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MONTANER J. M., La modernidad superada. Arquitectura, arte y pensamiento del siglo XX . G. Gili. Barcelona, 2002.


págs.25-58 “Espacio y antiespacio. Lugar y no lugar en la arquitectura moderna”  


Ahora bien, justo en el momento en que Schmarzow define la arquitectura como “el arte del espacio” y Riegl sitúa como esencia de la arquitectura el concepto de espacio (un concepto que hasta entonces no había sido utilizado de manera explícita), este mismo espacio recién descubierto es superado. Riegl presenta como paradigma el interior delimitado y perfecto del Panteón de Roma. Sin embargo, la concepción que desarrollaban las vanguardias se basa en un espacio libre, fluido, ligero, continuo, abierto, infinito, secularizado, transparente, abstracto, indiferenciado, newtoniano, en total contraposición al espacio tradicional que es diferenciado volumétricamente, de forma identificable, discontinuo, delimitado, especifico, cartesiano y estático. A esta nueva modalidad de espacio unos la denominaron “espacio-antiespacio”, en relación a la teoría de la relatividad de Albert Einstein y la introducción de la variable del movimiento, y otros la calificaron como “antiespacio” por generarse como contraposición y disolución del tradicional espacio cerrado. Delimitado por muros.


Si el espacio tradicional encuentra su máxima expresión en el mundo unitario del Renacimiento, en el que no hay separación analítica entre los elementos del espacio y la forma y en el que la perspectiva cónica expresa la imagen del hombre como centro, la revolución de Copérnico en la ciencia en el siglo XVI esta en origen del antiespacio. Es cuando el espacio empieza a emanciparse. Cuando este se convierte en independiente y relativo a objetos en movimiento dentro de un sistema cósmico infinito. 


págs.59-88. “ El racionalismo como método de proyectación: progreso y crisis” 


La revolución epistemológica, que aportó una paulatina construcción de un método científico y la apertura del máximo horizonte del racionalismo había arrancado con Leonardo da Vinci, Copérnico, Giordano Bruno y Johannes Kepler, había tenido sus aportaciones trascendentales en Galileo Galilei y Francis Bacon, y culminado con la interpretación y síntesis de Isaac Newton a finales de este siglo XVII. Esta afirmación del poder del pensamiento y la razón, y esta exigencia de la necesaria referencia a la sistematicidad de la ciencia alcanzarían su máxima expresión en el sistema filosófico de George W. Friedrich Hegel a principios del siglo XIX.


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