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HUNT, Richard Morris

  • Arquitecto
  •  
  • 1827 - Brattleboro, Vermont. Estados Unidos
  • 1895 Estados Unidos

KOSTOF, Spiro., Historia de la arquitectura. Alianza Editorial. Madrid 1988. Tomo 3


págs.1107-1165.“Ambientes Victorianos” 


pág.1128. La América victoriana.


El arquitecto profesional comenzó a tomar posición contra este carpintero vernáculo populista. El primer esfuerzo serio de una defensa organizada se dio en 1857, cuando se fundó en Nueva York el Instituto Americano de Arquitectos (AIA, Ameri-can Institute of Architects). El espíritu impulsor fue Richard Morris Hunt (1827-1895), el primer arquitecto americano en estudiar en la École des Beaux-Arts. Hunt dirigía su oficina como el taller de un profesor de la École. Él y otros fundadores de la AIA oponían los procedimientos cultos y disciplinados del arquitecto a la creatividad libre de los constructores cuya filosofía del «hágalo-usted-mismo» consideraban una amenaza para su estatus. El nuevo eclecticismo defendido por la École también enarbolaba la imaginación creativa, pero con ella se implicaba una libertad erudita. Uno debía tener una amplia educación, aprender los estrictos principios del diseño, y aprobar un rígido currículum académico y una cualificación profesional. En América, cualquiera que así lo decidiese podía llamarse a sí mismo arquitecto y funcionar como tal.  El sistema de la arquitectura francesa, centralizado y financiado por el gobierno, podía estar fuera de lugar en Estados Unidos, pero la formación, la acreditación y sobre todo la profesionalidad, podían suponer alguna formalidad. La primera escuela de arquitectura tuvo su comienzo en el Instituto de Tecnología de Massachusetts en 1865 según el modelo de la École, pero convenientemente adaptado. Pronto le siguieron otras. En 1868 comenzó a publicarse la primera revista de arquitectura en Filadelfia.


Este joven establecimiento del Este tenía que batallar en dos frentes. La concepción utilitaria del constructor y el mensaje populista que con ello se asociaba, debían presentarse como algo ingenuo. El argumento era que aquellos eran meros mecánicos incapaces de enfrentarse con todo lo que no fuese la casa independiente más simple. Ante las composiciones de gran escala, ante una arquitectura pública que pueda sostenerse a si misma contra la europea, estos hombres rústicos eran ineptos sin remedio.


En esta línea, el lobby arquitectónico estaba obligado a luchar con un oponente mucho más importante: el ingeniero. Como experto independiente, la estrella del ingeniero había estado en ascenso durante algún tiempo. Los programas técnicos de ingeniería se acomodaron muy pronto en las universidades americanas, y allí era donde antes de la aparición de las escuelas de arquitectura, se enseñaba la arquitectura, o al menos su faceta constructiva. La primera sociedad de ingeniería se formó en 1852, antes que la AIA. En Washington, se estableció un Departamento de Construcción bajo el Ministerio de Hacienda al mismo tiempo que la oficina del Arquitecto Supervisor, y se designó a un ingeniero para dirigirla. De hecho, el cisma entre la «ciencia» de construir y el arte de diseñar, entre técnica e ideología, se estaba haciendo cada vez más profundo. En el lado de los ingenieros participaron en el debate artistas como Horatio Greenough y hombres de letras como Ralph Waldo Emerson. Ellos predicaban un mundo nuevo y mejor de formas que podían celebrar honestamente su función, liberadas de la tiranía del historicismo. Los modelos para la arquitectura debían ser los barcos y las locomotoras, los puentes de metal y las provechosas fábricas del presente industrial. Greenough proclamaba el «entero e inmediato destierro de la ficción».


 


 


 


 

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