta de Atenas ese aire de aplicabilidad universal oculta una concepción muy limitada tanto de la arqui-tectura como del urbanismo, y comprometía inequívocamente a los CIAM con: 1, la rígida zonificación funcional de los planes urbanísticos con cinturones verdes entre las aren reservadas para las diferentes funciones; y 2, un único tipo de vivienda social, descrita en palabras de la Carta como '(bloques altos y muy separados, allí donde exista la necesidad de alojar una gran densidad de población». A treinta años de distancia, reconocemos esto como la mera expresión de una preferencia estética, pero en su momento tuvo el poder de un mandamiento mosaico y, en efecto, paralizo la in-vestigación de otras formas de alojamiento.


Aunque el consenso inmediato sobre la Carta de Atenas puede que sirviera para impedir un examen más detenido de otros modelos residenciales alternativos, el hecho es que hubo un apreciable cambio de tono. Las exigencias políticas radicales del movimiento inicial habían sido abandonadas, y aunque el funcionalismo seguía siendo el credo general, los puntos de la Carta suenan como un catecismo neocapitalista, cuyos mandatos eran de un 'racionalismo' tan idealista como mayoritariamente irrealizable. Este enfoque idealista alcanzo su formulación anterior a la guerra en el V congreso, dedicado al tema de la vivienda y el ocio, y celebrado en Paris en 1937. En esta ocasión, los CIAM estaban preparados para reconocer no sólo el impacto de las construcciones históricas, sino también la influencia de la región en la que la ciudad resultaba estar situada.


Con la tercera y última fase de los CIAM, el 3 triunfó completamente sobre el materialismo del primor periodo. En 1947. en el VI congreso, celebrado en Bridgewater, Inglaterra, los CIAM intentaron superar la esterilidad abstracta de laciudad funcional' declarando que “el objetivo de los CIAM es trabajar para la creación de un entorno fisco que satisfaga las necesidades emocionales y materiales de las personas” Esta idea se desarrolló aún más bajo los auspicios del grupo inglés MARS, que preparo el tema de 'El núcleo' para el VIII CIAM, celebrado en Hoddesdon, Inglaterra, en 1951. Al elegir como argumento 'El corazón de la ciudad', MARS hizo que el congreso abordase un tema que ya había sido introducido por Sigfried Giedion, Jose Luis Sert y Fernand Leger en su manifiesto de 1943, en el que escribían: «La gente quiere que los edificios que representan su vida social y colectiva proporcionen algo más que una simple satisfacción funcional. Quieren satisfacer sus aspiraciones.


Para Giedion, al igual que para Camilla Sine, el 'espacio de apariencia pública' dependía necesariamente del marco monumental de las instituciones públicas que la delimitaban, y viceversa. Sin embargo, pese a su entonces patente interés por las cualidades concretas del lugar, la vieja guardia de los CIAM no daba indicación alguna de saber valorar de un modo realista las complejidades de la difícil situación urbana de posguerra; el resultado fue que los nuevos afiliados, procedentes de la generación más laven, estaban cada vez más desilusionados e inquietos.


La escisión decisiva llego con el IX CIAM, celebrado en Aix-en-Provence en 1953, cuando esta generación, encabezada por Alisan y Peter Smithson y Aldo van Eyck, cuestiono las cuatro categorías funcionalistas de la Carta de Atenas: vivienda, trabajo, diversión y circulación. En lugar de presentar un conjunto alternativo de abstracciones, los Smithson, Van Eyck, Jacob Bakema, Georges Candilis, Shadrach Woods, John Voelcker y William y Jill Howell, buscaban los principios estructurales del crecimiento urbano y la siguiente unidad significativa por encima de la célula familiar. Su insatisfacción con el funcionalismo modificado de la ~la guardia -con el 'idealismo' de Le Corbusier, Van Eesteren, Sert, Ernesto Rogers, Alfred Roth, Kunio Mayekawa y G ropius- quedó reflejada en su reacción crítica al informe del VIII CIAM. Al modelo simplista del núcleo urbano respondían planteando un trazado más complejo que sería, en su opinión, más receptivo a la necesidad de identidad. Y escribían lo siguiente:"El hombre puede identificarse inmediatamente con su propio hogar, pero no tan fácilmente con fa ciudad en la que está situado. La pertenencia' es una necesidad emocional básica; las ideas con las que se asocia son do lo más simple. De la 'pertenencia' -identidad- proviene el enriquecedor sentido de la vecindad. Las calles cortas y angostas de los barrios bajos lo consiguen, mientras que las remodelaciones espaciosas con frecuencia son un fracaso". 


En este párrafo singularmente agudo no sólo descartaban el sentimentalismo de la vicia guardia, inspirado en Sine, sino también el racionalismo de la 'ciudad funcional'. Su impulso crítico para encontrar una relación más precisa entre la forma física y las necesidades sociopsicológicas se convirtió en el argumento del X CIAM, celebrado en Oubrovnik en 1956 -la última reunión de los CIAM-, del que este grupo, conocido en adelante como el Team X (leído Team Ten '), fue el principal responsable. La desaparición oficial de los CIAM y su sucesión por parte del Team X quedaron confirmadas en una reunión posterior que tuvo lugar en 1959 en el elegiaco marco del Museo de Quedaos obra de Van de Velde. Pero el epitafio de los CIAM ya estaba escrito en la carta que Le Corbusier había enviado al congreso de Dubrovnik, en la que declaraba:


"Los que ahora tienen cuarenta años -nacidos hacia 1916, en medio de guerras y revoluciones- y los que por entonces aún no habían venido al mundo y que ahora tienen veinticinco años -nacidos hacia 1930, durante los preparativos para una nueva guerra y en medio de una profunda crisis económica, social y política-. todos aquellos que se encuentran, por tanto, en el corazón del presente, son los únicos capaces de entender los problemas reales de manera personal y profunda, las metas que buscar, los medios para alcanzarlas, la percuta urgencia de la situación actual. Son ellos los entendidos. Sus antecesores ya no lo son; están acabados; ya no están sometidos al impacto directo de la situación."


 


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BENEVOLO, L., Historia de la Arquitectura Moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Pág.496-529 ”Formación del Movimiento Moderno en Europa entre las dos guerras. Los primeros contactos con el público”


4.- La funcación de los CIAM.


En 1927, el concurso para la Sociedad de las Naciones y la Exposición de Stuttgart demostraron que un gran número de arquitectos, en varias naciones europeas, trabajaban con métodos parecidos y que sus contribuciones eran, de hecho, componibles entre sí. 


 En 1928 nace la exigencia de traducir esta hipotética unidad en una asociación. Madame de Mandrot ofrece la ocasión poniendo a disposición sus castillo de La Sarraz para un congreso de arquitectos modernos. 


 Le Corbusier prepara un gráfico en colores, que se cuelga en la sala de reuniones, donde se presentan los seis puntos a discutir: 


 —La técnica moderna y sus consecuencias. 


—La estandardización. 


— La economía. 


— La urbanística. 


— La educación de la juventud. 


— La realización: la arquitectura y el Estado. 


 Las discusiones en La Sarraz, como sucede generalmente en estas ocasiones, no son muy significativas; entre la mayoría de las personas que intervienen en el debate existe, sin duda, un acuerdo sustancial, que salió a la luz, del modo más significativo, el año anterior, en Stuttgart, en el campo de los hechos; pero es mucho más difícil traducir este acuerdo en palabras, porque quien es capaz de simplificar los razonamientos, pasando por alto las dificultades, tiene, inevitablemente, ventaja sobre quienes ven toda la complejidad de los problemas y tienen, por lo tanto, dificultades para expresar esta conciencia. 


 La declaración final está redactada en el estilo de Le Corbusier: 


 Los arquitectos abajo firmantes, representantes de los grupos nacionales de arquitectos modernos, afirman su identidad de opiniones sobre los conceptos fundamentales de la arquitectura y sobre sus obligaciones profesionales. Insisten, sobre todo, en el hecho de que «construir» es una actividad elemental del hombre, íntimamente relacionada con la evolución de la vida. El destino de la arquitectura es expresar el espíritu de una época. Afirman hoy la necesidad de un nuevo concepto de la arquitectura que satisfaga las exigencias materiales, sentimentales y espirituales de la vida presente. Conscientes de las profundas perturbaciones producidas por el maquinismo, reconocen que la transformación de la estructura social y económica exige la correspondiente transformación de la arquitectura. Se han reunido con la intención de buscar la armonización entre tos elementos presentes en el mundo moderno y de volver y situar a la arquitectura en su verdadero ámbito, que es económico, sociológico y, en su conjunto, está al servicio de la persona humana. Así, la arquitectura evitará la estéril influencias de las academias. Fortalecidos, con este convencimiento, declaran asociarse para realizar sus aspiraciones.


 Para beneficiar a un país, la arquitectura debe relacionarse íntimamente con la economía general. La noción de «rendimiento», introducida como axioma en la vida moderna, no implica, de ningún modo, el máximo provecho comercial, sino una producción suficiente para satisfacer por completo las exigencias humanas. El verdadero rendimiento será fruto de una racionalización y de una normalización aplicadas elásticamente tanto a los proyectos arquitectónicos como a los métodos industriales. Es urgente que la arquitectura en vez de pedir ayuda casi exclusivamente a una anémica artesanía, se sirva también de los inmensos recursos de la técnica industrial, aún cuando esta decisión deba conducir a resultados bastante distintos de los que hicieron la gloria de las épocas pasadas. La urbanística es la planificación de los diversos lugares y ambientes en los que se desarrolla la vida material, sentimental y espiritual en todas sus manifestaciones, individuales y colectivas, y comprende tanto los asentamientos urbanos como los rurales. La urbanística no puede someterse en exclusiva a las normas de un esteticismo gratuito, sino que su naturaleza es esencialmente funcional. Las tres funciones fundamentales que la urbanística debe preocuparse de llevar a cabo, son:


1) habitar, 2) trabajar, 3) distraer. Sus objetivos son:


a) el uso del suelo, b) la organización de los transportes, e) la legislación. El actual estado de los asentamientos no facilita estas tres funciones. Las relaciones entre los distintos lugares en que se efectúan deben volverse a calcular, para establecer una justa proporción entre volúmenes construidos y espacios libres. El reparto desordenado del suelo, fruto de las parcelaciones, de las ventas y de la especulación, debe ser sustituido por un sistema racional de redistribución del suelo. Esta redistribución, base de toda urbanística que responda a las necesidades presentes, asegurará a los propietarios y a la comunidad la repartición equitativa de la plusvalía que deriva de los trabajos de interés colectivo.


 Es indispensable que los arquitectos ejerzan una influencia sobre la opinión pública para dar a conocer los medios y los recursos de la nueva arquitectura. La enseñanza académica ha pervertido el gusto público y, por regla general, no se han ni siquiera planteado los verdaderos problemas de la vivienda. El público está mal informado y los mismos usuarios, generalmente, no saben formular sus deseos en cuestiones de alojamiento.


De esta manera, el problema de la vivienda ha quedado, desde hace tiempo, ajeno a las más importantes preocupaciones del arquitecto. Un conglomerado de nociones elementales, impartidas en las escuelas primarias, podrían formar la base de una educación doméstica. Esta enseñanza podría formar nuevas generaciones dotadas de un sano concepto del alojamiento y ésta, futura clientela del arquitecto, podrían imponerle la solución del problema de la vivienda, descuidado por demasiado tiempo.


Los arquitectos, con la firme voluntad de trabajar en el verdadero interés de la sociedad moderna, creen que las academias, conservadoras del pasado, obstaculizan el progreso social descuidando el problema de la vivienda, favoreciendo una arquitectura puramente representativa. A causa de su influencia en la enseñanza, las academias corrompen, desde su origen, la vocación del arquitecto y, dado que detentan casi la exclusiva de los encargos públicos, se oponen a la introducción del espíritu nuevo, el único que podrá vivificar y renovar el arte de la construcción.


 Es interesante considerar, sobre todo, las explicaciones sobre los medios de realización, que califican la acción de los CIAM hacia la sociedad contemporánea. 


 El sexto punto propuesto por Le Corbusier dice: «Realización: la arquitectura y el Estado.» En esta fórmula convergen vanas líneas de pensamiento: Le Corbusier cultiva la idea de una arquitectura demiúrgica, donde la actitud de la mayoría esté regulada por la acción ilustrada de una minoría. Escribía en 1923: «El arte de nuestra época está en su lugar cuando se dirige a las élites; el arte no es cosa popular... es un alimento necesario para las élites que deben reunirse para poder dirigir; el arte es esencialmente aristócrata (hautaine)», y es natural que quiera ejercer esta tarea directiva a nivel máximo, es decir, a través del Estado. 


 Gropius ve que las élites actuales pueden seguir desempeñando una función en la sociedad moderna al precio de abdicar de su preponderancia de hecho y asumir un papel de mediación cultural; es decir, asegurar el paso del antiguo patrimonio de valores de la vieja a la nueva estructura social (en términos técnicos: de la artesanía a la industria), deben dirigir sólo el tiempo suficiente para formular, reuniéndose, un sistema apropiado de valores para dejarlo, quizás, en herencia a otros, en la futura sociedad unificada. Y. puesto que el lugar donde los intereses de todos salen a luz y donde se concentran en medida cada vez más creciente los medios de intervención es el Estado (basta pensar en la importancia, cada vez mayor, de la construcción subvencionada en la producción global de la construcción), Gropius y los suyos escogen también el Estado para traducir a la realidad su punto de vista. 


  La diferencia decisiva es la siguiente: Le Corbusier no tiene ninguna experiencia de las relaciones con el Estado, mientras que Gropius, Mies y los demás cultivan, desde hace tiempo, estas relaciones; tanto la Bauhaus como el Werkbund son instituciones estatales y la Weissenhof de Stuttgart —como los edificios de Dessau— fueron pagados con dinero público. Los holandeses tienen una experiencia parecida, trabajan, desde hace treinta años, por cuenta de las administraciones públicas; el anciano Berlage llega precisamente para intervenir sobre el sexto punto, con un trabajo titulado: Las relaciones entre el Estado y la arquitectura. 


 Le Corbusier, como los intelectuales franceses del siglo XVIII de los que habla Tocqueville, tiene una concepción formal del poder, como posesión de los medios financieros y jurídicos, necesarios para realizar ciertos programas, y piensa poder utilizar el poder público como ejecutor de sus intenciones, sin abdicar de su posición distante que le es propia como intelectual. 


 Gropius, Oud y Berlage saben que acogerse al Estado significa abandonar la posición privilegiada de los artistas de vanguardia y aceptar la lucha política en un plano de igualdad con los otros hombres. Si los arquitectos creen poder influir en las condiciones de vida de todos los demás, lo menos que se les puede exigir es presentar sus proposiciones según las reglas vigentes, válidas para todos. 


  Este paso es muy importante: también aquellos que, por falta de experiencia, creen poder permanecer alejados del combate, al pedir la intervención del Estado aceptan, implícitamente, las reglas del juego: el juego democrático o el juego totalitario. Y aquellos que creen poder mantener separados los medios de los fines, ofrecer su obra a los poderosos de toda especie, manteniendo inmune de concesiones, al menos, el campo del diseño, tendrán pronto una desilusión: las dictaduras no quieren arquitectura moderna, sino arcos y columnas. 


  En el castillo de La Sarraz, todos estos problemas flotan en el aire; reina un gran optimismo, pero se advierte la gravedad de los problemas suscitados y de las alternativas ofrecidas. La estructura organizativa queda, por esto, bastante tenue y las siglas adoptadas CIAM (Congresos Internacionales para la Arquitectura Moderna) indican sólo la ocasión de encuentro que se ofrece periódicamente, para poder comparar las experiencias realizadas. Gropius escribe: 


  Lo más importante fue el hecho de que, en un mundo lleno de confusión, de esfuerzos fragmentarios, un pequeño grupo internacional de arquitectos sintió la necesidad de reunirse, con la intención de ver, corno un conjunta unitario, los diferentes problemas con que se enfrentaban.


  En realidad, se plantean dos tareas distintas: comparar periódicamente las experiencias para profundizar los problemas suscitados y decidir la forma de presentar al público las soluciones progresivamente alcanzadas. La primera exigencia llevaría a la restricción del acuerdo entre las corrientes, sacando a la luz las dificultades de fondo; la segunda, en cambio, lleva a ensanchar el acuerdo, cubriendo con fórmulas provisionales los argumentos en litigio para ganar en claridad expositiva.


 No siempre las dos tareas se desarrollan al mismo ritmo. Las discusiones corren el riesgo de dividirse en dos tipos: para uso interno y para uso externo, y el Movimiento Moderno, presentándose con ropajes oficiales y aceptando precisar sus tesis de manera esquemática, fruto quizá de compromisos verbales, autoriza implícitamente al público a juzgarlo esquemáticamente.


 Alrededor de los años 30, la arquitectura moderna alcanza su máximo prestigio y popularidad, sobre todo en Alemania y, en menor medida, también en los otros países.


  Es el momento en que la atracción del repertorio formal elaborado por los arquitectos modernos induce a muchos otros proyectistas —de formación distinta o incluso decididamente académica— a modernizar, más o menos sinceramente, su lenguaje. El espíritu de la arquitectura moderna se extiende también a otros campos; en 1930, Hindemith compone su cantata Wir bailen can Haus, ejecutada por un coro de niños que imitan los gestos de los albañiles, mientras los versos del texto exaltan el trabajo colectivo.


 


 

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