El Escorial, el extraordinario edificio que epitomizó la arquitectura española de mediados del siglo XVI, fue el monumento de Felipe II a la posteridad. Sus arquitectos fueron Juan Bautista de Toledo y, después de su muerte en 1567 Juan de Herrera. Ambos conocían Italia, y Toledo había practicado allí la arquitectura. Diseñó El Escorial, a unos 50 km de Madrid, justamente en el centro de la Península Ibérica y a la misma latitud que Roma, siendo estos aspectos simbólicos determinantes en la comprensión de la obra. Tan determinantes como que el punto central de la planta del Escorial coincida con la figura de Salomón, monarca que intentó realizar su famoso templo. Este enorme recinto rectangular encerraba un palacio real, un monasterio, una iglesia y un panteón.
Se puso la primera piedra en 1563 y el complejo fue terminado en 1584. El período de construcción correspondió con los años de la Reforma Católica después del Concilio de Trento y la asombrosa severidad y sobriedad del edificio indicaba tanto el espíritu relgioso de la España de entonces, como el propio ferviente catolifismo del rey Felipe II. La suya era una fe estricta y ascética que se reflejaba en las fachadas sin adornos, el rígido trazado rectangular de los espacios y las torres cuadradas que marcaban cada una de las cuatro esquinas del edificio. Herrera fue el principal responsable del diseño de la iglesia y refleja los planes anteriores de Toledo y los prototipos renacentistas italianos.
Ni el carácter renacentista de El Escorial, ni su rigida austeridad fueron duraderos, el temperamento español estaba demasiado lejos del clasicismo y el racionalismo, su inclinación estética por el Plateresco era demasiado poderosa para soportar un estilo clásico maduro. No obstante, su modelo quedó como referencia en distintas etapas históricas, como el Barroco desornamentado y en el neoclascisimo posterior, por no hablar del estilo inicial de la época franquista, que tomó su fábrica y estética como modelo.