El Ayuntamiento de Rentería es uno de los mejores representantes de la arquitectura barroca urbana en Gipuzkoa. Y lo es por varias razones. En primer lugar porque la villa buscó a un arquitecto para hacer el proyecto, en vez de dejarlo en manos de canteros y herreros. Se llamó a Fray Miguel de Aramburu, arquitecto y tracista, es decir a alguien versado en el estudio teórico-práctico de la arquitectura, de ahí que la composicion particularmente del alzado sea tan refinada.
La construcción que se lleva a cabo entre 1604 y 1607, se sitúa en un solar que cierra una plaza muy irregular, presidida por la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. El volumen de la construcción es un cubo, con impostas horizontales corridas marcando cada piso, y una cornisa de un vuelo de casi dos metros de largo. Frente a la iglesia, verdadera protagonista de este espacio, con su emplazamiento descentrado y su geometria irregular con diferencias de cota incluidas, el ayuntamiento se destaca así mismo desde la simetría y la composición clásica, ordenada y comedida. O desde su volumen neto de edificio que hace de cabecera de calle. La diferencia de geometrías y tamaños permite que la iglesia y el ayuntamiento se relacionen sin conflictos.Parten de objetivos distintos y el del consistorio es mostrar una presencia nítida y eficaz de la autoridad. La diferencia de las fugas visuales verticales de la iglesia y las marcadas horizontales del ayuntamiento consiguen un equilibrio suficiente en su entorno urbano inmediato. Aramburu forzó este recurso.Las líneas horizontales del edificio, surrayado por su sobresaliente tejado, anclan el edificio y suavizan la sobrecarga ascensional que la plaza soporta con la iglesia.
La cubierta es a tres aguas y fue desfigurada en 1906 con un levante que se construyó para vivienda del conserje, que rompe la coherencia de la forma cúbica del edificio. El acceso se realiza a través de un atrio con arkupes que ocupa la mitad de la superficie, haciendo la transición entre la plaza abierta y la entrada al edificio. Este espacio puede ser utilizado además de espacio de transición, como mercado cubierto. Esta distribución se repite en la planta principal y allí se corresponde con el salón de plenos. La planta segunda es de servicios al igual que la que hay bajo cubierta.
La escalera vuelve a ser de nuevo el gran distribuidor. En este caso se descentra para llevarla a la pared trasera, sin duda calculando inmediatas ampliaciones. Aquí encontramos el recurso barroco de entrar y toparse con que el recibidor es la propia caja de la escalera. Su presencia se manifiesta por fuera, en el alzado lateral, con un aparejo murario que se hace más denso y resume los huecos para señalar el lienzo por cuyo interior discurre la gran pieza. En cuanto a la fachada que da a la plaza, la principal, el aparejo de sillería, los arcos de doble altura, las impostas de los forjados y el ritmo de huecos de las plantas superiores alineados a los arcos de la baja, son los elementos esenciales. La concesión al adorno se ciñe a las orejetas de los vanos y a la delicada labor de rejería de los balcones. El gran blasón central hace el resto. Señala la presencia del balcón de autoridades y del Salón de Plenos, además de marcar el eje de simetría de la fachada. De nuevo un recurso barroco muy bien escogido, dado que ésta es una composición comedida y clasicista, de sensibilidad herreriana que fía casi toda su capacidad expresiva a los elementos arquitectónicos y no a los ornamentos. Y hasta aquí el edificio antiguo. A partir de principios del siglo XX empezaron las sucesivas reformas que fueron desfigurando la construcción por dentro y por fuera. Desde el levante hasta las ampliaciones mediante derribos de las casas contiguas, de la idea original del cubo ya sólo queda la sensación desde la plaza. Al menos, esa parte del proyecto de Aramburu ha permanecido fiel. Por otro lado, en la última reforma realizada a finales del siglo XX, la más reciente, se ha dispuesto un patio interior que ha conseguido un espacio muy interesante. Ilumina generosamente el recibidor y enseña sin complejos el contraste entre el edificio antiguo y los añadidos, lo cual permite leer todavía parte de ese interior original. En cualquier caso, es un itinerario que merece la pena conocer. Entre el barroco que se encara desde la plaza y la idea contemporánea de los interiores institucionales. Así como el diálogo entre el ayuntamiento y la parroquia definió el lugar y lo significó, la relación entre el exterior y el interior ha dulcificado el impacto de las continuas alteraciones.