CAMPBELL James W.P., La biblioteca. Un patrimonio mundial. Edit. Nerea. San Sebastián, 2013.
pág.279-283. "Cuando llegaron los años ochenta del pasado siglo ya hacía mucho que las salas de la Bibliotèque Narionale diseñadas por Labrouste se hallaban desbordadas, hasta el punto de que los fondos estaban repartidos en edificios auxiliares de todo Paris. La decisión de construir una nueva sede fue enteramente política. Cuando en 1988 el presidente François Mitterrand firmó el decreto que autorizaba la construcción del edificio, se puso en marcha otro más, entre los numerosos grands projetcs que han caracterizado las distintas presidencias de la República Francesa. Tras convocarse un concurso internacional el arquitecto escogido fue Dominique Perrault (1953) que a la sazón contaba tan sólo con treinta y seis años. La elección de un francés gustó a la opinión pública, pero el proyecto, audaz, creó reacciones hostiles.
A finales de la década de los 80 existía un consenso generalizado entre los profesionales de centros bibliotecarios, sobre la conveniencia de ubicar el depósito en la parte inferior del edificio, a ser posible como en la Biblioteca Británica, en un sótano protegido del calor y la luz solar. Sin embargo Perrault era consciente de que el emplazamiento del nuevo edificio, próximo al rio Sena, dificultaba el almacenamiento de los volúmenes en un sótano. Pero ubicar las estanterías del depósito en el nivel de la calle ocuparía buena parte del espacio destinado al público y generaria una estructura voluminosa y poco elegante. Por ello propuso colocar los libros en unas altas torres situadas en las cuatro esquinas del solar. De esta manera, retirando los libros del cuerpo principal del edificio se consegía un espacio diáfano para las salas de lectura. Además el sideño de Perrault aprovechaba el desnivel del terreno; la cubierta de la biblioteca se convirtió en una enorme plaza pública abierta cuyo centro se abre para acoger a un jardín rehundido lleno de pinos. Las copas de estos últimos resultan visibles desde la plaza.
En la prensa francesa, el proyecto de Perrault se encontró con ácidas críticas. Se rechazaba el planteamiento de que cualquiera pudiera utilizar la parte superior del edificio, que acogería instalaciones pensadas para fomentar la participación ciudadana. Aquello perturbaría - decían aquellas voces - a los investigadores serios. Y sobre todo, se condenó la idea de alojar el depósito en las torres, pues se afirmaba que se calentarían en exceso, además de construir un uso ineficiente del espacio. Todos estos argumentos resultaron a la postre infundados. Las obras fueron iniciadas a finales de 1990. La estructura se construyó en 1995, y los árboles se plantaron en 1994, inaugurándose el conjunto en 1996.
El proyecto de Perrault se caracteriza por su generosidad en todos los niveles. En primer lugar, aporta un espacio genuinamente público en una parte de Paris donde escaseaban los espacios abiertos. Sus terrazas de madera permiten que la gente se tumbe al sol o se siente a disfrutar de las vistas del Sena. En su interior los recibidores exhiben proporciones generosas y techos elevados. La planta superior contiene una serie de espacios públicos para albergar exposiciones y acoger al visitante eventual. Sin embargo, el gran logro de Parrault radica en las salas de lectura principales, que pueden acomodar a 1.556 usuarios. El arquitecto diseñó estanterías y accesorios interiores con un sentido perfecto de la coordinación. En demasiadas bibliotecas modernas las estanterías se encargan en una fase posterior a la conclusión del proyecto, y con ello se suele arruinar el espacio interior por el mobiliario mal conebido y estéticamente feo. Aquí, por el contrario, todo se ha seleccionado e instalado con esmero. Estantes y galerías dividen la inmensa superficie de las salas de lectura en recintos más pequeños. Todos ellos dan al jardín. Desde cualquier ángulo se vislumbran los árboles, de forma que aunque se esté sentado en la Biblioteca Nacional de Francia,en plena ciudad de Paris, se tiene la sensación de estar en el campo, ajeno al ruido y al ajetreo de la urbe. Mientras que Labrouste incorporó los jardines a las salas de lectura de la rue Richelieu pintándolos en los muros, Perrault ha llevado la naturaleza real al corazón del edificio. Esta experiencia arquitectónica sin igual hace de esta obra una de las más granes bibliotecas de la historia.