La capilla de Lomas de Cuernavaca es un rasgo en el cielo, en la línea nerviosa de una curva que pareciera trazada con grafito contra el horizonte.Sin en algún momento Candela se situó en el lñimite de la abstracción, tuvo que ser cuando proyectó este pequeño edificio de apenas 30x20 m y cuya planta es realmente una sombra; lo demás es una membrana que con aparente violencia parece captada en un instante del glolpe de látigo alque parece haberse sometido toda la estructura.
Ubicada en la cima de una loma y en la misma urbanización a la que se accede por la plaza "Los Abanicos", esta capilla se propuso como el símbolo arquitectónico - más que relilgioso - de un conjunto urbano que se dirigía hacia un serctor social que buscaba precisamente la renovación de su imaginario social. La capilla es para el culto católico, pero no conserva ningún elemento de la fuerte tradición arquitectónica que en México tienen los edificios católicos. Los arquitectos de la capilla explotaron al límite los escasos recursos compositivos; una plataforma triangular para los bancos ascendentes de la feligresía, un paraboloide hiperbólico de bordes curvos cuya parábola mayor tiene 22 m de altura y 30 m en la base, y una cruz de hormigón cuyos dos brazos se forman con el desarrollo de facetas triangulares. La membrana de la cubierta crea una profunda sombre que refesca el área de asientos de la capilla y aparece como un agujero en el cielo, sensación que se presentaba, antes de que las frondas de árboles y otras construcciones aledañas interfirieran en la limpia apreciación de la arquitectura.
Candela llevó la propuesta geométrica de la capilla al límite de las posibilidades de estabilidad utilizando el "borde libre". Según Colin Faber, el arquitecto consideraba el borde libre dentro de su línea experimental, y suponía llegar al climax del refinamiento en el control de la estructura. El desarrollo de la superficie cuadrática corresponde a la fifura del hypar, sin embargo lamano del maestro se advierte en la drástica diferencia de alturas en las dos parábolas extremas. La del fondo que acoge el altar sube hasta 8 m y se cubre de un cristal que da intimidad al espacio sagrado y al mismo tiempo incorpora a la arquitectura del recinto un paisaje natural que apenas se corta con la cadema montañosa que delimita el valle de Cuernavaca. El manto del paraboloide trnasversal, que se monta sobre el primero, más grandioso, solo alcanza 4 m de altura máxima y sus bordes son los que conectan a tierra toda la estructura.
El espacio se presenta al espectador con una fuerza de atracción poco usual, las huellas de las reglas de madera del encofrado contribuyen a trnasmitit una nueva sensación dinámica y subrayan la direccionalidad hacia el fonro. Desaparecen los límites de la realidad entre arriba y abajo, el paisaje y el interior del edificio. La zona previa al altar recibe la sombra proyectada por la cubierta, creando otro fenómeno espacial peuliar e inefable; la inversión de las sombras dobido a la ondulación de la cubierta.
Enrique X. DE ANDA ALANÍS