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PATTE, Pierre

  • Arquitecto
  •  
  • 1723 - Paris. Francia
  • 1814 - Montes-la-Jolie (Nantes). Francia

 FRAMPTON, K., Historia crítica de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona,1987. 


pág.12-19  Transformaciones culturales: la arquitectura neoclásica, 1750-1900.


 "La labor de integrar la teoría de Cordemoy y la obra magna de Soufflot para formar la tradiciòn académica francesa recayó en Jacques-François Blondel, quien, tras abrir su escuela de arquitectura en la Rue de la Harpe en 1743, se convirtió en el maestro de esa generación de arquitectos denominados ‘visionarios’ que incluía a Étienne-Louis Boullée, Jacques Gondouin, Pierre Patte, Marie-Joseph Peyre, Jean-Baptiste Rondelet y Claude-Nicolas Ledoux, probablemente el más visionario de todos.


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BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.14-60. 1ªPARTE. LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD INDUSTRIAL. “La Revolución Industrial y la arquitectura (1760-1830)”


d.- Los progresos técnicos en la construcción de edificios comunes.


Existe gran cantidad de información sobre las construcciones de gran envergadura, pero sin embargo, escasean datos suficientes para enjuiciar los cambios de la técnica constructiva en las edificaciones corrientes y viviendas que la revolución industrial va amontonando en torno a las ciudades.


Corrientemente se tiene la idea de que los métodos constructivos han permanecido invariables (en la historia de la urbanística de Lavedan: «podemos encontrar un número considerable de progresos técnicos en el origen de las transformaciones industriales, pero ni uno, por así decir, tiene que ver con las viviendas: en el siglo XIX, se construye como en el XVIII o como en el Medievo» e incluso se tiene la idea, partiendo de las denuncias realizadas por los higienistas y por los reformadores sociales del siglo XIX, de que la calidad de las viviendas ha empeorado como consecuencia de la prisa de las exigencias de la especulación. Probablemente, ambos tópicos sean ciertos.


El espíritu enciclopedista del XVIII orienta su curiosidad hacia todo tipo de aplicaciones técnicas, con independencia de la importancia que la cultura tradicional asigne a cada una. Arquitectos célebres se ocupan de modestas invenciones, como Boffrand que perfecciona la amasadora de cal, y Patte que inventa dispositivos para disminuir los riesgos de incendio. La Encyclopédie (1751-1772) publica, en extracto, los artículos relativos a la técnica constructiva corriente, con vistas a mejorar la preparación de los constructores.


Mientras tanto cambia, por diversos motivos, el empleo de los materiales tradicionales. Se producen industrialmente ladrillos y madera para las obras, de mejor calidad, y la red de canales permite el transporte con poco gasto, deshaciendo así las diferencias de aprovisionamiento entre un sitio y otro.


Se generaliza en este período el uso del vidrio para las ventanas, en lugar del papel (a fines del siglo XVIII aún existían en Francia las corporaciones de los châssessiers, que se dedicaban a poner papel parafinado en las ventanas) y de la pizarra o arcilla cocida para los tejados, en vez de la paja. Se usa en gran cantidad hierro y fundición, allí donde es posible hacerlo: en los accesorios de los cerramientos, en las barandillas, en las verjas y, a veces, también en la estructura portante .


Los forjados de los edificios comunes están sostenidos, normalmente, por vigas de madera, dispuestas de varias maneras. J. B. Rondelet (1743-1829), en su Traité de 1802, compara el hierro dulce a la madera, afirmando que el primero puede usarse sustituyendo al segundo. De todas formas, el hierro en vigas, de sección rectangular, no es apto, evidentemente, para sustituir a la madera, porque la mayor rigidez no compensa el mayor peso. Prosigue: «Para no tener que emplear gruesas barras, se ha pensado en una especie de cuchillos o armaduras, que proporcionan al hierro mayor rigidez, aumentando su fuerza en proporción geométrica al peso» y describe un sistema ideado por M. Ango, formado por la asociaciones de dos barras, una ligeramente arqueada y la otra tensa como una cuerda bajo la anterior:


Los comisarios nombrados por la Academia Real de Arquitectura para examinar un forjado de 19 pies de largo por 16 de ancho, realizado según este método en Boulogne, cerca de París, se expresan del siguiente modo con fecha 13 de julio de 1785: «Lo hemos encontrado muy sólido, sin grietas y estable ante cualquier presión que se haga saltando sobre él.» Pueden encontrarse los detalles en la Encyclopédie, buscando los artículos bóvedas y forjados de hierro. Su informe termina del siguiente modo: «Es de desear, por tanto, que el método de M. Ango sea llevado a la práctica por todos los constructores, a fin de que un gran número de ejemplos venga a confirmar la buena opinión que nos hemos formado en la prueba que relatamos.»


Rondelet confirma este parecer con sus cálculos y da el diseño de un forjado de hierro con relleno de ladrillos, de 20 pies de luz. «El resultado de estos experimentos es que los cálculos que hemos expuesto pueden ser aplicados a todo tipo de armadura, tanto para bóvedas como para forjados de hierro o cualquier otra obra del mismo tipo».


En 1789, N. Goulet prueba un sistema análogo en una casa de la rue des Marais, especialmente con la idea de evitar los incendios: dispone, entre las vigas de hierro, bovedillas de ladrillos huecos, y sustituye los tradicionales parquets con un solado cerámico. Recomienda también que se sustituya la madera de puertas y ventanas con hierro o cobre.


Pero la crisis económica que  sigue a la Revolución Francesa interrumpe estos experimentos. No hay manera de encontrar materiales, y en 1793 el arquitecto Cointreaux envía una Memoria a la Convención, pidiendo que se prohíba el uso del hierro en la construcción, excepto en las cerraduras.


En el siglo XIX vuelven los intentos de usar el hierro en los forjados; pero sólo se llega a una solución satisfactoria en cuando las fábricas comienzan a producir industrialmente las vigas de hierro de doble T. Desde este momento los forjados de hierro sustituyen paulatinamente a antiguos tablados de madera.


Es preciso que tengamos también en cuenta la marcha de los precios. Los materiales de construcción se abaratan casi a das partes, una vez pasadas las perturbaciones de las guerras napoleónicas; así es posible usar en construcciones populares los materiales anteriormente reservados a las construcciones para las clases superiores. Los salarios de los trabajadores van en constante aumento: también este hecho contribuye al progreso técnico, puesto que los contratistas reciben de agrado cualquier invento que permita justificar la ejecución y ahorrar mano de obra aunque sea aumentando, eventualmente los costes de los suministros.


En conjunto, las casas de la ciudad industrial son más higiénicas y confortables. Naturalmente, existen grandes diferencias de lugar a lugar y época a época; como ha sucedido siempre, se construyen también tugurios , inhabitables, descritos con vivos colores por las encuestas inglesas y francesas entre 1839 - 1850.


Al valorar estas descripciones es preciso no perder de vista que, las peores construcciones dependen de circunstancias excepcionales, como ocurre en Inglaterra durante las guerras napoleónicas. Por otra parte, si las quejas por las malas viviendas son más frecuentes en esta época, no es tanto porque su calidad sea peor que antes, sino porque se las compara a un standard cada vez más elevado. El aumento del nivel de vida y la nueva mentalidad vuelven intolerables inconvenientes aceptados como inevitables un siglo antes.


 La garra de las encuestas de Chadwick o del conde de Melun está en la convicción de que las miserias constatadas no son un destino inevitables, sino que pueden eliminarse usando los medios de que se dispone. Como indica Tocqueville, «el mal que se toleraba pacientemente como inevitable, parece imposible de soportar desde el momento en que nos hacemos a la idea de que podemos escapar de él».


 Para emitir juicio justo sobre las casas donde habitaron las primeras generaciones industriales será necesario que distingamos la calidad del edificio aislado y el funcionamiento del barrio y de la ciudad; la edificación paleoindustrial entra en crisis, sobre todo, desde su vertiente urbanística, como se verá en el capítulo siguiente).


BENEVOLO, L., Historia de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Págs.14-60. 1ªPARTE. LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD INDUSTRIAL. “La Revolución Industrial y la arquitectura (1760-1830)”.


2.- Ingeniería y neoclasicismo.


Análogamente, el progreso de la técnica permite afinar los razonamientos constructivos y funcionales; la mayor atención acordada a estos hechos induce a una especie de rectificación y restricción de las reglas tradicionales; por ejemplo, la columna se justifica sólo si está aislada; el tímpano, únicamente si en realidad tiene un tejado detrás etc. Frezier, en el Mercure de France, de 1754, llega a mantener que las cornisas usadas en el interior de las iglesias son perfectamente absurdas, porque deberían corresponder a canales en el alero del tejado y que hasta un 2salvaje con sentido común” (personaje corriente en estas disputas del siglo XVIII) se daría cuenta, inmediatamente de esta aberración: ”el mostraría sin duda sus preferencias por la arquitectura gótica, pese a estar tam mál considerada, porque no hace alarde de una imitación tan desquiciada”.


El sistema de la arquitectura tradicional no está en situación de aguantar tales críticas. La persistencia de las formas clásicas de los órdenes etc. debe justificarse pues, de otra forma, siendo los argumentos posibles los siguientes.


O se recurre a las supuestas leyes eternas de la belleza, que funcionan como una forma de principio de legitimidad en arte (notemos, de paso, que cuando se recurre de manera explícita a tal principio, ya la opinión pública ha puesto en tela de juicio el tradicional estado de cosas); o se invocan razones de contenido, es decir, se considera que el arte debe inculcar las virtudes civiles, y que usas las formas antiguas hace recordar los nobles ejemplos de la historia griega y romana; o bien, más simplemente se atribuye al repertorio clásico una existencia de hecho, a cauda de la moda o de la costumbre.


La primera posición,  sostenida por teóricos como Winckelmann y Milizia, es hecha propia por los más intransigentes miembros de la Academia, como Quatremère de Quincy, preocupados por poner a salvo la autonomía de la cultura artística, y marca la obra de algunos artistas, ligados más rigurosamente a la imitación de los antiguos: Canova, Thorvaldsen, L.P. Baltard. La segunda es característica de la generación envuelta por la Revolución Francesa de David y de Ledoux, que hacen del arte profesión de fe política, produciendo una particular distorsión expresiva que puede encontrarse también en otros de sus contemporáneos, en Soane y Gilly. La tercera posición que se basa en las premisas de los racionalistas del XVIII, como Patte y Rondelet, es teorizada en las nuevas escuelas de ingeniería, especialmente por Durand y, sustancialmente, se apropian de ella los más afortunados proyectistas que trabajan en tiempos de la Restauruación: Percier y Fontaine en Francia, Nash en Inglaterra, Schinkel en Alemania, así como la gran masa de los ingenieros sin ambiciones artísticas.


Los primeros y los segundos constituyen la minoría culta y combativa, que atribuye al neoclasicismo un valor cultural unívoco; el suyo puede llamarse neoclasicismo ideológico.


Por el contrario, para los otros, es decir, para la mayor parte de los constructores, el neoclasicismo no deja de ser una simple convención,  a la que no se atribuye ninguna significación especial, pero que permite dar por descontados y apartar los problemas formales, para desarrollar de modo analítico, como requiere la cultura técnica de la época, los problemas técnico-constructivos y de distribución: lo podemos llamar neoclasicismo empírico.


Mientras unos cargan las formas antiguas de significados simbólicos, y, por encima de la realidad concreta, libran una batalla de ideologías, los otros usan idénticas formas, pero hablan lo menos posible de ellas y, al amparo de esta convención, profundizan en las nuevas exigencias de la ciudad industrial.


La batalla entre las corrientes del neoclasicismo ideológico es el episodio más llamativo y, corrientemente, viene colocado en el primer plano de la perspectiva histórica, pero no es el más importante para nuestro relato.


 

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