Págs.14-60. 1ªPARTE. LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD INDUSTRIAL. “La Revolución Industrial y la arquitectura (1760-1830)”
La palabra «construcción» indica, a finales del siglo XVIII, una serie de aplicaciones técnicas: edificios públicos y privados, calles, puentes, canales, movimientos de tierras e instalaciones urbanas: acueductos y alcantarillado. Incluye, más o menos, toda manufactura de gran tamaño donde no sea predominante el aspecto mecánico.
Anteriormente a la revolución industrial, el arte de construir máquinas estaba relacionado más directamente con el de edificar; las construcciones mecánicas, ahora que el progreso técnico las ha transformado de manera tan radical, van cayendo en manos de los especialistas, y la palabra “construcción”, sin epítetos, , indica sustancialmente las actividades todavía unidas a los sistemas tradicionale y habitualmente asociadas al concepto “arquitectura”. Apenas una de estas actividades se desarrolla por su cuenta, con cierta importancia, que se separa de las otras, convirtiéndose en especialidad independiente: así por ejemplo, los ferrocarriles, hasta 1830-1840, están incluidos en los manuales de construcción, pero más tarde desaparecen, dando lugar a una literatura independiente.
La relativa continuidad de los sistemas tradicionales no impide, claro está, que el arte de construir sufra transformaciones durante este período, ni tampoco la aparición de nuevos problemas. Podemos resumir en tres puntos los principales cambios.
Primero, la revolución industrial modifica la técnica constructiva, si bien de modo menos aparente que en otros sectores. Los materiales tradicionales, piedra, ladrillo, madera, son trabajados de manera más racional y distribuidos más libremente; a estos se unen nuevos materiales como la fundición, el vidrio y, más tarde, el hormigón; los progresos de la ciencia permiten poner en práctica de modo más conveniente los materiales, y medir su resistencia; mejoran las instalaciones de las obras y se difunde el uso de la maquinaria, para la construcción, el desarrollo de la geometría permite representar en dibujo, de forma más rigurosa y unívoca, todos los aspectos de la construcción; la fundación de escuelas especializadas provee a la sociedad de un gran número de profesionales preparados; la imprenta y los nuevos métodos de reproducción gráfica permiten una rápida difusión de todos los adelantos.
En segundo lugar, aumentan las cantidades puestas en juego; se construyen calles más anchas, canales más anchos y profundos, creciendo rápidamente el desarrollo de canales y carreteras: el aumento de la población y las migraciones de un lugar a otro exigen la construcción de nuevas viviendas, en número nunca visto hasta entonces; el crecimiento de las funciones públicas requiere edificios públicos mayores, mientras que la multiplicación de las necesidades y el empuje de la especialización requieren edificios de tipología siempre nueva. La economía industrial no podría concebirse sin una base de edificios e instalaciones nuevas fábricas, almacenes, depósitos, puertos, que deben construirse en tiempos relativamente cortos, aprovechando el tipo de interés reducido, que permite inmovilizar capital en grandes cantidades en servicios que darán fruto, únicamente, a largo plazo.
Por último, los edificios y las instalaciones, englobados en la mutación de la economía capitalista, alcanzan un significado bastante distinto al que tenían en el pasado. No se presentan ya como sistematizaciones definitivas, producto del desembolso de un capital a fondo perdido, sino como inversiones paulatinamente amortizables, igual que los otros medios de producción. Como observa Ashton, «un nuevo sentido del tiempo fue una de las características más notables de la revolución industrial»? antes, los objetos, modificados muy lentamente, podían considerarse, de hecho, inmóviles, pero hoy las exigencias funcionales más concretas y la costumbre de hacer previsiones económicas incluso a largo plazo no permiten que se mantenga tal aproximación. La gente se acostumbra a percibir con agudeza las modificaciones de los valores, y pone atención antes en los aspectos dinámicos que en los estáticos.
Gran importancia tiene, a este respecto, la diferenciación entre edificio y suelo. Mientras un edificio era considerado como de duración indefinida y el solar quedaba utilizado de modo estable, su valor quedaba, por así decir, incorporado al del edificio; pero si consideramos limitada la vida del edificio, el solar adquiere un valor económico independiente, variable según las circunstancias, y si la edificación sufre cambios lo bastante frecuentes nace un mercado del suelo. Justamente en este época, por influencia de las teorías económicas liberales y por exigencias del erario, el Estado y demás entes públicos anajenan casi por todas partes sus patrimonios y el suelo de la ciudad pasa prácticamente a manos privadas.
Hablaremos, en este capítulo, de los progresos en la técnica constructiva; los otros dos puntos serán tratados a continuación, ya que las consecuencias de los cambios cuantitativos y de la diferente velocidad de las transformaciones se harán evidentes y se presentarán en forma de problemas nuevos sólo a partir de 1830.