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BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura contemporánea. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987. 


Págs. 225Thomas Jefferson (1743-1826), el padre de la democracia americana, personifica esta situación en su doble calidad de estadista y arquitecto. De buena familia, Jefferson conoce bien Europa, embajador en Francia desde 1774 hasta 1779, se relaciona con los artistas revolucionarios franceses, de los cuales comparte el gusto por el clasicismo ideológico; en el terreno del arte es más que aficionado, conoce con precisión los monumentos antiguos, tiene información de primera mano sobre los progresos de la cultura histórica y arqueológica. Su adhesión a tales modelos es sin reservas, pero le permite distinguir con lucidez, en cualquier ocasión, qué es y qué no es utilizable en su patria,  que siempre tiene presente; se ocupa, al mismo tiempo, del clasicismo y de la cuestión técnica y, al parecer, no alberga dudas sobre la función de uno y otro asunto en la futura  arquitectura americana.


La relación entre reglas clásicas y reglas técnicas constituye el problema central del movimiento neoclásico, y la concepción de Jefferson pertenece, a grandes rasgos, a este cuadro natural. Sin embargo, su problemática es distinta y más sencilla que la que preocupa a la cultura europea; se diría que las reglas clásicas están concebidas, también ellas, materialmente, como datos previos, y que el problema de armonizarlas con las necesidades funcionales no supone una mediación entre los órdenes de hechos, sino una prudente selección entre datos materiales del mismo orden.


Bastará citar dos ejemplos: Viajando por Francia Jefferson recibe de las autoridades de Virginia el encargo del proyecto para el nuevo  capitolio, y envía, en su lugar , los planos acotados de la Maison Carré de Nimes, considerando el encargo como “una ocasión favorable para introducir en aquel estado el más perfecto ejemplo de la arquitectura antigua”. Cuando construye más tarde la Universidad de Virginia, hace el proyecto de estilo corintio, inmediatamente lo  transforma en jónico, dado que tiene que enseñar a los esclavos negros a esculpir las columnas, y considera que el capitel corintio es demasiado difícil de aprender.


p.231 En 1778 Jefferson escribe una especie de guía para el turismo americano que visite Europa, donde se enumeran los temas dignos de interés y aquellos otros de los que hay que prescindir. Los puntos considerados importantes son seis:


"La agricultura: todo lo referente a este arte.


Las artes mecánicas: mientras se refieran a cosas necesarias para América, que no se puedan trasladar acabadas; por ejemplo forjas, piedras talladas, embarcaciones, puentes (sobre todo éstos).


Las artes mecánicas ligeras y las manufacturas; algunas son merecedoras de una visita superficial: pero sería una pérdida de tiempo examinarlas minuciosamente.


Jardines; especialmente dignos de atención para un americano


La arquitectura: digna de mucha atención. Puesto que nuestra población se duplica cada veinte años, también debemos duplicar nuestras viviendas. La arquitectura figura entre las artes más importantes, y es deseable introducir el buen gusto en un arte tan representativo.


La pintura y la escultura; demasiado costosas para nuestras condiciones económicas… se deben ver, pero no estudiar."


Las obras más importantes de Jefferson – que precisamente desempeñan el papel de “modelos puros” durante muchos decenios – son el mencionado Capitolio de Richmond en Virginia, la Universidad del mismo estado y su residencia en Monticello. La espontaneidad con que Jefferson llega a este mundo de las formas confiere a sus edificios una gracia especial, desconocida por las inquietas composiciones de los europeos contemporáneos: son arquitecturas espaciosas, pero no monumentales, y la corrección del dibujo no perjudica la comunidad. El programa de distribución está trazado con suma claridad y simplificado de tal modo, que la aplicación de los cánones clásicos se consigue sin distorsiones ni esfuerzos. Puede decirse que la adaptación del repertorio antiguo al sistema de vida americano se ha conseguido hasta donde es posible, y en este punto se detiene Jefferson con instintivo sentido de la medida. No puede decirse lo mismo de sus continuadores, que pronto siembran por toda América columnas , frontones y cúpulas. La influencia de Jefferson sobre la cultura arquitectónica americana no se ejerce sólo por medio de sus propios trabajos.


En 1785 hace aprobar la Land Ordenance para la colonización de los territorios del Oeste, y desde 1789 a 1794, como secretario de Estado, promueve la fundación de la ciudad de Washington y el concurso para el Capitolio. Más tarde, como vicepresidente, y , a partir de 1801 como presidente, controla las obras públicas en toda la confederación y mantiene una estrecha relación con Benjamin H. Latrobe (1764-1820), para quien crea el cargo de superintendente de los edificios del gobierno federal.


p.254 El realismo a lo Jefferson, según el cual la cultura americana atribuye a los valores culturales una especie de consistencia material y separada, permite a los arquitectos de Chicago interpretar algunas de las exigencias de un modelo centro direccional con una notable carencia de prejuicios, y de ahí que consigan progresos en el sentido de "las formas puras" de que habla Giedion, anticipándose en algunas décadas a los arquitectos europeos...


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 CURTIS William. J. La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006. 3ª edición en español. 1ª edición 1986  


Págs.33-51 .“La industrialización y la ciudad. El rascacielos como tipo y símbolo”


"La incierta identidad del rascacielos aludía al problema mismo de la arquitectura moderna, y a la herencia de los dilemas norteamericanos con respecto a los valores relativos de las formas ‘culturales’, ‘vernáculas’ e ‘industriales’. Después de todo, el país era una creación colonial: había importado los estilos europeos desde el comienzo, adaptándolos gradualmente para enfrentarse a las condiciones locales. A principios del siglo XIX, el clasicismo recibió el sello de aprobación para la nueva república por parte de Thomas Jefferson, y más tarde retornó con distintas apariencias. En las décadas siguientes, los Estados Unidos sufrieron algunas de las mismas crisis que Europa, en las que los historicismos griego, romano, gótico y otros adoptaron un acento ligeramente diferente. Fue en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil cuando unos nuevos aires de integración e identidad nacional influyeron en las artes, resaltando la ‘falsedad’ de las imitaciones importadas. Los escritos de Horatio Greenough-que destacaban el oficio, la elegancia y la economía de los barcos- dieron expresión a un funcionalismo autóctono. Estos antídotos contra el historicismo caprichoso y el materialismo vulgar iban acompañados de otros signos de independencia cultural: en esas democráticas ‘tierras vírgenes’ de los parques urbanos de Frederick Law Olmsted-que invadían la retícula de la ciudad capitalista para hacerla más humana- y en la arquitectura de Henry Hobson Richardson se usaban modelos de la ‘naturaleza’ para civilizar la máquina."

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