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Las casas negras, teigh dubh en gaélico y black house en inglés, en otro tiempo habituales en las Islas Hébridas, tierras altas de Escocia e Irlanda, se construyeron sobre todo a mediados del siglo XIX a partir de modelos antiguos. Están perfectamente adaptadas a la rigurosa climatología local: son casas de cubierta de paja, alargadas, de un solo piso y escasa altura, rodeadas de gruesos muros.


El nombre quizá proceda del hecho del que al carecer originalmente de chimenea, el interior se ennegrecía con cierta rapidez, agravado dicho hecho por el clima riguroso y húmedo de estos parajes.


Estas construcciones tradicionales, típicas hasta mediados del siglo XVIII, tienen forma rectangular y están compuestas de amplios muros de piedra y tierra compacta, cubiertos por un techo de vigas de madera y paja. Se trataba de viviendas largas y estrechas, a menudo construidas en paralelo y adosadas a los muros de piedra de la casa vecina. Solían dividirse entre una habitación que hacia la función tanto de granero como de corral, y otra donde se encontraba la vivienda propiamente dicha, en el centro de la cual solía situarse el fuego.


 La vida en ellas inicialmente no era precisamente confortable, el fuego interior que calentaba las viviendas no tenía chimenea por la que escapar, por lo que los moradores tenían que acostumbrarse a convivir con el humo, lo cual desde luego no era nada saludable; pero tenían un motivo para hacerlo. Y es que el humo se filtraba en la paja del techo, ahuyentaba a los insectos y la ennegrecía.


Los habitantes de las black houses compartían techo con los animales de granja. Humanos a un lado; cerdos, cabras, ovejas y gallinas al otro. Entrando y saliendo por la misma puerta. Algunas casas negras tradicionales permanecieron habitadas nada menos que hasta la década de 1970. Hoy estas casas forman parte del paisaje rural de las tierras altas escocesas.


Diego SANCHEZ VALLE


 

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