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Roma. Origen y desarrollo urbano

Roma. Origen y desarrollo urbano

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GIEDION S., Espacio, tiempo y arquitectura. Edit. Edit. Reverté. Barcelona, 2009.


Págs. 65-183. “Nuestra herencia arquitectónica”


Sixto V (1585-1590) y el plan de la Roma barroca


Roma, ciudad única


Roma, París y Londres los focos más importantes de la civilización occidental   crearon los prototipos de las grandes ciudades actuales. Sin embargo, Roma es única. En periodos anteriores había habido ciudades con un millón de habitantes, o incluso más, que habían sido los focos centrales de grandes culturas y vastos Imperios. Pero cuando éstos cayeron, sus centros neurálgicos se desintegraron por completo; nunca tuvieron la oportunidad de surgir de nuevo. Incluso Roma después de que se pusiese su nombre a un imperio de escala mundial se hundió durante mil años tras su caída en una lánguida decadencia.


Pero hacia 1500 Roma había surgido de nuevo, y durante el siglo y medio siguiente se convirtió en el centro, primero, del desarrollo artístico y, después, del urbanismo. Fue en suelo romano donde el Renacimiento alcanzó su apogeo, y fue allí donde se formularon los medios de expresión barrocos, que impregnaron toda de la cultura occidental, sin detenerse en fronteras territoriales ni religiosas. 


Un anticipo: en Roma, la escala urbana del Renacimiento se hizo añicos de una vez por todas. En lugar de esa ciudad limitada, rodeada de murallas y con forma de estrella, durante los cinco años de papado de Sixto V se anunció un nuevo movimiento de gran trascendencia. Fue en Roma donde se formularon por primera vez las líneas de la red de circulaciones de una ciudad moderna, y donde se llevaron a cabo con absoluta convicción.


El desarrollo de Roma por obra de artistas no romanos


Hay también otras razones por las que Roma es única entre las ciudades, unas razones que tal vez no sean tan fáciles de entender. La Santa Sede no se apoya en un imperio mundial. El Papado es un poder religioso internacional. Los ciudadanos de Roma, al estar sometidos a la dictadura papal, tienen poco que decir en el desarrollo de su ciudad. No obstante, allí se hizo realidad uno de los logros más suntuosos del diseño cívico, la Roma barroca, que incluso hoy domina toda la fisonomía de la ciudad.


Del Renacimiento en adelante, el desarrollo de Roma fue casi en su totalidad obra de hombres que venían de fuera: artistas, banqueros, mercaderes y fabricantes. Cuando los papas se trasladaron de Letrán al Vaticano, el barrio situado en torno a la basílica de San Pedro fue creciendo gradualmente hasta formar el llamado Borgo Nuovo, y a mediados del siglo xv al papa Nicolás V (1447-1455) se le ocurrió la idea de crear allí una enorme residencia eclesiástica, aislada e imponente. Este proyecto   que nunca se realizó   fue trazado por el florentino Leon Battista Alberti.


Hacia 1500, cuando la reconstrucción comenzó en serio y los papas se convirtieron en los mayores constructores del mundo, Julio II (miembro de la familia Della Rovere, de Urbino) y León X (de la familia Medici, de Florencia) llamaron a sus compatriotas (Bramante y Rafael, de Urbino, y Miguel Ángel, de Florencia) para llevar a cabo sus grandiosos planes; y los encargos a proyectistas procedentes de otras ciudades continuaron incluso en la época de la Roma Barroca.


No hay una razón clara para esta curiosa situación. Sólo puede decirse que la propia Roma no produjo muchos artistas notables ni durante el Renacimiento ni durante el periodo barroco.Pero no cabe duda de que la atmósfera de la Ciudad Eterna y la vasta escala de las empresas papales despertaron la imaginación de los artistas visitantes y les inspiraron para crear obras de una majestuosidad que no existía en ninguna otra ciudad del período.


Al igual que París en tiempos recientes, Roma se convirtió en un lugar de concentración del talento coetáneo. Allí tuvo lugar un proceso continuo de intercambio. El talento de los foráneos, de los extranjeros, quedó realzado por la atmósfera de la ciudad; y a su vez, las creaciones de esos artistas dieron a la ciudad una nueva expresión polifónica.


Dentro del fenómeno romano se aprecia la esperanza en un futuro aún intangible, en un tiempo en el que crear una nueva forma de administración central, inspirada en unos principios espirituales, pudiese llegar a ser indispensable para la existencia del mundo occidental. La Roma barroca muestra que esto no da necesariamente como resultado un desvanecimiento de todos los logros artísticos hacia un tono anodino y sin color, un insulso gris internacional. Por el contrario: demuestra que la interacción de toda una variedad de fuerzas puede producir una nueva vitalidad.


La ciudad medieval y la ciudad renacentista


No es posible ver el plan general de  Sixto V para Roma en su verdadero contexto sin echar al menos una mirada al legado que el papa había recibido de la Edad Media y el Renacimiento.  Sixto V no aplicó superficialmente unos remedios fragmentarios, sino que dejó intacta la Roma medieval y concentró sus energías, desde el principio, en nuevas aventuras.


El despertar de Roma de su letargo en la Edad Media es una curiosidad histórica, como el resto de su destino. En otras partes de Europa (y en el norte de Italia desde el siglo XI) ya había habido un notable resurgimiento de la vida urbana. Roma aún dormía. Aunque el poder espiritual del Papa nunca había sido tan fuerte como en la Edad Media, la ciudad de Roma era sólo una sombra de su pasado. En la Roma barroca, las iglesias surgieron como hongos, pero en la Roma medieval no se hicieron nuevas catedrales que pudiesen compararse ni de lejos con las de las ciudades autónomas del norte. Y lo mismo ocurría con la población.


La comparación tan frecuente entre la población de Roma en el siglo XIII   -estimada en 17.000 habitantes-   y la de Venecia, Londres o París muestra su inmensa disminución.


La obra de los papas renacentistas


La situación cambió lentamente con el retorno de los papas desde su exilio en Aviñón, su nueva instalación en el Vaticano y el ascenso al papado de los cosmopolitas Medici y de miembros de otras familias mercantiles, o descendientes de condottieri ('caudillos'), como Julio II.


El núcleo medieval de Roma, apenas utilizable, era un barrio enclavado en un recodo del Tíber enfrente del Castel Sant' Angelo; era conocido por su clima malsano y, por esta razón, se había dejado desocupado durante todo el periodo del antiguo Imperio Romano. La Roma medieval se había extendido a partir de ese centro de un modo lento y caótico en dirección al Capitolio y al teatro de Marcelo, situado cerca del Tíber.


La transformación de la ciudad empezó fuera del núcleo medieval, en el Borgo Nuovo, la zona que conectaba el Vaticano con el Castel Sant' Angelo. Este castillo servía a los papas como cámara del tesoro, prisión y lugar de refugio en tiempos de invasiones o revueltas. Su posición dominante es obvia en el plano de Giovanni Battista Falda, que muestra también las calles paralelas renacentistas del Borgo Nuovo.


El Ponte Sant'Angelo el puente situado a eje con el castillo se convirtió entonces en la entrada más importante a la zona central y dio nombre al centro comercial renacentista. Ahí estaba la casa de la moneda papal y ahí se congregaban las sedes bancarias y organizaciones mercantiles foráneas, como las de los Chigi, los Medici y los Fugger, éstos de Augsburgo. De hecho, ahí estaba la Wall Street de la Roma renacentista, y en este pequeño barrio se tomaban decisiones que a veces afectaban al destino monetario, diplomático y eclesiástico de toda Europa. 


Las calles de la ciudad medieval


Desde los tiempos de Nicolás V, los papas se ocuparon de la formación de la plaza situada a la entrada del puente, llamada Forum Pontis en el plano de Roma de Leonardo Bufalini (I551) y Piazza di Ponte en el plano de Falda de 1676. En tiempos del Renacimiento, esta plaza se convirtió en el punto focal desde el que, directa o indirectamente, irradiaban las principales arterias a través de la ciudad medieval. Estas calles llevaban nombres memorables. Empalmando una serie de tramos cortos de callejuelas irregulares medievales, la Via Peregrinorum lleva finalmente hasta el teatro de Marcelo. La Via Papalis  que lleva un nombre aún más espléndido  establece una conexión igualmente tortuosa con el Capitolio y, más lejos aún, con Letrán. Una tercera calle directa importante es la Via Recta  en parte de origen antiguo  que, no sin cierta dificultad, establece la conexión con la posterior Piazza Colonna, y con el Corso o Via Lata.


La Via Peregrinorum, la Via Papalis y la Via dei Coronari eran en parte de origen medieval y en parte se componían de mejoras del siglo XV. En su edicto papal de 1480,  Sixto V, el Restaurator urbis, ordenaba que se eliminasen todos los salientes de los edificios y las obstrucciones de las calles. Éste fue el hecho más importante para mejorar las condiciones urbanas de la ciudad.


Las calles de la ciudad renacentista


Fue durante el Renacimiento tardío cuando los papas, en especial Pablo III (1534 1549), completaron con éxito sus obras en torno a la Piazza di Ponte al realizar unas calles de conexion, cortas y directas, desde la plaza hasta las calzadas medievales y renacentistas que cruzaban la ciudad. Este trazado de calles cortas pero radiales es el primero de su clase; incluía la Via Paola, que llevaba a la Via Giulia de Bramante, y la Via Panico, que, tras un corto recorrido, conecta con la Via dei Coronari.


Finalmente, una de las rutas directas más importantes de la Roma renacentista, la Via Trinitatis, tenía su inicio en la Piazza di Ponte a través de la Strada di Tor di Nona, en dirección norte. La Via Trinitatis fue comenzada por Pablo III y continuada por Julio III (1550 1555); en el plano de Bufalini de 1551 se muestra como una larga línea recta que en su mayor parte atraviesa sectores aún no construidos de la Roma del Renacimiento, y que termina cerca de la iglesia renacentista de la Trinità dei Monti, a los pies del monte Pincio, donde entra en la esfera de la actividad de  Sixto V.


Sixto V y su pontificado


El trono papal


Tan sólo miembros de la nobleza y de las familias dirigentes de Italia solían ser elegidos para el trono papal. Sin embargo, había excepciones, incluso en un periodo como el final del siglo XVI, cuando los privilegios cada vez mayores de la nobleza habían usurpado los derechos medievales del pueblo. Por ello fue posible que  Sixto V, un hombre del estrato más bajo de la sociedad, fuese investido con la más elevada dignidad del poder espiritual y temporal a la que podía aspirar un mortal. Dice mucho en favor de la fuerza interna, la vitalidad y el instinto de la Contrarreforma católica el hecho de que tuviese el coraje, justamente en ese momento peligroso, de elevar a su cargo a alguien como  Sixto V, un hombre que, con independencia de su linaje, había nacido claramente para la acción.


Sixto V, como fue conocido ese fraile mendicante franciscano, había sido admitido en esa orden a los 12 años; era hijo de un campesino de origen dálmata. No se conoce su apellido, y se le puso el primero de su primo, Peretti. Cargado de visiones sobre el futuro destino de su hijo, su padre le había puesto de nombre Felice (Félix, 'feliz'). A diferencia de otros papas,  Sixto V nunca olvidó del todo ese nombre; y se lo otorgó a dos de los proyectos que más significaron para él: la Strada Felice, la grandiosa vía noroeste sureste de Roma; y el Acqua Felice, la traída de aguas que dio vida a las colinas del sureste. 


La insólita situación humana en la que se encontraba un papa de la Contrarreforma le iba muy bien a Sixto V. Durante un breve periodo se le concedió el más alto poder sobre el pensamientoy el estado. Ser al mismo tiempo soberano espiritual y soberano material era para él un formidable estímulo para conseguir cosas que de otro modo nunca podrían lograrse. Sin embargo, un papa no debía tener un mandato demasiado largo; debía ser prudente, pero también debía ser anciano. Esta exigencia dio origen a un trágico conflicto para todos los grandes papas entre su deseo de llevar a cabo sus planes y los límites impuestos por la muerte. La vida de  Sixto V ilustra esta trágica situación.


La vida de Sixto V


Felice Peretti (I520-I590) tuvo que esperar mucho, y el periodo más doloroso fueron los trece años en los que fue fríamente desairado por su predecesor en el papado, Gregorio XIII; a los 30 años fue llamado a Roma como predicador cuaresmal; con 35 era el inquisidor implacable de la República de Venecia; a los 48 llegó a cardenal, adoptando el nombre de Montalto, un pueblecito cercano a su lugar de nacimiento, Grottammare; a los 64 fue elevado al trono papal; y a los 69 sucumbió a la malaria en su palacio inacabado del monte Quirinal.


Cuando, como alto dignatario, quedó liberado del voto de pobreza, y cuando, como cardenal, empezaron a llegarle una rentas más elevadas, en Felice Peretti volvieron a despertarse sus anteriores instintos rurales y adquirió una finca situada en una zona completamente desierta salvo por la iglesia de Santa Maria Maggiore con su convento. Allí, a pesar de las dificultades financieras y a pesar de sus enemigos, logró construir una casa de campo coronada por una torre y la llamó Palazzotto Felice.


 Sixto V le encargó al joven y desconocido Domenico Fontana  construir su palazzotto y  lo que era mucho más importante para el hijo de un campesino  trazar su jardín. Su interesante proyecto  al igual que el posterior plan de Fontana para la remodelación de Roma  muestra que el papa y el arquitecto, el cliente y el constructor, trabajaron juntos en una feliz y poco común cooperación.


En la Villa Montalto como Peretti llamó a su finca el cardenal vivió retirado durante los largos años en que cayó en desgracia con Gregorio XIII; allí se entretenía con los escritos de los padres de la iglesia y con nuevos proyectos; y también se despertó su pasión por construir. La cólera de Gregorio XIII que le privó del apoyo financiero dado a los prelados pobres después de ver las dimensiones inusitadamente grandes de la capilla funeraria que el cardenal había empezado a construir, como un anexo a Santa Maria Maggiore tal vez no resulte completamente incomprensible. En esta capilla, el futuro Sixto V con la cabeza descubierta, sin su corona, con el cabello peinado hacia delante sobre la frente y juntas sus toscas manos de campesino está arrodillado ante el invisible pesebre sagrado que Fontana, como su primer acto de pericia, había transportado hasta allí y había enterrado bajo el suelo junto con la capilla que lo encerraba.


Fontana pertenecía a esa generación de arquitectos artísticamente mediocres situada entre Miguel Ángel y el surgimiento del Barroco romano. Sus gustos eran tan insípidos como los de su cliente. Los edificios de Letrán y el Quirinal, y el ala que construyó en el Vaticano están entre los palacios más insulsos de Roma, pero la interacción colectiva de su obra creó un urbanismo que no tenía parangón en ese periodo.


El palazzotto de Fontana en la finca Montalto era igualmente insignificante, pero el trazado del jardín, con sus amplias vistas, estaba un siglo por delante de los jardines renacentistas compuestos a base de cuadrados. En Montalto, el hijo de un vasallo campesino había encontrado un trozo de terreno que era completamente suyo, y allí su anhelo de contacto con la tierra, largo tiempo reprimido, ocupaba un lugar preponderante. Como cardenal y papa, Peretti puso el máximo cuidado en el cultivo de su propiedad, plantando cipreses y olivos con sus propias manos.


En uno de los frescos situados en una nueva ala que añadió posteriormente, ahora conservado en el Collegio romano, estos nuevos árboles jóvenes aparecen con toda su fragilidad detrás de un muro.


Planes simultáneos


Tal vez el aspecto más impresionante de la actividad como papa de  Sixto V es la simultaneidad con la que llevó a cabo sus grandes obras desde mismo día de su nombramiento. La fuerza para hacer realidad su plan general en un periodo tan limitado la obtuvo durante los años de contemplación que pasó en el mismo lugar en el que empezó todo. La sincronización del trabajo se llevó a cabo con la inquebrantable seguridad de un plan de estado mayor. El barón Haussmann efectuó la transformación de París paso a paso, réseau por réseau;  Sixto V comenzó por todas partes al mismo tiempo, con una asombrosa simultaneidad.


Tan sólo cinco años y cuatro meses le tocaron en suerte a este gran organizador para las inmensas tareas que deseaba cumplir: en la política, en la administración y en el urbanismo. En ningún aspecto resulta más patente su carrera contra la muerte que en la increíble rapidez con la que llevó a término su programa edificatorio. Una y otra vez, su arquitecto, Domenico Fontana, señalaba que nada podría realizarse lo suficientemente deprisa como para complacer a su bien amado señor.


Al inicio de su papado,  Sixto V completó la Strada Felice en menos de un año (1585 1586), y al final, su formidable determinación permitió que la cúpula de San Pedro  que apenas se había tocado durante un cuarto de siglo  se levantase en veintidós meses (I588 -1590). Giacomo della Porta y Domenico Fontana  que fueron los responsables de llevar a cabo los diseños de Miguel Ángel  tuvieron a 800 obreros trabajando día y noche, laborables y festivos.


Aún se conserva un cuaderno escrupulosamente anotado que registra las minuciosas transacciones del fraile mendicante Felice Peretti. El papa  Sixto V decidió introducir el mismo orden en los asuntos sociales y financieros del estado papal; y tuvo éxito en ambas cosas. En poco tiempo había desarticulado las cuadrillas de bandidos y aristócratas que habían trabajado conjuntamente para aterrorizar a las gentes tanto dentro como fuera de la ciudad,' y durante su breve mandato, el tesoro papal guardado en el Castel Sant' Angelo se multiplicó por veinte. Las medidas que adoptó, en todos los ámbitos, rayaban en la crueldad. Combinaba la rígida moralidad de sus coetáneos puritanos con el carácter implacable de los inquisidores católicos. En palabras del Gran Duque de Toscana, la construcción se manejaba de un modo tan temerario como los hombres.


Al tiempo que ponía orden en su país,  Sixto V llevaba a cabo sus magnanime imprese, como las llamaba Fontana. En el primer año de su papado empezaron las obras de la Strada Felice, que se completaron ese mismo año; se inició la tarea de trasladar el obelisco situado delante de San Pedro; se comenzaron los viaductos y canales para el Acqua Felice, el palacio y la basílica de Letrán,  los trabajos para hacer sitio a la columna de Trajano y el drenaje de las tierras pantanosas de la región Pontina (con dos mil obreros). Además de todo esto, las obras avanzaban a un ritmo frenético en el desarrollo de su propia finca y de la suntuosa capilla de Santa Maria Maggiore. Esta enumeración puede servir para ilustrar la simultaneidad de su urbanismo.


El plan general


En el campo del urbanismo,  Sixto V fue uno de esos hombre singulares, capaces de organizar, reunir los datos y ejecutar su proyecto; no permitía que nada se interpusiese en el camino de la realización de sus planes. Tan sólo la muerte misma pudo frenar, demasiado pronto, su incontenible energía.


Roma crece de este a oeste


Ya antes de la época de  Sixto V, en Roma había tenido lugar un extraño fenómeno. En lugar de desarrollarse  como hacen la mayoría de las ciudades  de este a oeste, la Roma moderna había crecido de oeste a este; o, más exactamente, desde el noroeste (elVaticano) hacia las colinas más saludables del sureste.


Entre 1503 y 15I3, Julio II había trazado dos calles rectas a ambos lados del río Tíber: la Via Lungara en la orilla derecha y la Via Giulia en la izquierda. Su sucesor, León x (1513 1521), proyectó la Strada Leonina (Via Ripetta), la más oriental de las tres calles que irradian desde la Piazza del Popolo. Pablo III (I534 1549) fue el responsable de su simétrica, la Via del Babuino; mientras que la calle axial central, la Via Lata (hoy el Corso) ya existía como antigua entrada a Roma desde el norte. Es curioso que dos de las escasas  iglesias renacentistas de Roma que están por allí (Santa Maria del Popolo y, en la cumbre del Pincio, la Trinità dei Monti) se completasen en tiempos de  Sixto V.


Y en ese momento, el desarrollo dio un enérgico salto hacia el sureste. Desde la desierta colina del Quirinal, Pío IV (1559 1565) tiró una línea recta de dos kilómetros hasta la insuperable Porta Pia de Miguel Ángel (I561). Esta calle lleva el nombre del papa: Strada Pia. En ella ya estamos en medio del radio de influencia del proyecto de  Sixto V. Por último, el predecesor inmediato (y oponente) de  Sixto V, Gregorio XIII (I572 1585) enderezó de un modo bastante fragmentario la antigua calzada que conectaba Santa Maria Maggiore con la basílica de San Giovanni in Laterano.


El impulso eclesiástico para el plan de  Sixto V


Así pues, al asumir el poder, el papa franciscano  Sixto V encontró una serie de obras fragmentarias que se extendían, en orden cronológico, de oeste a este; y fue capaz de agruparlas todas en un proyecto unificado: su plan general. El primer impulso para esta nueva transformación fue, naturalmente, de índole eclesiástica. Unas calzadas deberían comunicar las siete iglesias principales y los lugares santos que los fieles tenían que visitar en el transcurso de una peregrinación diaria. En esta empresa puede apreciarse el espíritu de la Contrarreforma y la vitalidad recién descubierta de la Iglesia. El deseo de  Sixto V  tal como lo expresó Ludwig von Pastor  era convertir toda Roma en «un único santuario».


Para el clero y los peregrinos, el plan de  Sixto V parecía simplemente un enlace de calles entre los lugares santos. Existe un poema en alabanza de las obras de  Sixto V, escrito en hexámetros latinos por el monje oratoriano Giovanni Francesco Bordino (1588), cuando las obras estaban aún en curso. El proyecto está ilustrado en un plano esquemático, en el que sólo se muestran las iglesias principales y las calles que las conectan. Estas calles forman una estrella que irradia desde la basílica de Santa Maria Maggiore hacia las diversas iglesias in sideris formam. Esta planta semejante a una estrella ha dado lugar a malentendidos relativos al verdadero propósito del proyecto, que en realidad era de una naturaleza completamente distinta a la de la ciudad en forma de estrella del Renacimiento.


Primeras observaciones sobre el trazado moderno de las calles por Domenico Fontana 1589


Desgraciadamente, nuestra búsqueda de los planos originales del arquitecto ha sido infructuosa. Tal vez nunca existieron. En la obra de Fontana sobre los proyectos que realizó en el papado de  Sixto V, el arquitecto hace tan sólo unas breves observaciones «acerca de las calles abiertas por nuestro señor». Pero se trata de las primeras expresiones del punto de vista que ha determinado el trazado de las calles de una ciudad moderna. Ésta es razón suficiente para incluir aquí algunos pasajes de Fontana." El arquitecto comienza describiendo el problema general:


Queriendo Nuestro Señor facilitar aún más el camino a quienes, movidos por la devoción o por los votos, suelen visitar a menudo los más santos lugares de la Ciudad de Roma, y en particular las siete Iglesias célebres por sus grandes indulgencias y reliquias que hay en ellas, ha abierto en muchos lugares calles muy amplias y derechas, de tal modo que cada uno pueda, a pie, a caballo o en coche, partir de donde quiera en Roma e ir casi directamente a las más famosas devociones [...].


Las alineaciones de las calles se llevaron a cabo con independencia de las muchas dificultadas que se encontraron, salvando todos los obstáculos naturales y echando abajo todo lo que se hallaba en su camino. Al mismo tiempo,  Sixto V era plenamente consciente de la maravillosa diversidad de la topografía romana, e hizo uso de sus «varias y diversas perspectivas [... que] siguen alegrando con su hermosura los sentidos del cuerpo».


[...] y con un coste verdaderamente increíble, y conforme al ánimo de un gran Príncipe, ha trazado dichas calles de un extremo a otro de la Ciudad sin importar los montes ni los valles que se atraviesan, sino que haciendo explanar aquéllos y rellenar éstos, los ha reducido a suavísimas llanuras y hermosísimos sitios, descubriéndose en muchos lugares por los que pasan las partes más bajas de la Ciudad con varias y diversas perspectivas [... que] siguen alegrando con su hermosura los sentidos del cuerpo.


Con pocas palabras, Fontana presenta las intenciones básicas de Sixto V. Dos tercios de la ciudad de Roma quedaban dentro de la muralla de Aureliano. De esta parte, las zonas de las colinas que tenían el mejor clima estaban prácticamente inhabitadas y, en realidad, apenas eran habitables. En ellas no había nada salvo «algunas torres de iglesias que databan de la Edad Media y que sobresalían entre algunas basílicas veneradas desde la Antigüedad. Toda esa zona desierta parecía destinada para siempre a ser morada de la oración y el silencio. Los únicos asentamientos eran monasterios y unas cuantas casuchas dispersas».


Eran todas esas colinas de la Roma antigua expuestas a los vientos de la campagna y que se extendían desde el monte Pincio, en el noreste, hasta el Esquilino, el Quirinal, el Viminal y el Celio las que  Sixto V quería hacer nuevamente accesibles. Para lograrlo, se puso inmediatamente a trabajar para convertir un simple conjunto de calzadas en un sistema de transporte urbano múltiple.


[todo ello] contribuye a rellenar la Ciudad, porque al estar estas calles ocupadas por el pueblo, se construyen casas y tiendas en abundancia allí donde antes no se pasaba por los muchos accidentes de las calles.


Siguiendo la costumbre de la Edad Media al fundar nuevas ciudades,  Sixto V fomentó la actividad edificatoria concediendo diversos privilegios. Uno de sus biógrafos documenta que la propia hermana del papa, donna Camilla que astutamente se percató de la oportunidad comercial  construyó algunas tiendas que alquiló provechosamente, situadas en una parte del Esquilino, cerca de Santa Maria Maggiore.


El cambio de la ciudad fue tan grande y tan rápido que un sacerdote que volvió a Roma tras la muerte de  Sixto V señaló que apenas podía reconocerla ya: «Todo parece ser nuevo: edificios, calles, plazas, fuentes, acueductos y obeliscos.» 


La Strada Felice


El mayor orgullo de Fontana era la Strada Felice, que llevaba el nombre del papa y que se empezó y se acabó en un año: 1585-1586. Esta gran calle (actualmente Via Agostino Depretis y Via Quattro Fontane) sale en pendiente, colina abajo, desde el obelisco ahora situado delante de Santa Maria Maggiore, y luego asciende hasta la cumbre del Pincio y la iglesia de la Trinità dei Monti, consagrada por  Sixto V en 1585, que así queda unida con Santa Maria Maggiore, situada en lo alto del Esquilino. El tramo final que nunca se completó  pretendía descender de nuevo hasta el obelisco colocado en la Piazza del Popolo. Esto se muestra claramente en el fresco del Vaticano. La escalinata de la Piazza di Spagna  planeada por  Sixto V como un enlace entre la elevada Trinità dei Monti y el corazón de la ciudad, mediante la Via Trinitatis, hoy Via Condotti  tuvo que esperar hasta el siglo XVIII para ser construida.


Por el otro lado de Santa Maria Maggiore, la Strada Felicecontinúa en línea recta sin desviaciones hasta la iglesia de Santa Croce in Gerusalemme. En la segunda mitad del siglo XIX, este tramo de la calzada serviría de espina dorsal a uno de los barrios más monótonos e insulsos de Roma, y las diferentes partes de la calle recibieron nombres variados. Fontana hablaba así de la Strada Felice:


 La más célebre es la calle llamada Felice, que parte de la Iglesia de Santa Croce in Gerusalemme, llega a la Iglesia de Santa Maria Maggiore, y luego continúa hasta la Trinità de Monti, desde donde ha de descender hasta la Porta del Popolo, y que en conjunto recorre dos millas y media de distancia, y toda ella está trazada a cordel y es lo bastante ancha como para que pasen los carruajes de cinco en fondo.


Una calzada por la que podían pasar los carruajes de cinco en fondo en otras palabras: una carretera de cinco carriles  debió de parecerles algo excesivo a los romanos, pues por entonces se estaba empezando a pasar del caballo y la silla de manos al coche y la carroza."  Sixto V casi nunca se olvidó de incluir en sus frescos una de las primitivas carrozas de la época, abiertas por delante y por detrás, como recordatorio de las mejoras que había introducido en un periodo tan corto de tiempo.


El plan de Sixto V no tiene forma de estrella


Por muy orgulloso que estuviese Sixto V de la zona que rodeaba Santa Maria Maggiore, nunca pensó en hacer de esta basílica el centro de un trazado de calles en forma de estrella, como los de las 'ciudades ideales' del Renacimiento. El suyo no era un plan pensado sobre el papel.  Sixto V llevaba Roma en sus huesos, por decirlo así. Él mismo caminaba con dificultad por las calles que los peregrinos habían de recorrer, y experimentaba las distancias existentes entre los distintos puntos; y cuando, en marzo de 1588, inauguró la nueva calzada desde el Coliseo hasta Letrán, fue andando todo el trayecto con sus cardenales hasta el palacio de Letrán, por entonces en construcción.


 


La integración de lo nuevo y lo viejo


 Sixto V extendió sus calles de manera orgánica, por donde lo exigía la estructura topográfica de Roma; también fue lo bastante sensato como para incorporar con sumo cuidado todo lo que pudo del trabajo realizado por sus predecesores. Algunas veces mejoró la obra de éstos, como es el caso del enderezamiento de la Via Gregoriana trazada por Gregorio XIII o la elevación y nivelación de la Strada Pia.  Sixto V trazó su propia Strada Felice para formar un afortunado encuentro con dicha Strada Pia. El ángulo con el que se cruzan no es exactamente de 90 grados, pero Fontana colocó allí cuatro fuentes, alimentadas con las aguas del Acqua Felice, de modo que la desviación desaparecía y se enfatizaba la importancia del cruce. Este lugar ha adquirido interés por las vistas que se tienen en cada dirección: la Porta Pia de Miguel Ángel; el obelisco de Santa Maria Maggiore; las gigantescas estatuas tardorromanas de los Dioscuros, situadas en el cercano Quirinal; y la prolongación de la perspectiva de la Strada Felice, colina arriba y valle abajo, hasta la Trinità dei Monti y el Pincio.


El fresco del plan general en laBiblioteca Vaticana


Sixto V integró su nueva red de calles no sólo con tramos de calzadas existentes, sino también con las necesidades de la propia ciudad. El fresco que había hecho pintar en el techo de la Biblioteca Vaticana en 1589 está lejos de ser exacto, ni en escala ni en terminación, pero al dar una indicación de lo que Sixto V habría hecho si el tiempo le hubiese dado la oportunidad, transmite la idea de su plan general mejor que los planos de lo que realmente se llevó a cabo.


A mano izquierda del fresco está el obelisco de la Piazza del Popolo. La línea recta de la Strada Felice se extiende hasta el obelisco de Santa Maria Maggiore y continúa hasta San Giovanni in Laterano. Desde allí se vislumbra un enlace con la lejana iglesia de San Paolo fuori le Mura y, en dirección opuesta, con la cercana Santa Croce in Gerusalemme. Ya se ha mencionado el tramo que conecta Letrán y el Coliseo.


Volviendo a Santa Maria Maggiore, encontramos otra calzada que lleva directamente a Santa Croce in Gerusalemme y algo especialmente interesante para este periodo un enlace a San Lorenzo fuori le Mura que no se habría detenido en las murallas de la antigua ciudad romana. Finalmente, el contacto con la ciudad vieja se asegura con la Via Panisperna, que lleva directamente a la columna de Trajano y la Piazza San Marco (ahora Piazza Venezia). Una red de calles transversales interconecta estas arterias principales. Si el tiempo lo hubiese permitido, Sixto V habría remodelado toda Roma con calles, plazas, suministro de aguas y edificios.

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