Págs. 277-284.”Introducción. La búsqueda de lo nuevo”
Hacia 1890 la cultura artística tradicional entra rápidamente en crisis. El esfuerzo por mantener unidas las diversas experiencias arquitectónicas dentro del marco del historicismo, gastado y desgarrado en todos sentidos, está agotándose, en tanto que los motivos para una renovación de la arquitectura renovación de orden técnico, como los progresos constructivos o de orden cultural, como los planteamientos del movimiento Arts and Crafts han crecido lo bastante como para abarcar el problema general del lenguaje y proponer una alternativa coherente a la sumisión a los estilos históricos.
Este paso tiene lugar precisamente en la última década del XIX y pone en marcha la cultura arquitectónica, por vez primera en mucho tiempo, en su conjunto y no por sectores separados. Se trata de un período de excepcional actividad en el campo teórico y práctico; se suceden en muy poco tiempo ideas y experiencias cada vez más audaces, atenuando o eliminando del repertorio arquitectónico las habituales referencias estilísticas y transformando continuamente el repertorio así renovado.
Ya hablaremos, caso por caso, de los motivos próximos que han condicionado las diversas experiencias. Ahora es conveniente considerar los motivos remotos y generales, que se pueden agrupar en cuatro apartados.
La historia del debate filosófico sólo nos interesa de forma indirecta, y las observaciones que hagamos no conciernen al significado teórico de los diversos temas tratados -por otra parte sólo inteligible en relación con las teorías precedentes-, sino sólo a ciertas tendencias comunes que indican un cambio de actitud hacia los problemas del arte contemporáneo.
Perdida la confianza en los grandes sistemas idealistas, donde los rasgos distintivos del arte se desvanecían en las altas esferas de la dialéctica, un grupo de filósofos alemanes trata de construir una teoría más próxima a la especificidad de la experiencia artística, volviéndose en parte hacia el formalismo herbartiano. Entre ellos M. Scheler¹, que hace una distinción neta entre la belleza de la naturaleza y la belleza artística, necesariamente relacionada con lo feo, y E. Hartmann² que se vale de lo feo para distinguir, entre sí, diversas categorías de lo bello. Por los ejemplos mencionados se ve que estos escritores asocian lo «bello» con los preceptos de la tradición clásica, y lo «feo» con la ruptura de dichos preceptos, atestiguan así que el interés se ha desplazado hacia nuevas combinaciones formales, distintas de las tradicionales.
Los positivistas como Ch. G. Allen³, G. T. Fechner⁴, J. M. Guyau⁵, con sus intentos de estéticas fisiológicas, experimentales y sociológicas, llaman la atención sobre las relaciones entre el arte y las ciencias naturales y sociales, y ponen de manifiesto la inadecuación de las antiguas reglas artísticas, enfrentándolas con las novedades introducidas por los científicos; E. Grosse⁶ se propone hacer una especie de historia natural del arte, estudiando las manifestaciones de los diversos pueblos, especialmente de los primitivos, y ensancha, así, el campo tradicional de la cultura artística, preparando la revalorización del arte exótico y primitivo.
El más importante de los teóricos de esta época es K. Fiedler, que publica su ensayo sobre el origen del arte en 1887,⁷ en un momento crucial del debate para el arte moderno.