La ciudad de Berlín a pesar de su antigüedad (se tienen noticias de su fundación en torno al año 1200), ha sido afectada de forma importante por sucesivas destrucciones, provocadas en distintos momentos históricos. A la guerra franco-prusiana hay que añadir las dramáticas consecuencias de la II Guerra Mundial. Todo ello dificulta enormemente, reconstruir su antigua grandeza.
La actual imagen de la ciudad, está sin duda marcada por el gran esfuerzo de reconstrucción que se llevó a cabo tras la II Guerra Mundial y el tremendo trabajo de adaptación de la misma, a las nuevas circunstancias tras la caída de su famoso muro.
Su etapa de auge económico y social, llegó recién estrenado el siglo XVIII, cuando la ciudad fue elegida capital del Reino de Prusia con Federico II (1712-1786). Los distintos monarcas quisieron parangonar a Berlín, con las grandes capitales europeas del momento, llevándose a cabo durante la segunda mitad del XVIII y principios del XIX, una serie de actuaciones urbanas, cuyo punto de partida fue la puerta de Brandemburgo. Esta obra clasicista realizada C. G. Langhans entre 1789 y 1794, se encuentra en un destacado lugar del gran eje este-oeste que transcurre a lo largo de la capital alemana, dividiendo Berlín en dos espacios diferenciados. El espacio de bosque de Yiergarten (antiguo pabellón de caza de la monarquía) y el desarrollo urbano llevado a cabo desde la Puerta de Brandemburgo a la Isla de los Museos (núcleo más tradicional de poblamiento de Berlin), con la creación de la Avenida de Unter den Llinden. Avenida que bajo un sistema codificado de arquitectura neoclásica, monumentalizó la ciudad de una forma definitiva. A la puerta de Brandemburgo antes citada, habría que añadir los edificios realizados ya a principios del XIX por Karl Friedrich Shinkel (el cuerpo de guardia, el puente de entrada a la isla de los Museos, el Altes Museum,…), que junto con edificios antes existentes como: la Biblioteca vieja de Berlín, la Ópera estatal, la catedral de Santa Eduvigis, y la posterior Universidad Humbold, dan a esta avenida un protagonismo y monumentalidad especial, único en la ciudad.
Desde esta época hasta los albores del nazismo, la ciudad se erigió como uno de los grandes centros socioculturales de Europa Central. Tras ello llegó la I Guerra Mundial, la consecuente caída del régimen monárquico prusiano y la posterior creación de la República de Weimar. En 1933 Adolf Hitler toma el poder del estado, con la pretensión de hacer de Berlín la capital más imponente del mundo, a través de una arquitectura fastuoso-colosalista que caracterizó el régimen nazi. Sus sueños tuvieron unos catastróficos resultados sobre Berlín, quedando reducida a escombros. Los años posteriores continuaron siendo duros, durante la llamada guerra fría, donde fue gobernada por dos administraciones. La soviética (que se queda con la parte más monumental de la ciudad) y la de las potencias aliadas. Separadas ambas administraciones por un muro que se elevó como elemento físico más representativo de la ciudad, hasta su caída en 1989.
Estos avatares históricos definen el carácter de la nueva ciudad. Llevándose a cabo desde la caída del muro una modernización de sus distintos espacios, sin que desaparezcan las huellas de su historia más reciente. Existe en la ciudad lo que podríamos llamar una “topografía del terror”. El memorial del holocausto al lado de la puerta de Brandeburgo, la enfatización de lugares representativos como Checpoint Charlie, el museo judío de Berlin… Por otra parte se han ido recuperando con las nuevas intervenciones, el tradicional Hof o gran patio que era característico de las manzanas berlinesas (Hackesche Höfe, 1995).
Hay que destacar también que este esfuerzo de modernización, en algunos lugares principales de la ciudad, ha logrado mantener la linealidad y proporción de los nuevos edificios con respecto a los existentes (DG Bank). Dándose paso en otras zonas a un nuevo urbanismo que cambia la ciudad compacta tradicional por la ciudad dispersa, valorando la creación de bellos objetos vistos como edificios aislados (Interbau Hansaviertel, biblioteca y filarmónica de Berlín ). Aspectos que son extensibles a las nuevas construcciones llevadas a cabo en Postdamer Platz. En suma una ciudad moderna, que ha sabido a pesar de las dificultades, mantener una identidad y memoria cuyo reflejo puede las actuaciones llevadas a cabo en la isla de los museos.
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Pág. 813-941. "La segunda posguerra en Europa"
4.- La reconstrucción en Italia,Francia y Alemania.
La reconstrucción en Alemania se desarrolla en circunstancias totalmente especiales, a causa de la entidad de los daños de guerra, mayores que en cualquier otro país: de los diez millones y medio de viviendas existentes en Alemania occidental, casi cinco millones han sufrido daños y de ellas 2.350.000 han quedado completamente destruidas. Las ciudades han sufrido, naturalmente más daños que el campo: casi todos los centros de cierta importancia han tenido, por lo menos, un 50 % de derrumbamientos, con los extremos del 70 % en Colonia, del 75 % en Würzburg y aún más en Berlín, donde se puede decir que la ciudad anterior ya no existe y, sobre sus ruinas, nacen fatigosamente otras dos, al Este y al Oeste.
El éxodo de la población de los grandes centros ha sido casi completo: Colonia, que tenía medio millón de habitantes, estaba reducida, en 1945, a menos de 50.000. Se calcula además que diez millones de personas se han trasladado de Alemania oriental a la occidental; así, también la distribución de la población se ha modificado mucho.
Hasta 1948, cuando se procede a la reforma monetaria, no es posible tomar ninguna medida eficaz para la reconstrucción de la edificación: entre 1949 y 1950, gracias a la ayuda americana, se construyen 100.000 viviendas; en 1950 se vota la nueva ley sobre la vivienda, que se propone construir, en seis años, 1.800.000 nuevas viviendas. Desde entonces, la reconstrucción procede a buen ritmo y, actualmente, puede decirse que el problema de la vivienda está muy próximo a la solución.
En el campo de la planificación, las dificultades son mayores. La legislación urbanística deja toda la responsabilidad de la planificación a las autoridades locales, de esta manera los intereses particulares pesan más de lo necesario sobre los planes reguladores de las ciudades alemanas, y en ningún lugar se logra realizar una operación de expropiaciones y reordenación a gran escala, como han hecho los holandeses en Rotterdam.
En las ciudades alemanas reconstruidas, se conservan a menudo, y con mucho esmero, todos los aspectos antiguos y tradicionales supervivientes. Muchos monumentos dañados o arrasados se vuelven a levantar con gran cuidado, conservando su aspecto primitivo, y, a veces, conjuntos enteros, como las casas a lo largo del río de Colonia, cerca de San Martín, son literalmente reconstruidos. En este campo se han hecho importantes experiencias y los alemanes han demostrado, con su técnica meticulosa, que es posible imitar plausiblemente no sólo las estructuras de los muros, sino también dentro de ciertos límites los acabados y las decoraciones originales, restituyendo una imagen no arbitraria de obras que parecían definitivamente perdidas; bastará citar el palacio episcopal de Bruchsal y, en la Alemania democrática, el Zwinger de Dresden: son, por así decir, modelos exactos de las obras originales que, naturalmente, no sustituyen en sentido propio, pero facilitan su reconstrucción crítica y restituyen su presencia en el paisaje urbano.
Esta forma de entender la reconstrucción se debe tanto al cariño por la imagen de la ciudad tradicional, en cuanto a la presión del interés privado, que se empeña en reproducir lo más fielmente posible el antiguo uso del suelo. Sin embargo, los amplios patrimonios de áreas pertenecientes a casi todas las administraciones han limitado bastante la especulación de la construcción, con lo que se ha podido evitar, incluso en el centro de las ciudades, una exagerada densidad de construcción. La falta de un adecuado encuadre urbanístico y el coste elevado de los materiales respecto al de la mano de obra, han dado a la arquitectura alemana, sobre todo en los primeros años de la posguerra, un carácter bastante artesano; pero, siguiendo los pasos del desarrollo de la industria, con el mejoramiento de los productos y la extensión del bienestar, que ha aumentado los costos de la mano de obra, se manifiesta una tendencia opuesta, hacia una arquitectura altamente industrializada. El contraste, en el campo formal, es recogido incluso, exagerado, ya que una parte de la producción alemana ostenta muros de ladrillo, tejado inclinado y siluetas tradicionales, mientras que la otra adopta un repertorio muy al día, a menudo con una satisfacción polémica poco habitual en la arquitectura europea. Hay que recordar, sobre todo, algunas salas de espectáculos, planteamiento movido y deliberadamente sensacionalista (el teatro del Estado de Kassel, de H. Scharoun y T. Mattern; la Liederball de Stuttgart de A. Abel y R. Gutbrod, el teatre municipal de Münster) y algunos edificios destinados a oficinas, de impecable y rigurosa composición modular, como la reciente sede de la Mannesmana en Dusseldorf de P. Schneider-Esleben y H. Knothe (1959).