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TERRY, Quinlan

  • Arquitecto
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  • 1937 - Hampstead. Reino Unido
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PEEL Lucy, POWELL P. GARRET Alexander., Introducción a la Arquitectura del siglo XX. CEAC. Barcelona, 1990.


Págs.104-105. “Estilos neoclásico y tradicional”.


"El abandono gradual de los ideales del Movimiento Moderno, a favor de un aspecto más tradicional, puede conectarse con el movimiento de conservación arquitectónica, que fue impulsado en Europa por la exposición de 1975 en Londres, titulada “La destrucción de una casa de campo”Allí se mostraba que sólo en Gran Bretaña no menos de 1000 edificios históricos habían sido parcial o totalmente destruidos desde 1908. Se recordó a la gente como la industria y el desarrollo económico habían afectado a viejos edificios en todo el mundo. La resolución de proteger lo que quedaba se fortaleció, y se aseguró la aceptación popular de arquitectos como Raymond Erith, John Simpson, Leon Krier, Alan Greenberg, y el que quizás sea sinónimo del movimiento, Quinlan Terry. Quinlan Terry afirma que el Modernismo  era “evitar cualquier método que ha funcionado hasta ahora”. Contrariamente, éste piensa que los órdenes clásicos tienen inspiración divina y cita a Erith como su mentor, cierto es que trabajó con él en edificios como una casa en Hertfordshire, Kings Waldenburg en 1970. Más tarde planeó edificios como del Dufours Place en Londres (1984), inspirado en maquetas del siglo XVIII, el Howard Building del Downing College de Cambridge (Inglaterra 1987) y su mayor proyecto hasta la fecha, una urbanización en Richmond, en las orillas del Támesis, es un bloque moderno de oficinas con toda la tecnología necesaria, sin embargo el exterior parece haber sido creado unos doscientos años atrás y seguir intacto allí. Es una historia inmediata con todas las ventajas modernas, ahora bien, sus partidarios más febriles deberían tener cuidado porque, en los términos de Richard Rogers, “una sociedad más interesada en el pasado que en el futuro es una sociedad que agoniza”.


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CURTIS William. J. La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006.


Págs.617-633. Los intentos realizados en la década de 1980 de referirse más directamente al lenguaje clásico se intersecaron con varios programas culturales y políticos, algunos de ellos de tono reaccionario. En Gran Bretaña, por ejemplo, una especie de renacer clásico coincidió con una ola de valores neoconservadores y con la búsqueda, por la parte de la Nueva Derecha, de un vehículo para reemplazar la ‘arquitectura moderna’ anterior (identificada de manera excesivamente simplista con el ‘estado de bienestar’). Y así, una figura como Quinlan Terry -que se había estado dedicando modestamente a hacer una versión insulsa y bastante literal del clasicismo durante dos décadas- se encontró de pronto lanzado al primer plano por un tipo de opinión cultivada que veía toda la arquitectura moderna como una desagradable intrusión internacionalista en la calma de la vida campestre inglesa, y que imaginaba que el ‘gusto’ y los ‘valores tradicionales’ podían reinstaurar de algún modo la gloria nacional. Los propios edificios de Terry (por ejemplo, el conjunto Richmond Riverside, 1985-1987) eran composiciones comedidas y doctas que usaban la gramática y el ornamento clásicos, pero que carecían del orden y la medida subyacentes que podían encontrarse en las grandes obras clásicas del pasado. No obstante, Terry fue uno de los varios historicistas que tocaron una fibra sensible en la imaginación del público e incluso que llamaron la atención de la realeza; y ayudó a reforzar esa insularidad y sospecha generales de los británicos en relación con la mayoría de los aspectos de la arquitectura moderna. Quinlan Terry no se consideraba un posmoderno, sino un arquitecto clásico; de hecho, se distanció de la arquitectura posmoderna diciendo que era «obra de Satán» e «incluso peor que la arquitectura moderna porque estaba hecha con ironía». La postura historicista que representaba Terry sustituía el aprendizaje por la inventiva, la nostalgia por una reinterpretación esencial de la tradición. «El arte académico» -indicaba Geoffrey Scott en La arquitectura del humanismo (1914)- «implica a veces una negativa a reconsiderar los problemas planteados [...] trata de hacer que l a imaginación del pasado sirva como imaginación en el presente.» 


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