La nueva orientación ideológica de los futuristas puede apreciarse ya en el Manifiesto fundacional, publicado en Le Figaro el 20 de febrero de 1909. Este manifiesto fue obra exclusiva de Filippo Tomaso Marinetti, fundador y animador continuo del Movimiento Futurista. Si bien redactado originalmente en francés (Marinetti se había graduado en los cursos de Letras de la Sorbona) y únicamente traducido con posterioridad al italiano, fue al parecer escrito en Milán y es, por cierto, esencialmente autobiográfico 1. Consta de tres partes, sin títulos separados, pero distintas en cuanto a estructuras y estilo. La primera (o Prólogo) es narrativa; la segunda expone en forma de lista un programa de acción y creencias; la tercera es un Epilogo reflexivo.
Las partes primera y segunda son las que presentan mayor interés para nosotros: la primera (o Prólogo) en cuanto identifica el estado de ánimo de Marinetti y el escenario social que le servirá de marco; la segunda, en cuanto formula la actitud futurista ante diversos problemas estéticos y culturales.
El Prólogo comienza con un trozo de escenografía fin de siècle:
“Habíamos estado en vela toda la noche, mis amigos y yo, bajo las lámparas musulmanas cutos cuerpos de cobre afiligranado presentaban tantas estrellas como nuestras mismas almas… habíamos pisoteado nuestro ancestral ennui sobre las opulentas alfombras purpúreas, discutiendo hasta los límites del razonamiento y ennegreciendo innumerables cuartillas con nuestra frenética escritura…”
Mediado el párrafo siguiente, el tono comienza a cambiar:
“Estábamos solos ante las estrellas hostiles… solos con los fogoneros sudando ante los satánicos hogares de los grandes barcos, solos con los negros fantasmas que revolotean en los vientres al rojo vivo de las locomotoras cuando se lanzan a insensatas velocidades…”
Y luego el cambio de tono se concentra en dos imágenes poéticas fuertemente contrastadas:
“Todos nos sobresaltamos al oír el ruido de un tranvía imperial que pasaba, encendido de luces abigarradas, como una aldea engalanada con traje de fiesta, arrancada de su ribera por el enardecido Po y arrastrada a través de barrancos y rápidos hasta llegar al mar. Luego el silencio se hizo más hondo y solo percibíamos las murmuradas oraciones del viejo canal y el chirrido de los antiguos palacios, artríticos y cubiertos de hiedra hasta que -de pronto- oímos el rugir de hambrientos automóviles bajo las ventanas.”
Estos fragmentos poseen una exacta ubicación topográfica, lo cual agudiza su significado poético superficial. Las líneas iniciales no son un pastiche de una novela decadente, sino una descripción real de interior de la casa de los Marinetti, decorada con el bric-à-brac oriental adquirido por sus padres durante su permanencia en Alejandría (donde había nacido Marinetti). La Casa (hoy demolida) se levantaba en la Via del Senato y sus traseras miraban al antiguo canal Naviglio (obra atribuida a Leonardo da Vinci, actualmente abandonada); el ruido de las aguas era todavía característico del distrito, si bien el canal ya no era utilizado para la navegación. Los viejos palacios flanqueaban la orilla opuesta. El tranvía pasaba por la misma Via del Senato, y el contraste entre la anticuada tecnología que se advertía frente a la misma debe haber producido una impresión muy marcada sobre alguien que, como Marinetti, era tan sensible a las diferencias entre la cultura borghese -retrograda- de la Italia septentrional y la atmosfera experimental y aventurera e Paris, su otro hogar...
... Pues el Prólogo del Manifiesto continua:
Nos acercamos a las bestias resoplantes y apoyamos nuestras manos sobre sus abrasadores pechos. Luego me arroje como un cadáver en un féretro a lo largo.
Y sigue una larga y colorida descripción de una improvisada carrera de automóviles, en las primeras horas de la mañana, por los suburbios de Milán. El tono de este fragmento es pro-automóvil y constituye una de las primeras apreciaciones de los placeres del automovilismo en la literatura europea. Con todo, estas páginas poseen una importancia aún mayor. Si los acontecimientos descritos en el Prólogo del Manifiesto tuvieron un lugar en 1908, se trata de hechos que difícilmente hubieran podido producirse diez años antes; cabe duda que en 1898 un grupo de jóvenes en sus veinte años hubiesen podido terner a su disposición varios automóviles a las cinco de la madrugada, y que los hubieran conducido ellos mismos. La importancia cultural de esta situación consiste en que la tecnología no solo había invadido la calle (tranvías, iluminación eléctrica, carteles litografiados), y la casa (teléfono, máquina de coser, iluminación eléctrica, ventiladores, aspiradoras eléctricas, etc.): con la aparición del automóvil, el poeta, el pintor, el intelectual, ya no eran receptores pasivos de la experiencia tecnológica; ahora podían crearla. El conducir vehículos a velocidades del orden de los 100 kilómetros por hora había estado hasta entonces en manos de especialistas: maquinistas, ingenieros navales, etc. Pero en los años inmediatamente posteriores a 1900, el advenimiento del automóvil puso esas experiencias y esas responsabilidades al alcance del aficionado con suficiente dinero; aunque la experiencia automovilística dejaría su sello en gran parte de la literatura del siglo XX, nadie la trataría con vena tan elevada y lirica como los futuristas, y nadie con un sentido tan intenso del nuevo factor cultural, carente de precedentes poéticos. Como lo expresó más tarde Boccioni 3:
Ha comenzado la era de los grandes individuos mecanizados, y todo lo demás es paleontología en consecuencia, afirmamos ser los primitivos de una sensibilidad completamente renovada.
No aparecen expresiones tan exactas en el Manifiesto fundacional, pero están implícitas por lo menos en un lugar, donde Marinetti interrumpe el desordenado caudal de retórica automovilística para decir:
No era el nuestro un amor ideal, perdido en las altas nubes, ni una reina cruel a quien debemos ofrecer nuestros cuerpos contorsionados como joyas bizantinas...
... Para un europeo culto, ese mundo era todavía una concepción extraña, en la que solo se podía penetrar mediante un violento cambio psicológico, tal como lo parodia Marinetti al final del Prólogo.
…Hice girar el coche en redondo, como un perro enfurecido que trata de morderse la cola, y entonces vi venir hacia mí a dos ciclistas tambaleantes, confusos como dos argumentos igualmente convincentes, exactamente en mi camino. Frene con tanta fuerza que, para disgusto mío, el coche salió dentro de la cuneta y se detuvo con las ruedas en el aire.
¡Oh, zanja maternal, desbordante de agua fangosa, oh desagüe fabril! Tragué tu lodo nutritivo y recordé los pechos negros de mi nodriza sudanesa. Y sin embargo, al salir, con las ropas notas y empapadas, de debajo del coche volcado, sentí en mi corazón el hierro caliente de la deliciosa alegría.
Este pasaje debe ser interpretado, evidentemente, como una parodia del bautismo en el Jordán, como una iniciación -desde abajo- en las experiencias y categorías mentales del nuevo mundo de la sensibilidad mecánica, pues en seguida dice:
Y asi, con los rostros cubiertos de buen fango de fabrica -embadurnados con virutas y escorias, con sudor y hollín-, magullados y fracturados, pero todavía llenos de coraje,, pronunciamos nuestra voluntad fundamental hacia todos los espíritus vivos del mundo.
Sigue luego la lista de proposiciones de la segunda parte;
Estas proposiciones de estilo declamatorio son once, y no todas de suficiente interés en cuanto al presente contexto como para justificar su reproducción integral. La primera y la asegunda ensalzan el peligro, la energía, la audacia, etc.; la tercera opone la pasión futurista por el movimiento y la actividad a la <> (referencia mas que probable a D’Annunzio), con su exaltación del reposo, el éxtasis y los sueños. La cuarta es el texto futurista más conocido:
4. Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, con su capot flanqueado de tubos de escape como serpientes de ígneo aliento: un rugiente automóvil de carreras, con su tablero de ametralladora, es más hermoso que la victoria alada de Samotracia.
Y esta exaltación del espectáculo del movimiento turbulento y ruidoso, en detrimento de la contemplación del silente reposo clásico, va seguida por una exaltación dinámica del automovilismo.
Las proposiciones siguientes enlazan la velocidad, anuncian la aniquilación del espacio y el tiempo y encomian la guerra como purificadora de la sociedad (actitud que los críticos posteriores nunca perdonaron a los futuristas, pero que es compresible si se recuerda que para los todavía irredenti poblaciones italianas del Adriático septentrional, el Risorgimiento era una guerra que aún se mantenía en vigencia) 4, como purificadora de las adiposidades derivadas de una paz borghese, también atacada en la décima proposición.
10. Destruiremos todos los museos y bibliotecas, las academias de todo tipo; combatiremos contra el moralismo, el feminismo y todos los bajos oportunismos y utilitarismos
Marinetti modifico luego sus ideas acerca de esta proposición, pues si bien conservó la hostilidad hacia las academias y el pasado, el feminismo (dentro de ciertos límites) se incorporó después al programa futurista como epitome de un nuevo tipo de mujer no romántica, por oposición de las heroínas de D´Annunzio
y como algo que tendía a destruir el parlamentarismo liberal (y con ello los <>) tan pronto como las mujeres poseyeran el derecho al voto.
La undécima proposición concluye la serie con una apoteosis del escenario urbano y mecanizado de la vida futurista
11.-Cantaremos la agitación de las grandes multitudes -obreros, buscadores de placer, agitadores- y el confuso mar de color y sonido a medida que la revolución arrase una metrópoli moderna. Cantaremos el fervor de medianoche de arsenales y astilleros encendidos por lunas eléctricas; insaciables estaciones tragando las humeantes serpientes de sus trenes; fabricas colgadas de las nubes por hilos retorcidos de humo; puentes relampagueantes como cuchillos al sol, gigantes gimnastas que saltan los ríos; barcos aventureros que husmean el horizonte; locomotoras de ancho pecho que azotan el suelo con sus ruedas, cual sementales enjaezados con tuberías de acero; el fácil vuelo de los aeroplanos, las hélices batiendo el ciento como banderas, con un rugido como el aplauso de una poderosa multitud.
Si bien muchas de estas imágenes derivan de fuentes novecentistas (la locomotora, por ejemplo, de Whitman y Huysmans), 5 otras no podían dejar de ser nuevas, sobre todo el aeroplano, ya que las naves aéreas existían en Europa solo desde 1906. Como quiera que sea, esta concatenación de imágenes mecanicistas no parece tener precedentes en la literatura europea de la época, y el énfasis en la movimiento y el desorden se opone marcadamente a los aspectos estáticos y monumentales de la ingeniería, al parecer admirados por los escritores alemanes del mismo periodo.
La tercera sección del Manifiesto, cuyo tono es el de una apología personal, poco agrega a la posición ya adoptada, salvo una nota patética sobre la juventud de los integrantes del círculo del Marinetti.
El más viejo el nosotros tiene solo treinta años y, en consecuencia, teneos por lo menos diez años para llevar a cabo nuestra obra,
con lo cual aparece el primer indicio de ese sentido de la transitoriedad que habría de ser un tema regular en el pensamiento futurista. Un sentimiento de la transitoriedad en el cual el envejecimiento de los seres humanos se una a la caducidad de su equipo técnico. Marinetti concibe una generación más joven, más auténticamente futurista que la suya, que encontraría en él y a sus amigos.
Se trata de algo mas que el mero desprecio romántico por los viejos, así como todo el Manifiesto es algo más que la juvenilia provisional que muchos han querido ver en él. Como puede advertirse, por el solo hecho de ser joven, de ser al mismo tiempo un intelectual cosmopolita por formación y un patriota provinciano por disposición, Marinetti pudo encarnar el sentimiento generalizado de disgusto hacia lo viejo y de ansia por cosas nuevas, y darles una orientación positiva y punto de apoyo en el mundo de los hechos; con sus manifiestos, Marinetti lanzo a su generación a las calles, a fin de revolucionar la cultura, tal como los manifiestos políticos, de los cuales tomo la forma literaria, habían lanzado a los hombres a la calle para revolucionar la política.
Habíamos pasado en vela toda la noche, mis amigos y yo, bajo unas lámparas en forma de mezquita cuya cúpulas de cobre, tan horadadas como nuestra alma, tenían sin embargo corazones eléctricos. Mientras pisoteábamos nuestra pereza nativa sobre opulentas alfombras persas, habíamos discutido en las fronteras extremas de la lógica y habíamos arañado el papel con escrituras dementes […] totalmente solos… frente al ejercito de estrellas enemigas […] solos con los mecánicos en la sala de calderas de los grandes navíos; solos con los negros fantasmas que acechan en el vientre rojo de las locomotoras enloquecidas […] Y henos aquí, bruscamente distraídos por el fragor de enormes tranvías de dos pisos que sobresaltan a su paso, repletos de luces, como aldeas en fiesta que el Po desbordado sacude de golpe y arranca para arrastrarlas, por las cascadas y remolinos de un diluvio, hasta el mar. Después el silencio se agravó. Cuando escuchábamos la súplica extenuada del viejo canal y el crujir de huesos de los palacios moribundos con sus barbas de vegetación, de pronto rugieron bajo las ventanas los automóviles hambrientos. ¡Vamos!, dije yo, ¡amigos míos! ¡Hablemos! Por fin la Mitología y el Ideal místico han sido superados. ¡Vamos a asistir al nacimiento del Centauro y pronto veremos volar a los primeros ángeles! ¡Habrá que sacudir las puertas de la vida para probar sus goznes y cerrojos! ¡Partamos! ¡Ahí está el primer sol naciente sobre la tierra…! Nada iguala el esplendor de su espada roja, que se empuña por primera vez en nuestras tinieblas milenarias.
Filippo Tommaso Marinetti ‘Le futurisme’, Le Figaro, Paris, 20 Febrero de 1909
Págs.86-91. Con esta retórica grandilocuente, el Futurismo italiano anunciaba sus principios iconoclastas a la burguesía complaciente de la belle époque. A esta introducción milenarista le seguía el relato de una improvisada carrera de automóviles a las afueras de Milán, terminada con un accidente que –como ha observado Reyner Banham- tenia vistos de ser “la parodia del bautismo de una nueva fe”. En un texto que pretendía ser parcialmente autobiográfico, Marinetti hablaba del vuelco de su coche en la zanja de una fábrica:
¡Oh, zanja maternal, llena a medidas de un agua fangosa! ¡Zanja de fábrica! Saboreé a boca llena tu barro reconstituyente y recordé los pechos negros de mi nodriza sudanesa. Y sin embargo, al salir con las ropas rotas y empapadas de debajo del coche volcado, sentí en mi corazón el hierro candente de una deliciosa alegría. Con el rostro manchado de buen barro la fábrica, lleno de escorias de metal, de sudor inútil de hollín celestial, y con los brazos en cabestrillo, entre los lamentos de sabios pescadores de caña y de naturalistas desconsolados, dictamos nuestra primera voluntad a todos los hombres vivos de la tierra.
Venían a continuación los once puntos del Manifiesto futurista, de los cuales los cuatro primeros ensalzaban las virtudes de la temeridad, la energía y la audacia, al tiempo que reafirmaban la suprema magnificencia de la velocidad mecánica en el ya célebre pasaje que declara que un coche de carreras es más bello que la Victoria Samotracia. Los puntos cinco y nueve llegaban a idealizar al conductor de ese vehículo como parte integral de las trayectorias del universo, y exaltar otras virtudes distintas, como el patriotismo y la glorificación de la guerra; el punto diez exigía la destrucción de toda clase de instituciones académicas; y el punto once detallaba el contexto ideal de una arquitectura futurista:
Cantaremos a las tres grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, el placer o la revuelta; a las contracorrientes multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; a la vibración nocturna de los arsenales y los astilleros bajo sus violentas lunas eléctricas; a las estaciones glotonas tragadoras de serpientes que echan humo; a las fábricas suspendidas de las nubes por los cordeles de sus humaredas; a los puentes para los saltos de gimnastas lanzados sobre la cuchillería diabólica de los ríos soleados; a los paquebotes aventureros que otean el horizonte; a las locomotoras de amplio pecho que piafan sobre los raíles como enormes caballos de acero embriagados con largos tubos; y al vuelo deslizante de los aeroplanos, cuya hélice ondea como las banderas y aplaude como una muchedumbre entusiasta.
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