pág. 17 “La Cancillería era un edificio estrecho y alargado, casi todo él no más ancho que una sala y un pasillo, que se extendía a lo largo de los cuatrocientos metros de Voss Strasse. Speer diseñó una fachada de piedra simétrica para el pasillo que daba a la calle a fin de tapar la parte trasera de los grandes almacenes Wetheim. Para conceder a esta fachada cierto aire palaciego, la dividió en tres partes, con una sección central con relieve y dos alas que sobresalían por los extremos, cada una con su propia entrada flanqueada por columnas. La imagen de la enorme fachada, que vista de frente sugería que detrás se escondía un gran palacio, en contraposición a la realidad, que consistía en una sola habitación y un pasillo, producía un desequilibrio absurdo. Engañadas por la grandilocuencia abierta de Voss Strasse, las visitas oficiales se equivocaban de puerta y para poder entrar había que acompañarlas hasta la vuelta de la esquina, hacia el muro de piedra donde estaba la entrada principal, a pesar de que según la lógica de la arquitectura de Speer parecía que era la puerta trasera del palacio. De no ser así, las visitas se perdían todo el número. Si se saltaban todas esas grandiosas entradas, patios y vestíbulos, podrían recorrer el pasillo que conducía directamente al escritorio de Hitler.
En la Cancillería en realidad había cuatro plantas por encima del nivel del suelo, pero por el diseño de la fachada daba la impresión de que sólo eran tres, lo que aumentaba tanto las proporciones que el antepecho de las ventanas a menor altura, supuestamente las de la planta baja, estaba a un poco más de un metro de la calle. Los peatones que contemplaban este gigantesco objeto de piedra se topaban con una hostilidad fría. El mensaje de la arquitectura no dejaba lugar a dudas. Aquel era un lugar reservado para gigantes, a pesar de que el edificio no era más que un envoltorio imponente para el elemento más importante de su diseño: el camino triunfal hacia el escritorio de Hitler.
Incluso el proceso de construcción de la Cancillería se presentó como una demostración de la superioridad técnica y organizativa alemana sobre las demás naciones. Speer y Hitler conspiraron de una manera un tanto engañosa para sugerir que el proyecto entero se llevó a cabo en un solo año. No anunciaron su intención de construir una nueva Cancillería hasta enero de 1938, cuando Speer ya había empezado a comprar viviendas en Von Strasse y se disponía a derribarlas para despejar los terrenos.
Cuando terminó la guerra, la importancia desmedida que daba Speer al valor de las ruinas en la arquitectura del Reich, argumento que empleó para justificar el uso de materiales "auténticos" tan costosos como el granito y el mármol, parecía hueca y vacía. Acribillado por el fuego de la artillería y las bombas de los alidas, con las puertas de bronce retiradas para ponerlas a buen recaudo, el Patio de la Cancillería parecía de todo menos una ruina noble.
Tras la derrota alemana, los dirigentes aliados hicieron peregrinajes hasta las ruinas de la Cancillería para ver con sus propios ojos la agonía del régimen de Hitler.”
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Págs. 351-369“Las críticas totalitarias al Movimiento Moderno”
En 1938, el núcleo interno del Reich decidió que el edificio de la Cancilleria de Berlin debía ser reconstruido a una escala acorde con la talla cada vez más imperial de su dirigente. Speer ideó a toda velocidad un escenario adecuando. El salón personal y el despacho de Hitler estaban situados junto a un intimidatorio pasillo de mármol casi tan largo como la Galeria de los Espejos de Versalles. Se llegaba a él a través de una secuencia de espacios ceremoniales (un patio de honor, a un vestíbulo, una sala de mosaicos y un salón redondo, mientras que al otro extremo del edificio estada la sala de conferencias del gabinete ministerial. Hay que reconocer que la planta tenía una composición bastante elegante decorativa que aunaba diversos modelos antiguos pero una vez construido, las formas clásicas desnudas tenían un carácter torpe e insulso. Se llevó piedra de todos los lugares de Alemania para este proyecto, y los edificios se levantaron en menos de dieciocho meses La enseña y los emblemas nazis se tallaron en los muros y los muebles para dar un impacto adicional a los mensajes opresivos y obvios de la arquitectura con su escala imponente, sus materiales ricos y lustrosos, su pomposa uniformidad axial y su disciplinada repetición. El juego psicológico estaba claro: el estadista o embajador visitante debía ver que el nuevo Reich se había convertido en mecenas de las artes monumentales, y debía quedar a desventaja momentánea a causa del recorrido de 200 metros por suelos pulidos, flanqueado por banderas con esvásticas y uniformes impecablemente diseñados, antes de aparecer en eje transversal, presumiblemente para ver al Führer esperando tras su escritorio en una sala de proporciones grandiosas. Fue en el bunker cercano a este edificio donde Hitler puso fin a su vida en 1945, mientras los proyectiles rusos destruían toda esta obra nazi.