Nos encontramos en una extensa villa situada en las aguas del lago Nokoué, Benín, a escasos kilómetros del Golfo de Guinea. La razón que nos ocupa incumbe no a un edificio, sino a una manera de construir que nace de la supervivencia, de las ganas de vivir, y de aprovechar las limitaciones que diversos principios religiosos imponen a una serie de tiranos y atacantes para poder convivir de una manera humilde, natural y totalmente diferente al tipo de vida que tierra adentro podemos encontrar. Se trata de la ciudad de Ganvié, una villa lacustre creada para el pueblo Tofinu con el objetivo de mantenerse protegidos de los cazadores de esclavos. Hace varios siglos, con el esclavismo del pueblo portugués aliado con algunas tribus africanas para obtener esclavos de tribus más pequeñas, se hace palpable el peligro para el pueblo Tofinu, que rápidamente huye a las orillas de Nokoué para establecerse donde la religión de los captores no permitía este tipo de atroces actos. Con el tiempo, los habitantes han ido estableciendo algo más que casetas en la ciudad, han conseguido crear un tramado compuesto por servicios básicos como edificios religiosos y educativos, así como de comercio y almacenaje de alimentos y pescado, de cuya pesca en el propio lago se abastecen. Aun conociendo el intento del gobierno por crear taludes de tierra que ofrecía mayor superficie de tierra transitable en la ciudad, es poco el suelo firme que encontramos en la villa, siendo este reservado para huertos y animales de granja, que no abundan. Esto se debe a que la obra comenzada por sus antepasados se ha aferrado a la cultura y la manera de vivir de las generaciones contemporáneas y se ha convertido en una manera de vivir para ellos, rechazando fuertemente la presencia de turistas y visitantes foráneos y ofreciendo el servicio mínimo para ellos. Las viviendas construidas sobre el agua, escuelas, iglesias y otro tipo de estructuras tanto públicas como privadas ocupan la orilla del lago y se adentran en el mismo conformando una trama urbana sin planificación alguna, en la que la única restricción que puede llegar a encontrarse a la hora de construir es la posibilidad de introducir el material de construcción por el agua, siendo este el único modo de transportarse de un punto a otro de la villa. Puede llegar a parecer que la tecnología no ha llegado a estos lares, pero acercando la vista se puede apreciar cómo los sistemas constructivos han ido cambiando con el tiempo, siendo el ejemplo más evidente el cambio de las antiguas cubiertas de paja a las actuales metálicas, que tienen un menor mantenimiento y mayor resistencia y durabilidad. La estructura, por el contrario, ha mantenido su forma convencional de piezas enterizas de madera a modo de pilotes que se clavan en el lodo del fondo del lago, sobre el que se conforman plataformas y subestructuras para fachadas de madera o chapa metálica, sobre las que se realizan huecos para ventanas y contraventanas de madera. Los materiales de construcción no son el único cambio que hace presente al mundo contemporáneo en el lugar, pues la introducción de productos industrializados de plástico en las comidas traídas de la civilización que conocemos, o en cualquier herramienta utilizada por los habitantes, suponen un problema emergente y enorme que se arremolina cada vez más en las orillas del lago, algo que nunca antes había sido necesario apuntar dado que la ciudad se abastecía a kilómetro cero de absolutamente todo lo que necesitaba. Aun detectando este tipo de situaciones, resulta increíble la manera en la que un pueblo consigue integrarse en un entorno a tal nivel que dejan de ser intrusos para convertirse en parte de él, manteniendo un compromiso de por vida con él, manteniendo un compromiso de por vida con un lugar que les da lo que necesitan siempre y cuando lo mantengan exento del fenómeno que actualmente conocemos como “hacer ciudad”.