En 1902 aparece la primera edición de la Estetica, de B. Croce, destinada a influir durante mucho tiempo en la cultura artística italiana; el filósofo napolitano -partiendo de De Sanctis y de la tradición vichiana- reivindica el carácter fantástico e intuitivo del arte, criticando con la máxima energía cualquier contaminación de orden racional o práctico.
En el campo de la historia del arte los trabajos de Riegl²¹ y de Wickoff²² sobre el arte antiguo tardío, de Gurlitt²³ y de Wolfflin²⁴ sobre el barroco, son exponentes de que el interés se ha desplazado de los períodos clásicos y áureos hasta los llamados períodos de decadencia que, por el contrario, son apreciados objetivamente por sus caracteres intrínsecos. Los diversos conceptos duales introducidos en el campo de la historia del arte -desde el apolíneo-dionisíaco de Nietzsche, al arquitectónico-espacial de Burckhardt, al plástico-pictórico de Wölfflin, al táctil-óptico de Riegl- tienen todos, en cierta medida, un significado pragmático, puesto que el primer término se refiere a lo que, por tradición, tiene ya carta de naturaleza y el segundo se refiere a lo que debe revalorizarse en contra de las costumbres comunes.
Los críticos advierten a menudo esta ligazón entre el trabajo y las orientaciones del arte contemporáneo. Riegl afirma que «tampoco el crítico de arte puede liberarse de las particulares exigencias de sus contemporáneos respecto al arte»²⁵ y Gurlitt escribe, hablando de Borromini:
Quien piense participar en una operación de transformación de esas formas del arte más antiguo que incluso a nosotros nos parecen insuficientes en muchos aspectos, para hacerlas corresponder a los nuevos tiempos, y quien no se eche atrás ante la idea de buscar las nuevas formas de expresión correspondientes a los nuevos materiales y las nuevas funciones de la construcción, encontrará un parentesco espiritual observando las obras Borrominianas.
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Introducción.
Heinrich Wölfflin fue alumno de Jacob Burckhardt y le sucedió como catedrático en la Universidad de Basilea cuando tenía tan sólo 27 años; más tarde dio clase con gran éxito en Berlín y Múnich. Wölfflin siempre hacía hincapié en la amplitud de miras adoptada por Burckhardt y a menudo citaba sus palabras no sólo en sus clases, sino también en la conversación. De este modo, la tradición histórica suiza constituyó la base de nuestra formación en la ciencia del arte. Pero me temo que muchos de nosotros no llegamos a captar la importancia de Burckhardt -una importancia que iba más allá de su métier, de su especialidad- hasta mucho más tarde.
Jacob Burckhardt (1818-1897) fue el gran descubridor del Renacimiento; fue el primero en mostrar cómo debía tratarse un periodo en su totalidad, considerando no sólo la pintura, la escultura y la arquitectura, sino también las instituciones sociales de la vida cotidiana.
Mencionaré tan sólo un libro a este respecto, La cultura del Renacimiento en Italia, que apareció por primera vez en 1860.* La traducción inglesa se publicó en 1878. El 20 de octubre de 1880 apareció en el New York Herald una reseña extraordinariamente bien
En la cultura del Renacimiento en Italia, Burckhardt hacía hincapié en las fuentes y los documentos más que en sus propias opiniones; abordaba tan sólo algunos fragmentos de la vida del periodo, pero los trataba con tal habilidad que en la mente de los lectores se formaba una imagen de conjunto. Burckhardt no sentía aprecio por su propia época: durante la década de 1840 contempló la creación de una Europa artificialmente constituida que estaba a punto de verse arrollada por una avalancha de fuerzas brutales. En esos momentos, el sur parecía haberse retirado de la historia; para Burckhardt, tenía la quietud de una tumba. Por eso fue al sur, a Italia, adonde se dirigió para refugiarse de todas esas cosas por las que sentía odio e indignación. Pero Burckhardt era un hombre de una gran vitalidad, y una persona tan vital no puede huir completamente de su propia época. De su fuga a Italia salió la mejor guía de viajes que nunca se haya escrito: su Cicerone (1855), un libro que ha abierto los ojos de cuatro generaciones a las singulares cualidades del escenario italiano. La cultura del Renacimiento en Italia pretendía hacer una ordenación objetiva del material documental, pero en el libro los mayores esfuerzos se dedican a desvelar los orígenes del hombre de hoy. John Ruskin, coetáneo de Burckhardt, también odiaba su época y trataba de encontrar los medios para su regeneración en otros periodos (aunque no los que interesaban al historiador suizo).