El edificio del Ayuntamiento de Murcia, proyectado por Rafael Moneo entre 1991 y 1998, representa uno de los ejercicios más refinados de conciliación entre la arquitectura contemporánea y la memoria histórica urbana en España. Su implantación en la plaza de la Glorieta, frente a la fachada barroca de la Catedral, supuso un desafío sin precedentes para la arquitectura institucional del país, al situarse en un enclave de enorme carga simbólica y urbana. Moneo asume esta tensión con una serenidad compositiva que evita el protagonismo fácil, y logra que el edificio se imponga no por su escala ni su gesto, sino por su inteligencia formal.
La fachada principal, de piedra arenisca, se levanta como una superficie rigurosamente modulada que reinterpreta las proporciones clásicas sin recurrir a la literalidad. Su orden y su ritmo, basados en la alternancia de huecos verticales y paños ciegos, otorgan al conjunto una dignidad cívica que dialoga con la severidad del entorno histórico. El zócalo pétreo, las cornisas sutiles y la pureza geométrica del alzado hacen de la obra una lección de contención y precisión material, donde la textura sustituye a la ornamentación.
El edificio no pretende competir con la Catedral, sino ofrecerle una contraparte contemporánea capaz de sostener el diálogo visual entre lo barroco y lo moderno. Moneo entiende la plaza como un escenario urbano de equilibrio delicado: mientras la Catedral proclama su poder simbólico mediante la exuberancia, el Ayuntamiento responde con silencio y medida. En esa tensión entre el gesto y la pausa reside la verdadera grandeza del proyecto.
En el interior, la claridad espacial y la continuidad visual refuerzan el carácter institucional del edificio. La luz natural, tamizada y controlada, penetra en los espacios de representación con la misma mesura que ordena el exterior, dotando de coherencia al conjunto. No hay aquí artificio, sino una arquitectura que se hace valer por su estructura intelectual y su relación con el lugar.
La obra, más que un edificio administrativo, se erige como un manifiesto de la responsabilidad del arquitecto frente a la ciudad histórica. En ella, Moneo demuestra que la modernidad puede insertarse en el corazón patrimonial sin destruir su espíritu, y que el tiempo presente tiene también derecho a dejar huella. Esa armonía entre razón constructiva, respeto urbano y sensibilidad contemporánea explica por qué el Ayuntamiento de Murcia constituye una de las aportaciones más lúcidas del arquitecto y, en definitiva, mi edificio favorito: un ejemplo de cómo la arquitectura puede ser a la vez discreta y monumental, moderna y atemporal.