pág. 450. El artista y el público cómo han perdido el contacto. Pero si los artistas son tan necesarios para nosotros, ¿cómo es que parecen haber perdido el contacto con todos sus coetáneos salvo un reducido grupo?. La gente corriente insiste casi con un punto de orgullo en que, por lo que a ellos respecta, el vocabulario de los artistas es totalmente incomprensible.
A menudo se dice que esto es consecuencia de la revuelta en contra del naturalismo; sin embargo, realmente se remonta a otro hecho completamente distinto: la Proclamation de la liberté du travail, formulada en Francia el 17 de marzo de 1791, que disolvió el sistema de los gremios. La abolición de todas las restricciones legales a la elección de un oficio fue el punto de partida del formidable crecimiento de la industria moderna y del aislamiento de los artistas.
Cortados los lazos con los oficios, los artistas se enfrentaron al grave problema de competir con el sistema fabril para ganarse la vida. Una solución fue establecerse en el comercio del lujo, dar satisfacción, sin reparo alguno, al mínimo común denominador del gusto de los clientes. El gusto público en materia de arte inundo el mundo, llenó los salones de exposiciones y ganó las medallas de oro de todas las academias. Sin obietivos serios y sin criterios propios, lo máximo que podía esperar ese arte era el éxito financiero, y eso lo logró a menudo. Los más favorecidos de estos esclavos cultos (Jean-Louis-Ernest Meissonier, por ejemplo) vieron a veces sus lienzos vendidos a miles de francos por centímetro cuadrado.
En lo que al público y los críticos se refiere, esto era arte; y esto era lo que el trabajo de los artistas pretendía hacer. A la media docena de pintores que llevaron a cabo un auténtico trabajo de artista, de creación e investigación, no se les hizo ningún caso. Los hechos constitutivos de la pintura de nuestra época se desarrollaron en contra de la voluntad del público y casi en secreto. Y esto fue así desde el comienzo hasta el final del siglo, de Ingres hasta Cézanne.
La misma situación se vivió en la arquitectura. También en ella los avances se hicieron subrepticiamente, en el ámbito de la construcción. Arquitectos y pintores se enfrentaron a la misma gran batalla contra el trompe l'oeil, el trampantojo. Ambas profesiones tuvieron que combatir esos estilos profundamente arraigados y retornar a los medios puros de expresión. Durante unas cuatro décadas, un pintor tras otro hicieron el esfuerzo de reconquistar la superficie plana. Ya hemos visto cómo esa misma batalla se entabló en la arquitectura como consecuencia de la exigencia de moralidad. Pintores de clases muy distintas, pero que compartían su común aislamiento con respecto al público, contribuyeron constantemente a lograr una nueva concepción del espacio. Y nadie puede comprender la arquitectura contemporánea, ni tener conciencia de los sentimientos ocultos tras ella, a menos que haya captado el espíritu que animaba esta pintura.
El hecho de que la pintura moderna desconcierte al público no es extraño: durante todo un siglo el público hizo caso omiso de los adelantos que condujeron a ella. Resultaría muy sorprendente que el público hubiese sido capaz de leer a simple vista un lenguaje artístico elaborado cuando su atención se centraba en otras cosas, absorbida por el seudoarte de los salones de exposición.