Págs. 131 - 147.“Mitos nacionales y transformaciones clásicas”
En el período que abarca aproximadamente de 1910 a 1920 se produjo en varios centros europeos un cambio generalizado en contra del romanticismo nacional, el Art Nouveau y su legado expresionista, y en favor de los valores clásicos. Este cambio adoptó muchas apariencias y configuró diferentes ideologías sociales y puntos de vista estéticos. Hablando en términos generales, era una “llamada al orden” que rechazaba el subjetivismo, el capricho y el provincianismo nacional a favor de unos ideales supuestamente más “universales” enraizados en varias fases del pasado clásico. Desde la perspectiva de los primeros años del siglo XX, la tradición clásica no se consideraba ni mucho menos monolítica.
Las interpretaciones más inventivas implicaban la transformación y la fusión de tipos y esquemas de orden del pasado para servir a novedosos impulsos creativos. Junto a las producciones algo rutinarias y agotadas del historicismo académico había movimientos, tanto “modernos” como “tradicionales” que recurrían a una interpretación más abstracta. El clasicismo bueaux arts, siguió siendo la modalidad dominante en el campo de la arquitectura pública, institucional y monumental de buena parte de Europa y Estados Unidos hasta bien entrada la primera mitad del siglo XX. Incluso un importante concurso internacional como el de la Sociedad de Naciones, en 1927, fue ganado finalmente por un proyecto de esta índole...
...En Gran Bretaña, el período de libre experimentación iniciado por el movimiento Arts and Crafts y por Mackintosh quedó interrumpido por una fase de cosmopolitismo clásico que satisfacía los propósitos de varios bancos y tiendas londinenses y que encajaba con el talante del final del imperialismo británico. Pero el estilo francés “no demasiado francés” de Reginald Blomfieldy la ampulosa Casa de Sráfrica (1922) de Herbert Baker en la plaza de Trafalgar eran pruebas de las degradación de una tradición, más que de su revitalización. La gran excepción fue Edwin Lutyens,cuyo infalible sentido de la masa, las proporciones, los materiales, la silueta y la implantación le aseguraron una fase de transición desde los valores del arts and crafts de sus casas iniciales hasta los gestos más grandiosos y las alusiones clásicas que parecían requerir los encargos estatales y comerciales más grandes. Lutyens buscó en el pasado con más prufundidad que sus colegas más “eruditos”, y su instituto le condujo a las audaces creaciones escultóricas del Barroco inglés de principios del siglo XVIII, en particular la obra de Hawksmoor y Vanbrugh. Este estilo no encajaba en una única categoría clásica y fundía las influencias europeas con una tradición medieval nacional.
La capacidad de Lutyens para captar las conexiones internas entre diferentes linajes formales le resultó particularmente provechosa para el proyecto se la Viceroy House, el palacio del Virrey británico en Nueva Delhi India entre 1912 y 1931.
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Págs.287-303.“La continuidad de las antiguas tradiciones”
Francia y Gran Bretaña fueron en general menos afortunadas con sus arquitectos 'tradicionalistas' y clásicos en el periodo entre aproximadamente 1910 y 1940. Por ejemplo, el académico francés P.H. Nénot (mencionado en el capítulo 15 en relación con la Sociedad de Naciones) estada plenamente dotado de todo el boato erudito de la respetabilidad beaux-arts, pero carecía del don para la síntesis original, como quedó bastante claro en la versión de la Sociedad de Naciones que se construyó en la década de 1930. Lo mismo podría decirse del arquitecto británico Reginald Blomfield, que fue uno de los exponentes de un elegante clasicismo beaux-arts importado de Francia en torno a 1910, Por ejemplo, sus extensas fachadas de Regent Street (1922) eran reelaboraciones poco inspiradas de motivos derivados de Palladio y Sansovino. En vista de ello, podemos entender por qué la generación más joven sintió la necesidad del cambio; incluso podría decirse que Perret, Behrens y Wright (en una generación) y Le Corbusier, Mies van der Rohe y Aalto (en otra) tenían de los principios esenciales del clasicismo una visión más profunda que esos doctos homólogos suyos que hacían referencias más patentes al pasado.
Aun así, Blomfield se convirtió en uno de los destacados portavoces de la posición 'tradicionalista'. En un debate celebrado en 1932 entre él y el moderno Amyas Connell, Blomfield afirmó que la arquitectura moderna estaba condenada a acabar en la barbarie debido a su insistencia en la función y a su falta de interés por las grandes enseñanzas del pasado.
“Discrepo de los modernos no por su rechazo de la tracería gótica y los órdenes clásicos o el ornamento sin sentido, ni por el uso que hacen del acero, el hormigón armado o cualquier otro material adecuado para construir, sino porque insisten en que no consideremos ya la arquitectura como un arte, sino sólo como una rama de la ingeniería.”
Frente a esto, Blomfield exponía así la posición de los 'tradicionalistas' (que transmitía mejor con palabras que con su propia arquitectura):
“[...] la civilización es demasiado antigua y complicada como para borrarla de un plumazo; se remonta a miles de años, y en todos esos años el hombre ha estado elaborando ciertas preferencias instintivas -o, si se quiere, prejuicios- que se encuentran en el fondo de la conciencia. Tales preferencias pueden erradicarse durante cierto tiempo, pero inevitablemente volverán a desempeñar su papel...).”
Es de sospechar que si Blomfield hubiese pasado menos tiempo tomándose al pie de la letra los eslóganes del 'funcionalismo' y se hubiese dedicado a examinar las obras reales de la arquitectura moderna, podría haber entendido que su postura no era tan drásticamente opuesta a la de los arquitectos 'modernos' como él imaginaba. Después de todo, uno de los principales mensajes de Vers une architecture había sido que debía volverse a los hitos primordiales del pasado clásico con el fin de resolver el problema de la arquitectura moderna. La diferencia entre Le Corbusier y Blomfield radicaba, por supuesto, no sólo en la divergencia de sus talentos respectivos y sus maneras particulares de interpretar la historia de la arquitectura, sino también en sus actitudes con respecto al mundo contemporáneo. Le Corbusier podría haber argumentado que el único modo de usar con provecho las enseñanzas del pasado era replanteárselas en función del presente; por su parte, Blomfield aplicaba la postura académica, que requería una adhesión más firme al lenguaje clásico, pero que tenía tendencia a caer en la esterilidad, puesto que era una transformación insuficiente de lo anterior. El clasicismo no era sólo una cuestión de estilo y, como siempre, las creaciones más auténticas eran las que inyectaban un nuevo significado y una nueva vitalidad formal a la herencia de los principios, los tipos y las ideas subyacentes de la arquitectura clásica.
El debate entre Connell y Blomfield no fue en absoluto un caso aislado de esa especie de caricatura de las visiones tanto 'modernas' como 'tradicionalistas'. Que se repitió en las décadas de 1920 y 1930. Lamentablemente, la atmósfera polémica hizo muy poco por aclarar las verdaderas relaciones entre la arquitectura moderna y el pasado, o entre la arquitectura tradicional y la modernidad. A remediar este asunto apenas contribuyeron los primeros autores que escribieron sobre el movimiento moderno, como Hitchcock, Pevsner y Giedion (cuyas obras trascendentales aparecieron en 1932, 1936 y 1941 respectivamente), pues concedieron un peso adicional a la idea de que la nueva arquitectura era de hecho absolutamente nueva. Esta actitud resultaba plenamente comprensible dado el contexto histórico y, en cierto sentido, se convirtió en la línea oficial ligada a la generación que entró en escena tras la II Guerra Mundial, su formación tuvo lugar bajo el manto de una tradición de la que comprendían sus eslóganes de modernidad, pero cuyas sutilezas con respecto al pasado remoto con frecuencia no conseguían captar. Así pues, el camino a ese pasado quedó temporalmente bloqueado.
Mucho más allá de las meras cuestiones de estilo arquitectónico, la lucha entre el tradicionalismo y la modernidad era un síntoma de las tensiones entre el avance de lo nuevo y el mantenimiento de lo antiguo en varias esferas de la vida social y política. Esa lucha agravaba las fallas existentes entre lo rural y lo industrial en algunos países, y entre las mitologías nacionales y las influencias internacionales en otros. La arquitectura moderna quebró las convenciones existentes e intentó instituir unas nuevas, pero fue una ruptura que varios tipos de conservadurismo encontraron difícil de aceptar. En la década de 1930, la arquitectura moderna se encontró a veces en vías de colisión con las fuerzas de la reacción política, pero en todos los casos sufrió transformaciones y revisiones propias que requirieron una mayor sensibilidad respecto a la continuidad de las culturas locales y a las exigencias de la tradición. Una de las ironías de este periodo es que, precisamente en el momento en que catalogadores y conservadores de museos estaban tratando de establecer los términos del Estilo Internacional', los impulsores de la arquitectura moderna ya se estaban pasando a otras cosas.