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MONTANER Josep Maria., La modernidad superada. Arquitectura, arte y pensamiento del siglo XX .


Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 2002 


págs.59-88. “ El racionalismo como método de proyectación: progreso y crisis”


En las ideas del abate Marc-Antoine Laugier, la razón como a priori -concretada en el modelo estructural de la “cabaña primitiva” presentada en su Essai sur l'Architecture (1751)- es confirmada por la experiencia empírica y por las sensaciones. Mediante su racionalismo radical y su geometrismo elementarista, Laugier pone de manifiesto que los aspectos estructurales de la arquitectura coinciden con los valores más simples y naturales. Siguiendo las influencias de Jean-Louis de Cordemoy y el abate Carlo Lodoli, Laugier propone un modelo fundacional para la arquitectura.


En gran parte de las corrientes que van del renacimiento al neoclasicismo se produce una identificación entre clasicismo y racionalismo. Un ejemplo serían los escritores de la Accademia degli Arcadi de Roma, que a finales del siglo XVII y principios del XVIII oponen la razón y la dignidad clásica frente al gusto y al artificio barroco. De nuevo, la evidencia, la claridad y la distinción cartesiana. Con la Ilustración, razón, naturaleza y clasicismo se unifican.


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FUSCO Renato de .,  Historia de la arquitectura Contemporánea. Ed. Celeste. Madrid,1992.


Págs.263-350.“El racionalismo "


pág. 263. La vanguardia y la arquitectura racional . Los orígenes teóricos del racionalismo en arquitectura pueden encontrarse en los tratados más antiguos y en todos aquellos momentos, especialmente en el siglo XVIII, en que la literatura arquitectónica intenta una descripción de los elementos una clasificación, un método operativo transmisible mediante un conjunto limitado de preceptos verificables; de ahí la asociación propuesta, no sin razón, por diversos autores entre el racionalismo moderno y la cultura del clasicismo. Por otra parte, la triada vitruviana firmitas, utilitas, venustas, la afirmación de Lodoli según la cual «nada debe llevarse a la representación que no esté ya presente en la función», y la fórmula del naturalista Lamarck según la cual “la forma sigue a la función” llevada a la arquitectura por Horacio Greenough, constituyen ejemplos, entre otros muchos, de una tratadística con intenciones racionalistas.


Pero estas causas no son suficientes para el racionalismo moderno. Éste nace a partir de la confianza tardo-iluminista en la solución mediante la razón de todos los problemas que plantea la realidad contingente; de la vanguardia figurativa y, sobre todo, de la necesidad de afrontar las continuas exigencias socioeconómicas de la civilización industrial de masas contemporánea.


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KOSTOF, Spiro. Historia de la Arquitectura. Edit. Alianza Editorial.Madrid, 1988.


Tomo 3. Pags. 957-993. Una arquitectura para un nuevo mundo.


Pág.975-987. Un mundo del que escoger. Grecia contra Roma.


Pero ni siquiera tanta reserva satisfacía a una ruidosa vanguardia de puritanismo arquitectónico. Había un movimiento dispuesto a denegar el uso ornamental de los órdenes, el juego enérgico de las pilastras y las columnas añadidas, pedestales y pedimentos ornamentales —lo que el abad Cordemoy llamaba peyorativamente «arquitectura en relieve»—. Las columnas eran miembros funcionales en un principio, y eso es lo que deberían volver a ser. Era la arquitectura romana la que había convertido los órdenes en decoración no estructural, por lo que se debía retroceder en el tiempo para recobrar su verdadera finalidad. Ello quería decir volver a Grecia, cuyas invenciones había absorbido y perfeccionado Roma. Y aún más atrás, en el origen de estos monumentos, había que reconocer a las estructuras de madera de las que los templos eran transcripciones petrificadas; y, por último, había que sacar a la luz la cabaña primitiva con la que decía Vitrubio que había tenido su inicio la arquitectura. Volver a trazar este desarrollo ayudaría al mundo moderno a despojarse de toda elaboración que no fuese esencial, y a lograr de nuevo una arquitectura honesta.


Los que abogaban por esta visión radical fueron llamados Rigoristas. Los nombres más influyentes fueron el veneciano Carlo Lodoli (1690-1761) y el Abad Laugier (1731-1769), un ex-jesuita, cuyo Ensayo sobre Arquitectura, publicado en París en 1753, tuvo una amplia repercusión tanto en Francia como en otros países. La posición de Lodoli era la más extrema. Su convención principal era que la arquitectura debía ser considerada una ciencia, y no como una provincia de la imaginación artística gobernada por reglas de belleza. Lodoli rechazaba las proporciones fijas de los órdenes. El diseño no era dependiente de modelos ideales, sino de: 1) función, entendiendo por tal la forma en que debía comportarse la estructura de un edificio de acuerdo con el uso de ese edificio, y 2) representación, «la expresión individual y total que resulta de la forma en que se dispone el material de acuerdo con las reglas geométricas-aritméticas-ópticas para conseguir la finalidad a la que se destinaba». El ornamento podría añadirse una vez que se hubieran logrado los requerimientos funcionales, pero para Lodoli el ornamento no era un revestimiento caprichoso ligado a lo anterior. Había de basarse en las leyes científicas que gobernaban los materiales de la construcción, madera y piedra, y por tanto, debía convertirse en una parte integral del edificio.


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