En el período de entreguerras se llevó a cabo una arquitectura con un poderoso poder de representación. Para ello, los distintos países analizaron las posibilidades expresivas que la arquitectura del momento podía ofrecer a sus objetivos, tomando mayormente la decisión de buscar un tipo de arquitectura fácilmente identificable, con aceptación popular, que pudiese encarnar dicho propósito.
La arquitectura clasicista en el norte de Europa, poseía ya una dilatada realización de edificios representativos, llevándose en este momento obras como: los cuarteles de la policía de Copenhague, La Biblioteca de Estocolmo o el Parlamento de Finlandia en Helsinki. Por su parte el Imperio Británico puso en funcionamiento en la década de 1930, la construcción de la nueva capital de Nueva Delhi y su significativa Viceroy´s House, con vistas a perpetuar su presencia en esta parte del mundo.
La arquitectura moderna, aunque en creciente importancia tras las experimentaciones llevadas a cabo, parecía carecer del poder expresivo y reconocimiento popular que la arquitectura tradicional. Los concursos para la Sociedad de Naciones de Ginebra (1927), o el Palacio de los Soviets en Moscú (1931), marcan el pulso en esta disyuntiva entre tradición y modernidad. De la que salió aparentemente vencedora los modelos tradicionales, que fueron instrumentalizados ideológicamente por regímenes de corte totalitario en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini o la Rusia de Stalin. Obras como el Zeppelinfeld o el Deutsches Stadion de Nüremberg, el estadio Olímpico, proyecto de Germania para Berlín , o las arquitectura del Foro Mussolini, la Nueva Ciudad Universitaria o el E.U.R. Exposizione Universale de Roma, nos muestran claramente “el éxito” de esta tendencia.