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New York. Forma y desarrollo urbano

New York. Forma y desarrollo urbano

  • 1811 -
  •  
  • MORRIS, Gouverneur
  • DE WITTE, S.
  • RUTHERFORD, J.
  •  
  • New York
  • Estados Unidos

BENEVOLO, L.,”Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.217-241." La tradición norteamericana".


El plan de Nueva York de 1811


Entre la guerra de independencia y la guerra de secesión, la Confederación americana se consolida y se extiende hasta el Pacífico; en este periodo la economía de los Estados Unidos se basa en un relativo, pero estable, equilibrio entre la agricultura y una moderada industrialización. La urbanística americana se asienta ahora en formas que serán estables durante mucho tiempo, sin conocer los profundos conflictos que agitan por entonces a Europa.


 La fundación de nuevas ciudades constituye siempre un problema actual, a medida que la colonización avanza. Algunos colaboradores de L'Enfant tratan de trasplantar al Middle West los criterios volumétricos del plan de Washington, en forma ambiciosa y a gran escala, como Woodward en el plano para Detroit de 1807, o en forma elemental como Ralston en el plano de Indianápolis de 1821. Aparecen así curiosas simbiosis entre el concepto barroco de la composición radial y el concepto indígena de la retícula indiferenciada; Ralston superpone a la retícula cuatro calles diagonales que se encuentran en el centro, en una plaza redonda; Woodward imagina una serie indefinida de sistemas radiales, es decir, utiliza el modelo volumétrico del cruce de calles en estrella como elemento a repetir a voluntad, pero su intento, demasiado aparatoso, sólo se realiza en pequeña parte.


 Precisamente en esos mismos años se proyecta el grandioso plano de la expansión de Nueva York, que deja de lado resueltamente los esquemas volumétricos de L'Enfant y aplica la malla uniforme a una escala hasta entonces inaudita.


 A principios del siglo XIX Nueva York cuenta casi con 100.000 habitantes, reunidos en la punta de la península de Manhattan. Hasta ahora el desarrollo de la ciudad no ha seguido ningún plan previo, pero en este momento la rapidez del crecimiento hace necesario un plan de urbanización para toda la península.


 Puesto que la Municipalidad no puede resolver el problema por sí sola, se dirige a la administración del estado, que nombra una Comisión formada por el Gouverneur Morris, S. De Witte y J. Rutherford. La Comisión trabaja durante cuatro años preparando cuidadosamente los métodos de proyecto y las posibilidades de actuación, y el proyecto definitivo se aprueba en 1811.


 Como es sabido, el plan de Nueva York dispone una red uniforme de calles ortogonales: se llaman avenues las que van de Norte a Sur, doce, y se las distingue con las letras del alfabeto; se llaman streets a las orientaciones de Este a Oeste, denominadas con números, del 1 al 155. La única calle irregular que atraviesa en diagonal este trazado es Broadway, una calle ya existente y que la Comisión quiso eliminar, debiendo conservarla a causa de los intereses ya establecidos en sus márgenes. Como única zona libre está previsto un rectángulo entre la 4ª y la 7ª avenue y la 23ª y 34ª street, haciendo las funciones de plaza de armas. Posteriormente este espacio se llena, mientras más arriba se reserva un rectángulo mayor para la construcción del Central Park (1858).


 Las dimensiones del plan son enormes, las avenues corren rectas a lo largo de casi veinte kilómetros, y las streets a lo largo de cinco; los comisarios prevén que, al cabo de cincuenta años, en 1860, la ciudad habrá cuadruplicado sus habitantes, y llegará a ocupar la malla hasta el 34ª street, en realidad, el crecimiento sería mucho más rápido, pero el plan prevé, en total, espacio para dos millones y medio de habitantes, y será suficiente para cubrir la expansión de Nueva York hasta finales del siglo XIX.


 El plan de Nueva York es notable por varias razones: ante todo es el primer caso –aparte de las ciudades fundadas ex novode un planteamiento unitario para controlar la expansión de una ciudad moderna de tales dimensiones, cuando todavía en Europa el problema está lejos de madurar. Por otro lado, la escala de aplicación hace desaparecer definitivamente cualquier comparación con los planos barrocos, y pone de manifiesto una nueva concepción de la ciudad basada en una tradición específicamente americana.


 Se podría decir que el problema planteado a los miembros de la Comisión nombrada por el estado de Nueva York es un problema de geometría analítica, más que de geometría proyectiva; el suelo de la ciudad se concibe como un plano cartesiano susceptible de ser medido por medio de abscisas y ordenadas –en este caso se llaman avenues y streets—con un objetivo extremadamente limitado: permitir la formación de cierto número de parcelas o divisiones, identificada cada una con un número, donde puedan caber las actividades futuras, sean de la clase que fueren, sin entorpecerse mutuamente, y donde todas tengan fácil acceso con los servicios públicos. El problema de la ciudad moderna es un problema de coordinación; aquí, aprovechando la relativa abundancia de espacio, hay que establecer el tipo de coordinación menos vinculante, es decir, reducir las reglas al mínimo compatible con las necesidades técnicas de la convivencia, dando, sin embargo, a estas pocas reglas un carácter muy rápido e invariable. Así, en la Constitución americana, las reglas de la convivencia política están pensadas para coartar lo menos posible la iniciativa de los ciudadanos, por lo que se reducen a una serie de enunciados formales, cuyo significado sólo es comprensible en relación con el uso que se ha hecho y se hace de ellos. Sin embargo, el desarrollo ordenado de la vida pública y privada está ligado al consenso unánime sobre estos esquemas; también aquí, en Nueva York, el prodigioso desarrollo de la ciudad y el equilibrio de las actividades que en ella se desarrollan dependen del hecho que el problema de la estructura urbana está solucionado de la forma más elemental, albergando simplemente, las más diversas iniciativas edificatorias en las mallas predispuestas por la cuadrícula (esto, al menos, hasta los últimos decenios, cuando la escala de los problemas habrá llegado un punto tal que la propia cuadrícula habrá quedado pequeña e inadecuada, llegando plantear graves problemas de transformación estructural, tanto más difíciles de resolver cuanto más fuerte es la resistencia ofrecida por el viejo sistema; pero este razonamiento será tratado más adelante).


 En sus conclusiones, redactadas en 1811, los miembros de la Comisión dicen haber dudado entre el sistema de cuadrícula y un proyecto del tipo de L'Enfant, con plazas y calles radiales; han elegido la primera solución “porque una ciudad se compone de casas y, cuando las calles se cruzan en ángulo recto, la construcción de las casas es más barata y la vida en éstas es más cómoda”. La ausencia de plazas y terrenos libres, queda justificada con un razonamiento igualmente expeditivo, “las plazas no son necesarias; se vive en las casas , no en las plazas”.


 Con ello resultado no ya una ciudad monótona o excesivamente ordenada, sino, por el contrario, demasiado poco ordenada; de hecho, se ha visto después que la ciudad moderna no se “compone principalmente de casas”, sino de muchas otras cosas, ferrocarriles, mercados, almacenes, oficinas, hospitales, teatros, cines, aparcamientos, etc., que presentan escalas y exigencias diferentes, y no pueden colocarse “donde quepan” en la malla ortogonal, sino que exigen, por el contrario, una organización muy distinta. La nueva ciudad se encuentra ahora sobre la vieja planta como dentro de un vestido que ha quedado pequeño, y para seguir viviendo tiene que forzar los viejos trazados –topando con muy grandes resistencias, precisamente porque hasta ahora se ha calculado todo como si hubiera de ser eterno—, o bien tratar de soslayar los viejos trazados, pasando por debajo o por encima de ellos con vías subterráneas o elevadas.


 El plan de 1811 sigue siendo una de las principales contribuciones a la cultura urbanística moderna y, por haber sido llevado a cabo íntegramente, ha puesto de manifiesto todas las consecuencias técnicas, jurídicas, económicas y formales de los criterios de partida; como resultado del plan ahí está la ciudad de Nueva York que todos conocemos, “el primer lugar del mundo a la altura de los nuevos tiempos”.


 Esta misma combinación de rigidez formal en algunos puntos y libertad en todos los demás, caracteriza la legislación de la edificación en la ciudad de Nueva York; también a este respecto, la experiencia americana se adelanta en algunos aspectos a la europea y queda atrasada en otros.


 Desde el principio del siglo XIX los precios del terreno suben rápidamente en Manhattan, lo que impulsa a los propietarios a una explotación intensiva, y desde entonces se promulgan leyes que prohíben erigir edificios que cubran por entero el solar, sin dejar patios; se dispone también que el Ayuntamiento pueda expropiar los edificios que no cumplan estas reglas, derribarlos y dar al solar un destino oportuno (al parecer en las primeras décadas del siglo XIX se hizo uso de esta facultad en diversas ocasiones).


 La superpoblación, sin embargo, no disminuye; la única forma de vivienda económica durante la primera mitad del siglo consiste en las viejas casas degradadas, cuyas habitaciones originarias se han dividido por medio de tabiques. En 1834 un informe sobre las condiciones higiénicas de las viviendas de Nueva York llama la atención de las autoridades sobre este problema, pero sólo en la segunda mitad del siglo se toman medidas al respecto; en 1866 se crea una Oficina de higiene, y en 1867 se aprueba la primera ley sobre casas de alquiler, seguida por una segunda, más severa, en 1901. Se trata de simples reglamentos, que prescriben ciertos standards mínimos para los nuevos edificios, pero no prevén ninguna intervención directa de las autoridades.


 Sin embargo, a partir de 1850, surgen numerosas iniciativas privadas para construir viviendas baratas decentes. En 1847 la Association for Improving the Conditions of the Poor presenta un proyecto de casa popular modelo y, en 1855, decide construir “una o más casas-modelo para las clases trabajadoras, con viviendas cómodas y bien ventiladas, con alquileres asequibles a los más pobres, de forma que se puedan recuperar, en lo posible, los gastos”.


 Es interesante observar que la autoridad pública acepta numerosas sugerencias extraídas de estas experiencias, para la determinación de los standards a introducir en el reglamento, pero no toma ninguna iniciativa para apoyarlas y mucho menos para intervenir directamente; sólo después de la guerra mundial tienen lugar intervenciones estatales en la edificación, alterando la cuadrícula concebida para alinear las intervenciones privadas.


 


 


 


 


 

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