Págs.14-60. 1ªPARTE. LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD INDUSTRIAL. “La Revolución Industrial y la arquitectura (1760-1830)”
b.- El perfeccionamiento de los sistemas constructivos tradicionales.
Una de las principales preocupaciones de gobernantes y empresarios en el siglo XVIII, es la realización de nuevas y eficientes vías de comunicación: carreteras y canales.
En Francia, la Monarquía dedica gran atención a la vialidad; los caminos reales, de acuerdo con la reglamentación de Colbert. son con frecuencia muy anchos de trece a veinte metros , más por razones visuales que por exigencias del tráfico, y trazados con extrema regularidad, con frecuencia en línea recta de un centro a otro; una ordenanza del año 1720 recomienda que las carreteras sigan «la línea más recta posible, por ejemplo de campanario a campanario». No tan perfecta es su calidad: el empedrado y el firme, realizados con métodos tradicionales. exigen reparaciones muy frecuentes que debe llevar a cabo la población del territorio atravesado, según el sistema, ya que las prestaciones varían de treinta a cincuenta jornadas anuales.
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Pero París no fue la cuna original de la gestación del nuevo estilo, sino Roma. Desde principios del siglo XVI se habían asentado en Roma los centros internacionales desde los cuales irradiaban a todo el mundo occidental las nuevas ideas artísticas, lo que no significa ni mucho menos que nacieran allí. A Roma llegaba generación tras generación de jóvenes artistas, expertos y coleccionistas para formar su gusto y formular sus ideales estéticos. Algunos incluso se instalaron allí de por vida. Desde tiempos de Colbert el estado francés mantenía una fundación académica en Roma para la formación de artistas postgraduados. De esta manera, la hegemonía de Francia en las artes del siglo XVII y principios del XVIII se fundamentó sobre una tradición que se mantenía y se renovaba en Roma. Otros extranjeros llegaban a Roma de manera más informal, costeándose los gastos o con ayuda de mecenas particulares. En la década de 1770 Jorge III dio por primera vez bolsas de viaje a jóvenes arquitectos ingleses que prometían. En la década de 1750 aumentó notablemente el número de arquitectos nórdicos que estudiaba en Roma; algunos, comenzando por el escocés Robert Mylne (1734-1811) en 1758, ganaron premios en los concursos que convocaba la Academia romana de San Lucas.