Las estructuras religiosas son jerárquicas por naturaleza. En ellas subsiste un origen geométrico y simbólico desde el cual emergen todas las coordenadas arquitectónicas y teológicas; una cosmología en piedra. Los antiguos modelos paleocristianos están dispuestos sobre un eje Este-Oeste, en el que el altar representa la culminación de un itinerario espiritual que conduce a la redención. En las iglesias de nave central, populares durante el Renacimiento, el espacio es generado alrededor del centro de manera concéntrica, como los anillos que produce un guijarro al ser arrojado a un estanque. Eero Saarinen adoptó esta última imagen para expresar lo sagrado y la elevó varios grados por encima de lo que dictaban las convenciones.
El arquitecto finlandés eligió una planta de nave central por la ubicación del terreno en el centro del campus. Cada alzado presenta una concepción semejante; un pequeño vestíbulo adosado a una sólida pared de ladrillos. Saarinen diseñó una serie de tabiques semitransparentes - un "enrejado" de ladrillos - que se extienden desde el suelo hasta el techo, a una distancia de las paredes exteriores que permite crear un deambulatorio alrededor del área principal. La sección transversal del edificio, en la que el espacio se estira verticalmente, está cargada de un simbolismo similar al de la planta. El techo en pendiente asciende hacia el centro, donde culmina en una aguja, y se refleja en la planta, donde los visitantes, una vez dentro del recinto, atraviesan el deambulatorio y comienzan su descenso hacia el altar. El coro está ubicado detrás de una pantalla de madera muy trabajada, destinada a evitar distracciónes durante los servicios religiosos.
Pierluigi SERRAINO