Diseñar una instalación destinada a la investigación científica y al desarrollo de tecnologías de vanguardia fue tarea simbólica para un arquitecto como Eero Saarinen, profundamente convencido de la función transformadora de la tecnología en la sociedad. Su propio estudio podría ser equiparado a un laboratorio arquitectónico, donde la tarea de dar forma a un entrono vital para lo que quedada del siglo XX había sido asignada a una restringida élite de diseñadores expertos. El Centro de Investigación Thomas J. Watson fue su segundo proyecto para este cliente. Con el complejo IBM en Rochester, Minnesota, encargado algunos años antes, Saarinen había conocido ya las complejidades programáticas de las actividades de un campus de investigación.
La fórmula con la que Saarinen solía llegar a la solución arquitectónica final fue una constante a lo largo de toda su carrera. El proceso que siguió al diseñar este centro es aplicable a un gran número de proyectos que firmó. El primer paso fue la tesis funcional: disposición flexible en el espacio, énfasis en concentración por oposición a dispersión para minimizar el tiempo de circulación y empleo de aire acondicionado e iluminación fluorescente. El segundo paso fue la presentación de une escenario realista para comprobar como la comunidad experimentaría su diseño en su rutina cotidiana; la intención era que los científicos pudieran disfrutar de un entorno informal y estuvieran en estrecho contacto con la naturaleza mientras llevaban a cabo sus investigaciones altamente especializadas. El tercer paso fue la consideración del contexto adyacente: la atractiva topografía del terreno, su exuberante vegetación y el sinuoso camino integrado en el entorno sugieren una arquitectura que se funde con el escenario natural.
El cuarto y último paso fue la valorización del proyecto a través de la definición arquitectónica final: una superficie curva de vidrio y acero, de 332 m de largo, flanqueada por paredes de piedra de cantería local. Cuando los visitantes avanzaban hacia la entrada por la calle, que se encuentra más abajo, la imagen que domina su vista es una estructura lineal inmaterial que reposa sobre una base de piedra y recuerda al éntasis de una gigantesca columna de templo griego. Con un amplio gesto, Saarinen abarca una amplia serie de funciones a través de dos pasillos abiertos ubicados en los extremos de una sección transversal de 36, 50 m de ancho. Mientras que la planta del edificio y de los jardines es radical, la composición del plano del interior resulta absolutamente impredecible. Detrás de la suave continuidad de la pared curva de vidrio, los laboratorios y oficinas se encuentran encerrados en más de una docena de estructuras rectangulares alargadas, apenas separadas una de otro, que rompen con la continuidad de las sombras proyectadas por la luz proveniente de los corredores exteriores sobre las paredes de piedra del interior. Para generar una curva con esas piezas rectangulares, la planta se abre a intervalos regulares, formando áreas coneiformes que albergan escaleras y ascensores.
El contraste entre la áspera superficie de la piedra de cantera local y la precisión matemática de la fachada acristalada crea efectos inususales en los curvilíneos alzados. La contracurva cerrada del paisaje contrasta con la suave curvatura del edificio a la altura de la entrada. La silueta del escultural antetecho y los extremos de la leve contracurva de la pared de piedra recuerdan al tipo de formas empleado en la terminal de las aerolíneas TransWorld de New York. Argonauta I y Argonauta II, dos piezas escultóricas del artista Seymour Lipton, colocadas sobre cada uno de los extremos de la pared de piedra, mantienen una relación simétrica con el antepecho de hormigón de la entrada. En opinión del artista, representan al científico aventurándose hacia lo desconocido.
Pierluigi SERRAINO