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Fachada de la Ópera Garnier, París

Teatro de la Ópera de Paris

Ópera Garnier de París
  • 1861 - 1875
  •  
  • GARNIER, Charles
  •  
  • París
  • Francia
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KOSTOF, Spiro., Historia de la arquitectura. Alianza Editorial. Madrid 1988. Tomo 3


págs.1107-1165.“Ambientes Victorianos” 


pág.1118. El panorama desde Paris. 


El régimen de Napoleón III y la Emperatriz Eugenia había dado lugar a un nuevo período de opulenta grandeur que hizo todo lo posible para olvidar las realidades de la sociedad industrial, o mejor para mantenerlas separadas de la vida pública y ritual del país. A estos objetivos estaban dirigidas tanto la instrucción formal de la École como la producción profesional de sus graduados más distinguidos. Y los dos monumentos parisinos que mejor reflejan la complejidad cultural de su época, aparte de la magnífica arquitectura en papel de los proyectos del Premio de Roma en los que brillaba la grandiosa belleza de la composición e interpretación de Beaux-Arts, son el Louvre y la Opera de Charles Garnier (1862-1875)...


... La Ópera llevó esta opulencia de apariencias a las masas. Este era su palacio, el lugar en el que tendrían su oportunidad de brillar, y Garnier (1825-1898) no regateó esfuerzos para asegurar su éxito. El programa arquitectónico no es tanto la representación de óperas como el ritual de asistir a la ópera: la llegada, la relación social antes de la actuación y durante los intermedios, la ceremoniosa salida. Hay magníficas entradas tanto para los que llegan a pie como para la clase de los carruajes. Se encuentran en una gran escalinata, la parte más fabulosa del edificio (Fig. 25.8). Aquí el público está en exposición, mostrándose y observándose unos a otros. Garnier escribe: 


«Nadie solía pensar que aparte del espectáculo de las obras representadas la vista de una amplia escalera llena de gente era también un espectáculo de pompa y elegancia. Pero hoy, el lujo se está extendiendo, el confort es requerido en todas partes, y hay a quienes les encanta ver el movimiento de una masa variada y elegante... Los ojos, así como la mente, pujan por la satisfacción y el placer. Todo ello impone al arquitecto disposiciones amplias y monumentales con escalinatas vastas y espaciosas... Al disponer colgaduras, candelabros, girandolas y arañas, así como mármoles y flores, color por todas partes, uno hace de este conjunto una composición brillante y suntuosa». 


 Garnier no tenía fe en el racionalismo, en la ingeniería, en los nuevos materiales. Su única concesión a las cuestiones prácticas era también algo fijo de la formación de Beaux-Arts; la circulación, y la clara expresión de las funciones mediante volúmenes separados. En este aspecto, el diseño es soberbiamente elocuente. Pero no es en esto en In que nos fijamos cuando vamos a la Opera. Nos fijamos en la decoración. Y aquí no hubo límites para la imaginación (y tampoco para el bolsillo), para inventar y componer. Garnier escribía: «Respecto a la decoración como tal, y respecto a qué estilo y ordenación se va a adoptar, no hay más guía que la inspiración y el deseo del que está haciendo el edificios. Se acabaron los eternos principios del clasicismo.  


Un escritor reciente llamaba a la Opera una fantasía de lo suntuosos. Su riqueza no fue superada, ni siquiera en el mundo del barroco. Podemos desmenuzar gran parte de su inspiración. Miguel Angel y la fachada oriental del Louvre de Charles Perrier serán buenos puntos para comenzar nuestro análisis. Pero la reagrupación de este material por Garnier, las transformaciones en escala y ornamento, llevan a las fuentes a un papel acumulativo y mnemotécnico; nada más. En el mejor de los casos, leemos una  serie de cuadros situados en torno a la gran escalinata, y en ella misma. Estos son esencialmente estáticos. Encajado dentro del marco del esqueleto de orden gigante en el plano del primer término, hay un sistema secundario, en un plano más profundo, de columnas de pequeña escala y superficies de muro perforadas. Pero la ornamentación se mueve hacia dentro y hacia afuera de esta construcción estática, dotándola de un movimiento barroco. Hay profusión de espejos en los que ajustar nuestras galas y admirarnos. El color es cautivador. Exteriormente, en una paleta más restringida, contribuye a articular la fachada de forma que pueda distinguirse bien desde diversas distancias. Interiormente, las sombras más oscuras de oro y marrón, y las chillonas explosiones de rojo, azul y verde malaquita, han sido concebidas para verse más vivamente con la luz artificial de una representación nocturna. 


 


 


 


 


 


 


 



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