MONTANER, J,M., La Modernidad superada. Arquitectura, arte y pensamiento del siglo XX. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1997.
Págs. 159-180. Uno de los efectos más fructíferos en esta relación entre arte y arquitectura se ha evidenciado en el espacio público. La síntesis entre las artes mayores y la arquitectura han sido el tema central del VI CIAM de Bridgewater de 1947. Pocos años antes, en 1943 Sigfried Giedion, Josep Lluís Sert y Fernando Leger publican “9 puntos sobre monumentalidad”. Toda esta nueva búsqueda de la nueva momumentalidad y de la expresión del arte moderno en la ciudad contemporánea eclosiona a partir de los años 60, cuando se produce un cambio cualitativo drástico. Durante el SºXIX y principios del SºXX predomina una idea tradicional y conmemorativa del arte público en la ciudad: figuras y estatuas ecuestres que poseían un valor simbólico y político. A partir de estos años se instalan obras de arte de vanguardia que, generalmente, han sido bien asimiladas por la comunidad. Primero serán piezas de Picasso, Calder, Henry Moore, Jean Debuffet, Claes Oldenburg, Isamu Noguchi y otros. De esta manera, la caja cerrada del museo tradicional se disuelve. Este proceso se produce en esta últimas décadas a raíz del soporte de las administraciones a la instalación de obras de arte en el espacio público, empezando por capitales estadounidenses como Filadelfia y más tarde Chicago y New York y continuando con ejemplos mas recientes como los de Kassel, Groningen, Barcelona o San Sebastian. Por lo tanto, el soporte de la administración en los países avanzados y, sobre todo, en Estados Unidos, con sus leyes de “tanto por ciento”, ha sido básico para que se produzca este nuevo proceso.
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El arte contemporáneo ha sido testimonio de la incorporación de las referencias orgánicas. En las creaciones de autores como Jean Arp, Louise Bourgeois, Henry Laurens, Joan Miró, Henry Moore e Isamu Noguchise ha manifestado esta adopción creativa de las formas procedentes de la naturaleza, con especial énfasis en formas orgánicas que serían referibles al cuerpo femenino. Por otra parte, las obras de land art,donde se hace intervenir a la naturaleza, constituyen otra tradición de sistemas artísticos basados en el terreno, la topografía y la materialidad de la tierra. Fundadas en la tradición de la fenomenología, las obras de Robert Morris, Nancy Holt, Richard Longy otros inducen al espectador a sumergirse en la experiencia del tiempo, un tiempo procesual y transcurrido, que tiene que ver con los ciclos naturales: noche y día, las estaciones del año, la evolución de los suelos y de las especies. Las obras de land art, por lo tanto, penetran en el tiempo inmemorial, de larguísima duración, de la naturaleza. Por ejemplo, The spiral jetty(el muelle en espiral) en Utah (1970) de Robert Smithsonse refiere al tiempo de la evolución de lo vivo.
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Págs. 17-38.“Introducción. La arquitectura de los años 1960. Esperanzas y temores”
El estado actual de la arquitectura
La revitalización del muro.
Para llegar a ser un elemento constitutivo de un volumen, el muro tuvo que despojarse primero de todas las erupciones decorativas del siglo XIX y tuvo que producirse un redescubrimiento de los valores estéticos de la superficie plana pura, cuyo poder expresivo se había perdido desde los tiempos egipcios.
En cuanto a la concepción espacial, este redescubrimiento desmembró la casa maciza tradicional. Fue a principios de los años 1920 cuando Theo van Doesburg, Cornelis van Eesteren, Gerrit Rietveld y Ludwig Mies van der Rohe hicieron realidad esta transformación. La casa quedó diseccionada en planos rectangulares lisos.
Este redescubrimiento de la superficie pura resultó fundamental; fue la base sobre la que pudo desarrollarse una segunda fase. Esta segunda fase también incorporó el plano como un elemento inherente; era diametralmente opuesta al uso del muro como telón de fondo para la aplicación de relieves: una actitud que tiene su prototipo en los relieves casi exentos del Helenismo tardío (el altar de Pérgamo). Lo que nos interesa de esta segunda fase es la integración plástica de la superficie y el modelado. Éste es el sello distintivo tanto de los relieves como del tratamiento arquitectónico-escultórico del muro: se confiere nueva vida a la naturaleza de los relieves primigenios, tallados en la propia roca, y de los relieves rehundidos de Egipto, tallados en piedra.
El interés contemporáneo por la escultura y por las posibilidades plásticas de la arquitectura tiene como resultado un interés creciente en los relieves murales por parte de los escultores y en la revitalización del muro por parte de los arquitectos. Entre los artistas pioneros en este campo, incluso antes de 1920, estaban Jacques Lipchitz, Raymond Duchamp-Villon y Marcel Duchamp. A principios de los años 1950, esta tendencia recibió un gran impulso gracias a las hermosas balaustradas con relieves de Mirko Basaldella en el monumento a los prisioneros de guerra asesinados en las Fosse Ardeatine, Roma; a los relieves de Henry Moore que surgían de un muro de ladrillo en Rotterdam; y al conjunto de la obra de Étienne Hajdu.