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Declaración de La Sarraz Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, 1928


El problema de la arquitectura en sentido moderno exige en primer lugar una relación intensiva de su cometido con el cometido de la economía general.


1. Se debe entender economía en sentido técnicoproductivo, y esto significa la utilización más racional posible del trabajo y no el máximo beneficio en sentido especulativo comercial.


2. La necesidad de la producción económicamente más eficaz resulta imperiosamente del hecho de que en el presente y en el futuro próximo deberemos contar con unas condiciones de vida deterioradas en general.


3. Las consecuencias de la producción económicamente eficaz son la racionalización y la estandarización. Estas tienen una influencia decisiva sobre el trabajo de la arquitectura actual.


4. La racionalización y la estandarización se manifiestan en tres aspectos:


a, exigen del arquitecto una reducción y una simplificación intensas de los procesos de trabajo necesarios en la obra;


b, suponen para la artesanía de la construcción tina reducción tajante de la actual multiplicidad de profesiones en favor de menos oficios, fáciles de aprender incluso para el trabajador inexperto;


c, exigen del usuario, del promotor y del habitante de la casa una clarificación de sus exigencias en el sentido de una amplia simplificación y generalización de las viviendas. Esto significa una reducción de las exigencias particulares actualmente sobrevaloradas y cultivadas por algunas industrias, en favor de una satisfacción general y amplia de las necesidades, hoy postergadas, de las masas.


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FRAMPTON Kenneth., “Las vicisitudes de la ideología: los CIAM y el Team X, crítica y contracrítica, 1928-1968” en Historia crítica de la  Arquitectura Moderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1987. 


Pág.273-383."La declaración del CIAM en 1928 -firmada por veinticuatro arquitectos que representaban a Francia (6), Suiza (6). Alemania (3), Holanda 13), Italia (2), España (2), Austria (1) y Bélgica (1)-hacía más hincapié en la construcción que en la arquitectura como «actividad elemental del hombre que forma parte en todo su alcance y en toda su profundidad del desarrollo creativo de nuestra vida». El CIAM afirmaba abiertamente que la arquitectura estaba inevitablemente supeditada a los temas más amplios de la política y la economía, y que, lejos de separarse de las realidades del mundo industrializado, habría de depender, para su nivel general de calidad, no de los artesanos, sino de la adopción universal de los métodos de la producción racionalizada. Mientras que cuatro años después Hitchcock y Johnson iban a defender la preeminencia del estilo como algo determinado por la técnica, el CIAM hacía hincapié en la necesidad de la economía y la industrialización planificadas, pero denunciando al mismo tiempo la eficacia como medio para alcanzar el máximo beneficio. Por el contrario, abogaba por la introducción de dimensiones normativas y eficaces métodos de producción como paso previo a la racionalización de la industria de la construcción. Así, lo que los estetas consideraban como una preferencia formal por la regularidad ora para el CIAM el requisito previo para aumentar la producción de viviendas y para reemplazar los métodos de una era artesanal. El documento do La Sarraz adoptaba una actitud igualmente radical con respecto al urbanismo, cuando declaraba:


"El urbanismo no puede venir determinado por consideraciones estéticas, sino exclusivamente por exigencias funcionales (...) La actual fragmentación camita del suelo -debida a la compraventa, a la especulación y a las leyes relativas a las herencias- debe combatirse mediante una administración colectiva del suelo ejercida de forma planificada. Este proceso ya se puede iniciar hoy mediante la transferencia de la plusvalía injustificada a la comunidad y la modificación de las leyes de las herencias."


Entre la declaración de La Sarraz en 1928 y su última reunión, celebrada en Dubrovnik en 1956, los CIAM pasaron por tres fases de desarrollo. La primera -que duro desde 1928 hasta 1933 e incluyó los congresos celebrados en Frankfurt en 1929 y Bruselas en 1930- fue en muchos aspectos la más doctrinaria. Dominada porz los arquitectos de habla alemana de la Neue Sachlichkeit, que eran en su mayoría de convicciones socialistas, estos congresos se dedicaron primero -en Frankfurt, bajo el título 'Die Wohnung für das Existenzminimum', ('La vivienda mínima- a los problemas de las condiciones mínimas del alojamiento, y luego -en Bruselas (III CIAM), con el título 'Rationelle Bebauungsweisen' ('Métodos constructivos racionales')- a los temas de la altura optima y la separación entre bloques para el uso más eficaz tanto del suelo como de tos materiales. El II CIAM, promovido por Ernst May, arquitecto municipal de Frankfurt, estableció también un grupo de trabajo conocido como CIRPAC (Comité Internacional para la Resolución del Problema de la Arquitectura Contemporánea), cuya tarea primordial era preparar temas para futuros congresos.


La segunda tase de los CIAM -que abarco de 1933 a 1947- estuvo dominada por la personalidad de Le Corbusier, que reorientó conscientemente el énfasis hacia el urbanismo. Et IV CIAM, en 1933, fue sin duda el congreso más completo desde el punto de vista urbanístico, en virtud de su análisis comparativo de 34 ciudades europeas. De él salieron los artículos de la Carta do Atenas, que por razones inexplicables no se publicaron hasta una década más tarde. Reyner Banham describía en 1963 los logros de este congreso en los siguientes termines, bastante críticos:


El IV CIAM -tema: 'La ciudad funcionar- tuvo lugar en julio y agosto de 1933 a bordo del vapor Patris, en Atenas y, al final de la travesía, en Marsella. Fue el primero de los congresos 'románticos* representado en un marco de esplendor escénico y sin relación con la realidad de la Europa industrial, y fue el primor Congrès dominado por Le Corbusier y los franceses, más que por los estrictos realistas alemanes. El crucero mediterráneo fue claramente un alivio de agradecer frente al empeoramiento de la situación europea, y en esa breve pausa de la realidad los delegados redactaron el documento más olímpico, retórico y a la larga destructivo que salió de los CIAM: la Carta de Atenas. Las 111 proposiciones que comprende la Carta se componen en parte de declaraciones sobre las condiciones de las ciudades, y en parte de propuestas para la rectificación de esas condiciones, agrupadas en cinco epígrafes principales: vivienda, diversión, trabajo, circulación y edificios históricos.


El tono sigue siendo dogmático, pero también es genérico y esta menos relacionado con los problemas prácticos inmediatos que los Informes de Frankfurt y Bruselas. La generalización terna sus virtudes, pues comportaba una mayor amplitud de miras e insistía en que las ciudades sólo podían examinarse en relación con sus regiones circundantes, pero este persuasivo carácter general que da a la Carta de Atenas ese aire de aplicabilidad universal oculta una concepción muy limitada tanto de la arqui-tectura como del urbanismo, y comprometía inequívocamente a los CIAM con: 1, la rígida zonificación funcional de los planes urbanísticos con cinturones verdes entre las aren reservadas para las diferentes funciones; y 2, un único tipo de vivienda social, descrita en palabras de la Carta como '(bloques altos y muy separados, allí donde exista la necesidad de alojar una gran densidad de población». A treinta años de distancia, reconocemos esto como la mera expresión de una preferencia estética, pero en su momento tuvo el poder de un mandamiento mosaico y, en efecto, paralizo la in-vestigación de otras formas de alojamiento.


Aunque el consenso inmediato sobre la Carta de Atenas puede que sirviera para impedir un examen más detenido de otros modelos residenciales alternativos, el hecho es que hubo un apreciable cambio de tono. Las exigencias políticas radicales del movimiento inicial habían sido abandonadas, y aunque el funcionalismo seguía siendo el credo general, los puntos de la Carta suenan como un catecismo neocapitalista, cuyos mandatos eran de un 'racionalismo' tan idealista como mayoritariamente irrealizable. Este enfoque idealista alcanzo su formulación anterior a la guerra en el V congreso, dedicado al tema de la vivienda y el ocio, y celebrado en Paris en 1937. En esta ocasión, los CIAM estaban preparados para reconocer no sólo el impacto de las construcciones históricas, sino también la influencia de la región en la que la ciudad resultaba estar situada.


Con la tercera y última fase de los CIAM, el 3 triunfó completamente sobre el materialismo del primor periodo. En 1947. en el VI congreso, celebrado en Bridgewater, Inglaterra, los CIAM intentaron superar la esterilidad abstracta de laciudad funcional' declarando que “el objetivo de los CIAM es trabajar para la creación de un entorno fisco que satisfaga las necesidades emocionales y materiales de las personas” Esta idea se desarrolló aún más bajo los auspicios del grupo inglés MARS, que preparo el tema de 'El núcleo' para el VIII CIAM, celebrado en Hoddesdon, Inglaterra, en 1951. Al elegir como argumento 'El corazón de la ciudad', MARS hizo que el congreso abordase un tema que ya había sido introducido por Sigfried Giedion, Jose Luis Sert y Fernand Leger en su manifiesto de 1943, en el que escribían: «La gente quiere que los edificios que representan su vida social y colectiva proporcionen algo más que una simple satisfacción funcional. Quieren satisfacer sus aspiraciones.


Para Giedion, al igual que para Camilla Sine, el 'espacio de apariencia pública' dependía necesariamente del marco monumental de las instituciones públicas que la delimitaban, y viceversa. Sin embargo, pese a su entonces patente interés por las cualidades concretas del lugar, la vieja guardia de los CIAM no daba indicación alguna de saber valorar de un modo realista las complejidades de la difícil situación urbana de posguerra; el resultado fue que los nuevos afiliados, procedentes de la generación más laven, estaban cada vez más desilusionados e inquietos.


La escisión decisiva llego con el IX CIAM, celebrado en Aix-en-Provence en 1953, cuando esta generación, encabezada por Alisan y Peter Smithson y Aldo van Eyck, cuestiono las cuatro categorías funcionalistas de la Carta de Atenas: vivienda, trabajo, diversión y circulación. En lugar de presentar un conjunto alternativo de abstracciones, los Smithson, Van Eyck, Jacob Bakema, Georges Candilis, Shadrach Woods, John Voelcker y William y Jill Howell, buscaban los principios estructurales del crecimiento urbano y la siguiente unidad significativa por encima de la célula familiar. Su insatisfacción con el funcionalismo modificado de la ~la guardia -con el 'idealismo' de Le Corbusier, Van Eesteren, Sert, Ernesto Rogers, Alfred Roth, Kunio Mayekawa y G ropius- quedó reflejada en su reacción crítica al informe del VIII CIAM. Al modelo simplista del núcleo urbano respondían planteando un trazado más complejo que sería, en su opinión, más receptivo a la necesidad de identidad. Y escribían lo siguiente:"El hombre puede identificarse inmediatamente con su propio hogar, pero no tan fácilmente con fa ciudad en la que está situado. La pertenencia' es una necesidad emocional básica; las ideas con las que se asocia son do lo más simple. De la 'pertenencia' -identidad- proviene el enriquecedor sentido de la vecindad. Las calles cortas y angostas de los barrios bajos lo consiguen, mientras que las remodelaciones espaciosas con frecuencia son un fracaso". 


En este párrafo singularmente agudo no sólo descartaban el sentimentalismo de la vicia guardia, inspirado en Sine, sino también el racionalismo de la 'ciudad funcional'. Su impulso crítico para encontrar una relación más precisa entre la forma física y las necesidades sociopsicológicas se convirtió en el argumento del X CIAM, celebrado en Oubrovnik en 1956 -la última reunión de los CIAM-, del que este grupo, conocido en adelante como el Team X (leído Team Ten '), fue el principal responsable. La desaparición oficial de los CIAM y su sucesión por parte del Team X quedaron confirmadas en una reunión posterior que tuvo lugar en 1959 en el elegiaco marco del Museo de Quedaos obra de Van de Velde. Pero el epitafio de los CIAM ya estaba escrito en la carta que Le Corbusier había enviado al congreso de Dubrovnik, en la que declaraba:


"Los que ahora tienen cuarenta años -nacidos hacia 1916, en medio de guerras y revoluciones- y los que por entonces aún no habían venido al mundo y que ahora tienen veinticinco años -nacidos hacia 1930, durante los preparativos para una nueva guerra y en medio de una profunda crisis económica, social y política-. todos aquellos que se encuentran, por tanto, en el corazón del presente, son los únicos capaces de entender los problemas reales de manera personal y profunda, las metas que buscar, los medios para alcanzarlas, la percuta urgencia de la situación actual. Son ellos los entendidos. Sus antecesores ya no lo son; están acabados; ya no están sometidos al impacto directo de la situación."


 


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BENEVOLO, L., Historia de la Arquitectura Moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona, 1987.


Pág.496-529 ”Formación del Movimiento Moderno en Europa entre las dos guerras. Los primeros contactos con el público”


4.- La funcación de los CIAM.


En 1927, el concurso para la Sociedad de las Naciones y la Exposición de Stuttgart demostraron que un gran número de arquitectos, en varias naciones europeas, trabajaban con métodos parecidos y que sus contribuciones eran, de hecho, componibles entre sí. 


 En 1928 nace la exigencia de traducir esta hipotética unidad en una asociación. Madame de Mandrot ofrece la ocasión poniendo a disposición sus castillo de La Sarraz para un congreso de arquitectos modernos. 


 Le Corbusier prepara un gráfico en colores, que se cuelga en la sala de reuniones, donde se presentan los seis puntos a discutir: 


 —La técnica moderna y sus consecuencias. 


—La estandardización. 


— La economía. 


— La urbanística. 


— La educación de la juventud. 


— La realización: la arquitectura y el Estado. 


 Las discusiones en La Sarraz, como sucede generalmente en estas ocasiones, no son muy significativas; entre la mayoría de las personas que intervienen en el debate existe, sin duda, un acuerdo sustancial, que salió a la luz, del modo más significativo, el año anterior, en Stuttgart, en el campo de los hechos; pero es mucho más difícil traducir este acuerdo en palabras, porque quien es capaz de simplificar los razonamientos, pasando por alto las dificultades, tiene, inevitablemente, ventaja sobre quienes ven toda la complejidad de los problemas y tienen, por lo tanto, dificultades para expresar esta conciencia. 


 La declaración final está redactada en el estilo de Le Corbusier: 


 Los arquitectos abajo firmantes, representantes de los grupos nacionales de arquitectos modernos, afirman su identidad de opiniones sobre los conceptos fundamentales de la arquitectura y sobre sus obligaciones profesionales. Insisten, sobre todo, en el hecho de que «construir» es una actividad elemental del hombre, íntimamente relacionada con la evolución de la vida. El destino de la arquitectura es expresar el espíritu de una época. Afirman hoy la necesidad de un nuevo concepto de la arquitectura que satisfaga las exigencias materiales, sentimentales y espirituales de la vida presente. Conscientes de las profundas perturbaciones producidas por el maquinismo, reconocen que la transformación de la estructura social y económica exige la correspondiente transformación de la arquitectura. Se han reunido con la intención de buscar la armonización entre tos elementos presentes en el mundo moderno y de volver y situar a la arquitectura en su verdadero ámbito, que es económico, sociológico y, en su conjunto, está al servicio de la persona humana. Así, la arquitectura evitará la estéril influencias de las academias. Fortalecidos, con este convencimiento, declaran asociarse para realizar sus aspiraciones.


 Para beneficiar a un país, la arquitectura debe relacionarse íntimamente con la economía general. La noción de «rendimiento», introducida como axioma en la vida moderna, no implica, de ningún modo, el máximo provecho comercial, sino una producción suficiente para satisfacer por completo las exigencias humanas. El verdadero rendimiento será fruto de una racionalización y de una normalización aplicadas elásticamente tanto a los proyectos arquitectónicos como a los métodos industriales. Es urgente que la arquitectura en vez de pedir ayuda casi exclusivamente a una anémica artesanía, se sirva también de los inmensos recursos de la técnica industrial, aún cuando esta decisión deba conducir a resultados bastante distintos de los que hicieron la gloria de las épocas pasadas. La urbanística es la planificación de los diversos lugares y ambientes en los que se desarrolla la vida material, sentimental y espiritual en todas sus manifestaciones, individuales y colectivas, y comprende tanto los asentamientos urbanos como los rurales. La urbanística no puede someterse en exclusiva a las normas de un esteticismo gratuito, sino que su naturaleza es esencialmente funcional. Las tres funciones fundamentales que la urbanística debe preocuparse de llevar a cabo, son:


1) habitar, 2) trabajar, 3) distraer. Sus objetivos son:


a) el uso del suelo, b) la organización de los transportes, e) la legislación. El actual estado de los asentamientos no facilita estas tres funciones. Las relaciones entre los distintos lugares en que se efectúan deben volverse a calcular, para establecer una justa proporción entre volúmenes construidos y espacios libres. El reparto desordenado del suelo, fruto de las parcelaciones, de las ventas y de la especulación, debe ser sustituido por un sistema racional de redistribución del suelo. Esta redistribución, base de toda urbanística que responda a las necesidades presentes, asegurará a los propietarios y a la comunidad la repartición equitativa de la plusvalía que deriva de los trabajos de interés colectivo.


 Es indispensable que los arquitectos ejerzan una influencia sobre la opinión pública para dar a conocer los medios y los recursos de la nueva arquitectura. La enseñanza académica ha pervertido el gusto público y, por regla general, no se han ni siquiera planteado los verdaderos problemas de la vivienda. El público está mal informado y los mismos usuarios, generalmente, no saben formular sus deseos en cuestiones de alojamiento.


De esta manera, el problema de la vivienda ha quedado, desde hace tiempo, ajeno a las más importantes preocupaciones del arquitecto. Un conglomerado de nociones elementales, impartidas en las escuelas primarias, podrían formar la base de una educación doméstica. Esta enseñanza podría formar nuevas generaciones dotadas de un sano concepto del alojamiento y ésta, futura clientela del arquitecto, podrían imponerle la solución del problema de la vivienda, descuidado por demasiado tiempo.


Los arquitectos, con la firme voluntad de trabajar en el verdadero interés de la sociedad moderna, creen que las academias, conservadoras del pasado, obstaculizan el progreso social descuidando el problema de la vivienda, favoreciendo una arquitectura puramente representativa. A causa de su influencia en la enseñanza, las academias corrompen, desde su origen, la vocación del arquitecto y, dado que detentan casi la exclusiva de los encargos públicos, se oponen a la introducción del espíritu nuevo, el único que podrá vivificar y renovar el arte de la construcción.


 Es interesante considerar, sobre todo, las explicaciones sobre los medios de realización, que califican la acción de los CIAM hacia la sociedad contemporánea. 


 El sexto punto propuesto por Le Corbusier dice: «Realización: la arquitectura y el Estado.» En esta fórmula convergen vanas líneas de pensamiento: Le Corbusier cultiva la idea de una arquitectura demiúrgica, donde la actitud de la mayoría esté regulada por la acción ilustrada de una minoría. Escribía en 1923: «El arte de nuestra época está en su lugar cuando se dirige a las élites; el arte no es cosa popular... es un alimento necesario para las élites que deben reunirse para poder dirigir; el arte es esencialmente aristócrata (hautaine)», y es natural que quiera ejercer esta tarea directiva a nivel máximo, es decir, a través del Estado. 


 Gropius ve que las élites actuales pueden seguir desempeñando una función en la sociedad moderna al precio de abdicar de su preponderancia de hecho y asumir un papel de mediación cultural; es decir, asegurar el paso del antiguo patrimonio de valores de la vieja a la nueva estructura social (en términos técnicos: de la artesanía a la industria), deben dirigir sólo el tiempo suficiente para formular, reuniéndose, un sistema apropiado de valores para dejarlo, quizás, en herencia a otros, en la futura sociedad unificada. Y. puesto que el lugar donde los intereses de todos salen a luz y donde se concentran en medida cada vez más creciente los medios de intervención es el Estado (basta pensar en la importancia, cada vez mayor, de la construcción subvencionada en la producción global de la construcción), Gropius y los suyos escogen también el Estado para traducir a la realidad su punto de vista. 


  La diferencia decisiva es la siguiente: Le Corbusier no tiene ninguna experiencia de las relaciones con el Estado, mientras que Gropius, Mies y los demás cultivan, desde hace tiempo, estas relaciones; tanto la Bauhaus como el Werkbund son instituciones estatales y la Weissenhof de Stuttgart —como los edificios de Dessau— fueron pagados con dinero público. Los holandeses tienen una experiencia parecida, trabajan, desde hace treinta años, por cuenta de las administraciones públicas; el anciano Berlage llega precisamente para intervenir sobre el sexto punto, con un trabajo titulado: Las relaciones entre el Estado y la arquitectura. 


 Le Corbusier, como los intelectuales franceses del siglo XVIII de los que habla Tocqueville, tiene una concepción formal del poder, como posesión de los medios financieros y jurídicos, necesarios para realizar ciertos programas, y piensa poder utilizar el poder público como ejecutor de sus intenciones, sin abdicar de su posición distante que le es propia como intelectual. 


 Gropius, Oud y Berlage saben que acogerse al Estado significa abandonar la posición privilegiada de los artistas de vanguardia y aceptar la lucha política en un plano de igualdad con los otros hombres. Si los arquitectos creen poder influir en las condiciones de vida de todos los demás, lo menos que se les puede exigir es presentar sus proposiciones según las reglas vigentes, válidas para todos. 


  Este paso es muy importante: también aquellos que, por falta de experiencia, creen poder permanecer alejados del combate, al pedir la intervención del Estado aceptan, implícitamente, las reglas del juego: el juego democrático o el juego totalitario. Y aquellos que creen poder mantener separados los medios de los fines, ofrecer su obra a los poderosos de toda especie, manteniendo inmune de concesiones, al menos, el campo del diseño, tendrán pronto una desilusión: las dictaduras no quieren arquitectura moderna, sino arcos y columnas. 


  En el castillo de La Sarraz, todos estos problemas flotan en el aire; reina un gran optimismo, pero se advierte la gravedad de los problemas suscitados y de las alternativas ofrecidas. La estructura organizativa queda, por esto, bastante tenue y las siglas adoptadas CIAM (Congresos Internacionales para la Arquitectura Moderna) indican sólo la ocasión de encuentro que se ofrece periódicamente, para poder comparar las experiencias realizadas. Gropius escribe: 


  Lo más importante fue el hecho de que, en un mundo lleno de confusión, de esfuerzos fragmentarios, un pequeño grupo internacional de arquitectos sintió la necesidad de reunirse, con la intención de ver, corno un conjunta unitario, los diferentes problemas con que se enfrentaban.


  En realidad, se plantean dos tareas distintas: comparar periódicamente las experiencias para profundizar los problemas suscitados y decidir la forma de presentar al público las soluciones progresivamente alcanzadas. La primera exigencia llevaría a la restricción del acuerdo entre las corrientes, sacando a la luz las dificultades de fondo; la segunda, en cambio, lleva a ensanchar el acuerdo, cubriendo con fórmulas provisionales los argumentos en litigio para ganar en claridad expositiva.


 No siempre las dos tareas se desarrollan al mismo ritmo. Las discusiones corren el riesgo de dividirse en dos tipos: para uso interno y para uso externo, y el Movimiento Moderno, presentándose con ropajes oficiales y aceptando precisar sus tesis de manera esquemática, fruto quizá de compromisos verbales, autoriza implícitamente al público a juzgarlo esquemáticamente.


 Alrededor de los años 30, la arquitectura moderna alcanza su máximo prestigio y popularidad, sobre todo en Alemania y, en menor medida, también en los otros países.


  Es el momento en que la atracción del repertorio formal elaborado por los arquitectos modernos induce a muchos otros proyectistas —de formación distinta o incluso decididamente académica— a modernizar, más o menos sinceramente, su lenguaje. El espíritu de la arquitectura moderna se extiende también a otros campos; en 1930, Hindemith compone su cantata Wir bailen can Haus, ejecutada por un coro de niños que imitan los gestos de los albañiles, mientras los versos del texto exaltan el trabajo colectivo.


 


Pág. 530-564. ”Formación del Movimiento Moderno en Europa entre las dos guerras. Aproximación a los problemas urbanísticos” 


 5.-La urbanística de los CIAM


 Las reuniones de los CIAM, entre 1929 y 1933, tratan de problemas urbanísticos y la sucesión de los temas indica la ampliación progresiva del campo de estudio.


 


 El segundo congreso, de 1929 en Frankfurt, se ocupa de definir el concepto de vivienda mínima, como punto de partida para los razonamientos sobre la edificación subvencionada. Esta reunión, como la sucesiva, está influida, sobre todo, por el grupo alemán y por las experiencias en curso en varias ciudades de Alemania, siendo la primera entre todas la de Frankfurt, de E. May. Los caracteres de la vivienda mínima se establecen basándose en la sociología de la época, fundada en observaciones estadísticas o en embrionarias teorías evolucionistas (Gropius se refiere a los trabajos de F. Müller-Lyer). Así, se observa que la dimensión de las viviendas, de acuerdo con los higienistas, puede reducirse considerablemente, mientras que la iluminación, la ventilación y la luz del sol deben aumentarse; se hace notar que la creciente emancipación de los individuos en el seno de la familia exige dar a cada miembro adulto una habitación, aunque pequeña, y se reconoce, por otra parte, que las actuales tendencias solidarias prefieren las casas de viviendas colectivas a las individuales, al menos en las aglomeraciones industriales.


 


 Una vez establecidos los standards, aparece el problema económico. Precisamente el hecho de que las clases menos adineradas no pueden pagarse una casa habitable y que es necesaria la intervención del Estado, hace que el problema de la vivienda se plantee como problema de mínimos, puesto que cualquier derroche se traduciría en una mayor injusticia. La misma consideración exige que también se reduzcan los gastos que genera la aproximación a los problemas urbanísticos al mínimo: del terreno, de las calles, etc. Así, del problema de la tipología de la edificación se pasa necesariamente al problema del barrio, tratado, en 1930, en el tercer Congreso de Bruselas.


 


 Gropius plantea el problema en la forma ya mencionada: ¿casas bajas, medias o altas? Böhm y Kaufmann, de Frankfurt, analizan los gastos, R. Neutra describe las ordenanzas americanas para casas altas, el bohemio K. Teige resume las condiciones de la construcción subvencionada en los diferentes países. Le Corbusier interviene con una de las ponencias más importantes, poniendo en discusión los dos problemas límites: el de la ciudad y el de la autoridad encargada de promover las mejores soluciones.


 


 La forma esquemática en que se expresa el maestro francés sirve para delinear con gran eficacia los problemas de fondo de la cultura urbanística contemporánea. Escribe: 


 


¿La gran ciudad es un hecho bueno o malo? . ¿Cuáles deben ser sus límites: uno, dos, cinco, diez millones de habitantes?, Aquí no debemos contestar a estas preguntas; el fenómeno de las grandes ciudades existe y representa en ciertos momentos, un acontecimiento jerárquico de calidad; la gran ciudad se convierte en un centro de atracción que recoge y devuelve los efectos espirituales nacidos de tan intensa concentración. Las grandes ciudades son, en realidad, puestos de mando.


 


Le Corbusier capta así la relación esencial entre los problemas urbanísticos más generales y los sociales y políticos. Pero aquí se detiene y previene: 


 


Estemos al corriente de las formas que adopta la actual evolución, pero, por favor, no nos ocupemos aquí de política y sociología. Estos dos fenómenos son infinitamente complejos; además existe el aspecto económico y no estamos calificados para discutir en el congreso estos arduos problemas. Lo repito; debemos considerarnos solo arquitectos y urbanistas y, en este terreno profesional, hacer conocer a quien corresponda las posibilidades y las necesidades de orden arquitectónico y urbanístico


Cuando empieza la enumeración de estas necesidades: ciudad jardín vertical, calles interiores, tejados planos, construcción independiente de las calles, llega a una consecuencia política: disponibilidad del suelo independiente de la propiedad privada.  ¿Cómo conseguirlo? «Ante las manifestaciones incontestables, indiscutibles del programa moderno, la autoridad aparecerá en la forma adecuada. Pero respetemos la cronología de los acontecimientos: los técnicos deben formular, la autoridad ya aparecerá. 


 


La exhortación a no discutir de política y sociología va contra los alemanes Taut y May. Pero todos, conjuntamente, están unidos por un mismo planteamiento; han formulado con programa, técnicamente factible y científicamente correcto, antes de tener en cuenta las fuerzas políticas que lo deberán efectuar e independientemente de las circunstancias del debate político inmediato. 


 


El acuerdo establecido con algunas fuerzas políticas como los socialdemócratas en Alemania- funcionó durante las primeras fases de este programa, pero hubiera podido reducirse en las sucesivas; ahora que estas fuerzas se han debilitado, el acuerdo, incluso dentro de los límites iniciales, es difícil, y están llegando al poder otras fuerzas que no admiten ningún acuerdo. Los arquitectos se ven obligados a marcharse y buscar otros países más favorables (May está ya preparándose para marchar a Rusia), o bien quedarse y esperar. La posición aislada de Le Corbusier se convertirá en la única posible y las reuniones colectivas sólo pueden consolidar teóricamente los resultados alcanzados hasta entonces. 


 


 


Es decir, en los inicios de los años treinta, el CIAM de Bruselas no está capacitado para discutir de nuevo el problema del barrio, sino que sólo puede recoger y catalogar las experiencias válidas, a fin de que no se pierdan. 


 


 


 


En las páginas del volumen publicado al año siguiente por iniciativa del CIAM 1, la producción de edificios en Europa del decenio precedente queda diligentemente reseñada y juzgada según criterios uniformes; no llega el eco de los grandes problemas de fondo que la coyuntura económica plantea, en los mismos años, en los distintos países.  Las conclusiones oficiales reflejan el malestar de esta situación; se comprueban algunos obstáculos que deben eliminarse: la falta de ordenanzas para la parcelación, la persistencia de las construcciones en manzana cerrada, la desconfianza en los nuevos métodos de construcción, el prejuicio de las construcciones de estilo en los centros antiguos, las dificultades económicas, la falta de interés de las autoridades, en los países menos desarrollados, por los estudios y los resultados obtenidos en el extranjero. 


 


 


Tampoco la cuestión planteada por Gropius: casas altas, medias o bajas, recibe una respuesta concreta:


 La experiencia en el campo de las casas bajas y medias (de 4-5 pisos) es ya suficiente para juzgar su eficacia, mientras que para las casas altas disponemos sólo de la experiencia americana, pero únicamente en viviendas de lujo. El Congreso comprueba que esta forma de vivienda puede ofrecer una solución al problema de la vivienda mínima, pero sin poder demostrar que sea la única forma deseable. Es, pues, necesario continuar el examen de todas las posibilidades de las casas altas y estudiar su eficacia en los ejemplos realizados, aunque se opongan obstáculos de orden económico, sentimental o de ordenanzas urbanas.


 El IV Congreso tiene lugar en 1933, a bordo de una nave que va de Marsella a Atenas. Se enfrenta con el problema de la ciudad examinando treinta y tres casos, pero esta vez no se publica ningún informe oficial; sólo en 1941 se edita en París un documento anónimo (redactado por Le Corbusier), con prefacio de Jean Giraudoux, que recibe el nombre de Carta de Atenas. 


 El hecho de que se examinen treinta y tres ciudades y no se haga el balance de treinta y tres experiencias concretas de planificación es bastante significativo. De hecho, los protagonistas del movimiento moderno quedan fuera de las experiencias urbanísticas de este período; sólo están capacitados para comprobar el desorden de las ciudades, enunciar como contraposición las características de orden y funcionalidad que deberían ser propias de la ciudad moderna e indicar los medios necesarios para lograrlas. 


 Los experimentos parciales de Berlín y de Frankfurt han sido interrumpidos por la crisis económica; el programa de construcciones populares del Ayuntamiento de Viena está parado desde la quiebra del Kredit Anstalt en 1931; en otros lugares o falta una presencia cultural eficaz del movimiento moderno o la legislación está demasiado atrasada para permitir nuevas experiencias. Ni siquiera después de 1933 se permite a los miembros del CIAM ensanchar su campo de acción del barrio a la ciudad, con la sola excepción de Holanda, como explicaremos más adelante. El examen de lo que sucede en treinta y tres ciudades del mundo no puede sustituir una experiencia que no ha existido. 


Es, por lo tanto, natural que los CIAM propongan un código de principios generales que suenan a abstractos y casi irónicos en un mundo atormentado, donde se están poniendo en duda las mismas reglas de la convivencia humana. Pero precisamente respecto a estas circunstancias la naturaleza teórica del documento adquiere una precisa significación y un gran valor político. 


 Hubiera sido fácil para los congresistas, en 1933, y aún más para Le Corbusier, en 1941, precisar técnicamente su gestión e intentar una racionalización de los métodos o de los modelos corrientes, ofreciendo a los operadores de su tiempo indicaciones precisas y más adelantadas; así  actúan, dos años después, en Francia, los redactores de la ley urbanística del 11 de junio de 1943 y, un año más tarde, en Italia, los responsables de la ley de 1942. 


 Casi contraria es la intervención de los CIAM y de Le Corbusier: la nueva urbanística no puede reducirse en una mejora técnica de la corriente, sino que constituye una verdadera y propia alternativa, que exige ante todo una inspiración política distinta. Si las circunstancias hacen improbable esta alternativa, hay que enunciarla en forma utópica, pero clara, no diluida en compromiso aceptable por las fuerzas dominantes. 


 El planteamiento de las discusiones no es una ciudad que funcione mejor, sino una ciudad que funcione para todos y reparta equitativamente entre sus ciudadanos los beneficios de las posibles mejoras; se trata de nuevo del ideal de Morris, el «arte para todos» que se ha transformado ahora, frente a los regímenes autoritarios, en un preciso objetivo político. Así, en el momento decisivo, la opción de los CIAM se sitúa exactamente en oposición al tecnicismo que se suele considerar propio de la tendencia racionalista. 


 Esta opción se evidencia hoy claramente leyendo, a distancia, los párrafos conclusivos de la Carta de Atenas: 


“Actualmente, la mayoría de las ciudades se presentan como la imagen del desorden. Estas ciudades no corresponden en modo alguno a su finalidad, que sería la de satisfacer las fundamentales necesidades biológicas y psicológicas de sus habitantes. 


 Esta situación denuncia, ya desde los inicios de la era de la máquina, la incesante multiplicación de los intereses privados. 


 La violencia de los intereses privados determina una desastrosa ruptura del equilibrio entre la presión de las fuerzas económicas por un lado y la debilidad del control administrativo y la impotencia de la solidaridad social por otro... 


 La ciudad debe asegurar, en el plano espiritual como en el material, la libertad individual y los beneficios de la acción colectiva. 


 Dentro del dispositivo urbano, el dimensionado de cada cosa sólo puede regularse a escala humana. 


 Los puntos clave de la urbanística consisten en las cuatro funciones: habitar, trabajar, descansar (en el tiempo libre), circular. 


 Los planes determinarán la estructura de cada uno de los sectores atribuidos a las cuatro funciones clave y fijarán su respectiva ubicación en el conjunto. 


 El ciclo de las funciones cotidianas: habitar, trabajar, descansar (recuperar) será regulado por la urbanística con la más rigurosa economía de tiempo, considerando la vivienda como centro de las preocupaciones urbanísticas y como punto de partida para cualquier valoración... 


 Es necesario y urgente que cada ciudad establezca su programa promulgando las leyes que consientan su actuación. 


 El programa deberá formarse a base de rigurosos análisis, dirigidos por especialistas, y deberá prever las etapas en el tiempo y en el espacio, con el fin de unir, en fecunda armonía, los recursos naturales del hombre, la topografía del conjunto, los datos económicos, las necesidades sociológicas y los valores espirituales... 


 El núcleo básico de la urbanística está constituido por la célula de habitación (una vivienda) y su inserción en un grupo representa una unidad de habitación de tamaño eficaz. 


 Partiendo de esta unidad de habitación se establecerán, dentro del espacio urbano, las relaciones entre vivienda, lugares de trabajo e instalaciones dedicadas a las horas libres. 


 Para resolver esta grave tarea es indispensable utilizar los recursos de la técnica moderna que, con la ayuda de sus especialistas, apoyará el arte de la construcción con todas las garantías de la ciencia y la enriquecerá con los inventos y recursos de la época... 


 Existen dos realidades antagónicas. Por un lado, la entidad de los trabajos que, para la organización de las ciudades, es necesario empezar urgentemente y, por otro, las condiciones de extremo fraccionamiento de la propiedad del suelo. 


 La grave contradicción que resulta evidente aquí plantea uno de los problemas más agudos de nuestra época: la urgencia de regular con un instrumento legal la disponibilidad del suelo útil, para corresponder a las necesidades vitales del individuo en plena armonía con las necesidades colectivas. El interés privado quedará subordinado al interés público.”


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COLQUHOUN Alan.,  La arquitectura moderna. Una historia desapasionada. Gustavo Gili.Barcelona. 2005.


Págs. 209- 229.“De Le Corbusier a las megaestructuras: visiones urbanas, 1930-1965” 


Los CIAM y el Team X tras la II Guerra Mundial, la doctrina urbana tácitamente aceptada por los arquitectos del movimiento moderno fue promovida por los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM). Los CIAM se habían fundado en 1928 como plataforma internacional del movimiento moderno, al que por entonces se oponían amplios sectores de la profesión. Rápidamente se formaron delegaciones en los distintos países de Europa occidental y América. La primera reunión se celebró en La Sarraz, Suiza, en la casa de Helene de Mandrot,  acaudalada mecenas de las artes que había apoyado con entusiasmo el Art Déco hasta que Le Corbusier y Giedion la persuadieron de que abrazase la causa de la arquitectura moderna (y que encargara a Le Corbusier una casa en Le Pradet, cerca de Tolón, el año siguiente)." Se celebraron otras cuatro reuniones más antes de la II Guerra Mundial. La vivienda y el urbanismo se convirtieron pronto en el principal foco de atención de esos congresos. Los primeros debates reflejaban el conflicto entre los izquierdistas, que entendían el movimiento como uno de los brazos de la revolución socialista, y los liberales, para quienes los objetivos del movimiento eran primordialmente culturales y técnicos. A partir de 1930, cuando la mayoría de los izquierdistas se trasladaron a Rusia, los CIAM estaban cada vez más dominados por Le Corbusier y por el secretario general de la organización, el citado Sigfried Giedion. La doctrina urbana de los CIAM quedó consagrada en la Carta de Atenas. Publicada por Le Corbusier en 1942, cuando Francia estaba bajo la ocupación alemana, este documento era una versión sustancialmente modificada por Le Corbusier de las actas no publicadas de la 4" reunión de los CIAM, que había tenido lugar a bordo del vapor Patris en su travesía desde Marsella hasta Atenas en 1933. La mayor parte del libro era una reafirmación de tópicos tan generales que podían ser aceptados por casi todo el mundo, pero su tono era estrictamente racionalista y analítico, y se basaba en un sistema clasificatorio que dividía la ciudad en cuatro funciones estancas: la residencia, el trabajo, el esparcimiento y la circulación. Este enfoque cartesiano y formalista de los complejos problemas de la ciudad resultó inaceptable para los miembros más jóvenes de los CIAM que se incorporaron después de la guerra.


A pesar de las ideas reflejadas en la Carta de Atenas, el propio Le Corbusier como ya hemos visto se había ido apartando paulatinamente de su racionalismo inicial, aunque nunca había renegado totalmente de él. Era esta ambigüedad la que le permitía seguir siendo una figura importante para la generación de posguerra, que entendía que sus ideas habían sido trivializadas por la mayor parte de la segunda generación de arquitectos modernos, es decir, los nacidos en la primera década del siglo XX. Se formó una especie de alianza entre Le Corbusier y esos jóvenes, quienes -con la complicidad del maestro— comenzaron a desempeñar un papel dominante en los debates de los CIAM a partir del 9º congreso, celebrado en Aix-en-Provence (1953). En 1954, después de que los holandeses del grupo de Doorn hubiesen repudiado explícitamente la Carta de Atenas, el consejo de los CIAM encomendó a ese grupo de Doorn, entonces ampliado, la organización de la 10ª reunión, que se celebrará en Dubrovnik en 1956. En este momento, el grupo salido de Doorn comenzó a llamarse Team X (Equipo 10, por el número del congreso)."


Dubrovnik sería la última reunión de los CIAM en su formato antiguo. Como resultado del conflicto irresoluble que se suscitó durante la reunión entre la generación intermedia y la más joven, los CIAM -que claramente habían dejado de representar un movimiento moderno monolítico-se disolvieron y fueron reemplazados por un nuevo grupo de investigación de los CIAM en torno a las relaciones sociales y visuales. El primer y único congreso celebrado bajo estos nuevos auspicios tuvo lugar en Otterlo, Holanda, en 1959. Fue en esa reunión donde los arquitectos británicos Alison y Peter Smithson (1928-1993 y 1923-2003, respectivamente) y el holandés Aldo van Eyck (1918-1999) atacaron a los «contextualistas italianos (véase la página 187).


El Team X se oponía no sólo a la Carta de Atenas, sino también a la nueva monumentalidad. Es cierto que esta última, al igual que el Team X, querían reintroducir en la arquitectura moderna la experiencia de la comunidad, pero mientras que la nueva monumentalidad pretendía crear los símbolos de esa comunidad dentro de un marco urbano que seguía siendo racionalista, el Team X quería una arquitectura que fuese la expresión de la comunidad. Mientras que la primera aceptaba la arquitectura como una representación interpuesta, el segundo buscaba un lenguaje primario en el que la forma y el significado fuesen una sola cosa. Al atacar la Carta de Atenas, los Smithson proclamaban: «Nuestra jerarquía de las relaciones está tejida en un ámbito continuo y modificado que representa la verdadera complejidad de las relaciones humanas [..) somos de la opinión de que una jerarquía de las relaciones humanas debería reemplazar a la jerarquía funcional de la Carta de Atenas. Para ellos, la clave de la comunidad en la ciudad no residia en un centro urbano separado, compuesto de edificios públicos representativos, sino en el ámbito de la propia vivienda, donde se podían establecer unas relaciones más inmediatas entre el núcleo familiar y la comunidad.


Sin embargo, es importante darse cuenta de que, pese a la manifiesta oposición del Team X a la teoría urbana racionalista de Le Corbusier, era del propio Le Corbusier del que extraían una parte importante de su inspiración. Esto es aplicable en particular a los Smithson, pero también a Georges Candilis (1913-1995), Alexis Josic (n. 1921) y Shadrach Woods (1923-1973), que habían formado parte del equipo de proyecto que trabajó en la Unité d'Habitation de Marsella. El proyecto de concurso de los Smithson para las viviendas obreras de Golden Lane, de 1952, era esencialmente una modificación del proyecto residencial à redents de Le Corbusier para el flor (manzana) número 6 de París, con su adaptación flexible a las contingencias de la erradicación de las zonas insalubres y sus calles en el aire.


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CURTIS William. J.  La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006.


Págs. 241-255“La comunidad ideal: alternativas a la ciudad industrial”


En 1928, la primera reunión de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) tuvo lugar en el castillo de la señora De mandrot en La Sarraz, cerca de Lausana, y los debates entre algunos de los principales arquitectos modernos de Europa se centraron en las interrelaciones entre la arquitectura y el urbanismo. La declaración final de la reunión (entre cuyos protagonistas estaban Gropius y Le Corbusier) sostenian que “la arquitectura se debería volver a situar en su verdadero ámbito, que es económico, sociológico y, en su conjunto, está al servicio de la persona humana”. Y también declaraba “la urbanística es la planificación de los diversos lugares y ambientes en los que se desarrolla la vida material y espiritual en todas sus manifestaciones, individuales y colectivas, y comprende tanto los asentamientos urbanos como los rurales”.


La siguiente reunión de los CIAM tuvo lugar en Frankfurt en 1929 y el debate se centró en el problema del Existenzminimum (“la vivienda mínima”). En 1930  en Bruselas, la vivienda surgió una vez más al suscitarse los debates sobre el valor relativo de los poryectos de media y gran altura. Gropius presentó sus estudios de ángulos de iluminación y coeficientes de ocupación, mientras que otros plantearon una vez más el difícil problema de al aplicación política. El cuarto congreso tuvo lugar en 1933 a bordo del vapor patris entre Marsella y Atenas, y en esta ocasión la declaración general (llamada más tarde “Carta de Atenas”) volvió al problema de la ciudad moderna y a los principios generales del urbanismo. “Actualmente la mayoría de las ciudades se presentan como  la imagen del desorden. Estas ciudades, no corresponden en modo alguno a su finalidad, que sería la de satisfacer las fundamentales necesidades biológicas y psicológicas de sus habitantes.


Esta situación denuncia ya desde los inicios de la era de la máquina, la incesante multiplicación de los intereses privados… La ciudad debe asegurar, en el plano espiritual como en el material, la libertad individual, y los beneficios de la acción colectiva.


Dentro del dispositivo urbano, el dimensionado de cada cosa sólo puede regularse a escala humana.Los puntos clave e la urbanística en las cuatro funciones: habitar, trabajar, descansar (en el tiempo libre), circular (…). El núcleo básico de la urbanística está constituido por la cñelula de habitación (una vivienda) y su inserción en un grupo representa una unidad de habitación de tamaño eficaz.


Partiendo de esta unidad de habitación, se establecerán, dentro del espacio urbano, las relaciones entre vivienda, lugares de trabajo, e instalaciones dedicadas a horas libres.


Para resolver esta grave tarea es indispensable utilizar los recursos de la técnica moderna.”


Una vez más, la vanguardia tenía que recurrir a un programa teórico para la descripción de la totalidad urbana ideal. Esto venía obligado por la ausencia de urganismos estatales favorables a su causa.  En otro lugar del documento, se admitía que el “interés privado” debería subordinarse al “interés público”, pero no estaba claro en absoluto como habría de ocurrir. En estas circuanstancia, el urbanista / arquitecto moderno se veía forzado a hacer manifestaciones fragmentarias en las que las cualidades estéticas singulares muy bien podían ocultar la naturaleza prototípica del experimento. Sin un consenso y sin una sociedad favorables a los valores que representaba, la ciudad ideal estaba destinada a permanecer sobre el papel. Asi podría conservar su pureza diagramática, pero a riesgo de quedar como algo peligrosamente simplista.


 

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