La identidad de los métodos.
A lo largo de todo el siglo XIX, las ciencias naturales avanzaron de manera espléndida, impelidas por la gran tradición que habían establecido los doscientos años anteriores, y sustentadas por problemas que habían tenido una dirección y un ímpetu propios. El verdadero espíritu de la época salió a la luz en estas investigaciones, es decir, en el ámbito del pensamiento. La sensibilidad no pudo seguir el paso de los veloces progresos habidos en la ciencia y en la técnica. La genuina fortaleza y los especiales logros de ese siglo siguieron siendo en buena medida irrelevantes para la vida interior de las personas.
La orientación de las energías vitales de ese periodo se refleja en el carácter del hombre de hoy. Casi nadie puede escapar al desequilibrado desarrollo que todo ello fomenta. La doble personalidad, la persona adaptada de manera desigual, es algo sintomático de nuestra época.
Pero tras estas fuerzas desintegradoras de nuestro tiempo pueden observarse algunas tendencias hacia la unidad. A partir de la primera década del siglo XX, encontramos curiosos paralelismos metodológicos en esos ámbitos diversos del pensamiento y la sensibilidad, de la ciencia y del arte. Problemas cuyas raíces se hunden enteramente en nuestro tiempo se están abordando de manera similar, incluso cuando su tema es muy diferente y se llega a su solución de modo independiente.
En 1908, el gran matemático Hermann Minkowski concibió por primera vez un mundo en cuatro dimensiones en el que el espacio y el tiempo se unían para formar un continuo indivisible. Su libro El espacio y el tiempo comienza con una famosa afirmación: «En lo sucesivo, el espacio por sí mismo y el tiempo por sí mismo están condenados a disolverse en meras sombras, y sólo una especie de unión de ambas cosas conservará una realidad independiente.» Fue justo en ese momento cuando en Francia y en Italia los pintores cubistas y futuristas desarrollaron el equivalente artístico del espacio-tiempo en su búsqueda de medios para expresar unos sentimientos puramente contemporáneos. Algunas duplicaciones metodológicas menos espectaculares en los campos del pensamiento y la sensibilidad datan también de este periodo. Y así, nuevos elementos básicos diseñados para permitir la resolución de problemas recién planteados se introdujeron en la construcción y la pintura en torno a 1908. La identidad básica de estos elementos se expondrá en la parte VI, El espacio-tiempo en el arte, la arquitectura y la construcción'.
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pág. 440. LA INVESTIGACIÓN DEL MOVIMIENTO: EL FUTURISMO
El concepto de tiempo.. En la primera década del siglo XX, las ciencias físicas se vieron profundamente agitadas por un cambio interno, tal vez el más revolucionario desde Aristóteles y los pitagóricos. Este cambio afectó, sobre todo, al concepto de tiempo. Anteriormente, el tiempo se había considerado de una de estas dos maneras: bien de un modo realista, como algo que pasa y que existe haya o no un observador, con independencia de que existan otros objetos y sin una relación necesaria con otros fenómenos; o bien de un modo subjetivo, como algo que no tenía existencia alguna sin un observador, y presente tan sólo en la experiencia sensitiva. Y entonces llegó otra manera, nueva, de considerar el tiempo, un modo que entrañaba implicaciones de la mayor importancia, cuyas consecuencias no pueden ser minimizadas ni desoídas hoy en día.
Como se afirmaba al comienzo de este libro, fue en 1908 cuando el gran matemático Herman Minkowski, hablando ante la Gesellschaft Deutscher Naturforscher und Ärzte, la sociedad alemana de naturalistas y médicos, proclamó por primera vez con toda certeza y precisión este cambio fundamental de concepción. «En lo sucesivo,» -dijo- «el espacio por sí mismo y el tiempo por sí mismo están condenados a disolverse en meras sombras, y sólo una especie de unión de ambas cosas conservará una realidad independiente.»
Al mismo tiempo, las artes se estaban ocupando del mismo problema. Los movimientos artísticos con hechos constitutivos propios, como el Cubismo y el Futurismo, trataron de ampliar nuestra visión óptica introduciendo la nueva unidad del espacio-tiempo en el lenguaje del arte. Uno de los indicadores de que existía una cultura común es que los mismos problemas aparecieron simultánea e independientemente tanto en los métodos del pensamiento como en los métodos de la sensibilidad.