Coyoacán fue el primer ayuntamiento fundado por el conquistador Hernán Cortés en la Cuenca de Anáhuac. Hasta principios del siglo XX fue una zona relativamente eparada del resto de la Ciudad de México, caracterizada por sus jardines frondosos, los terrenos amplios y la persistencia de un ambiente de recogimiento provinciano. En un prado, junto al rio se adaptaron los recintos de un edificio del siglo XVIII para una orden religiosa. A mediados del siglo XX, la congregación vió la necesidad de disponer de una capilla donde oficiar el culto para el vecindario y se llamó entonces a Enrique de la Mora, con quien colaboraba Fernando López Carmona. Ambos formaron un grupo de trabajo con Félix Candela para abordar el diseño y la construcción de esta capilla dedicada a una advocación de la Virgen María; la capilla sigue siendo conocida como "El Altillo".
NO se necesitaba un local de gran capacidad para la feligresía, más bien se trataba deun recinto pequeño y acogedro que sirviera también para que los misioneros de la orden encontraran un espacio para la meditación. El problema arquitectónico que se planteó frente a la enorme extensión del terreno que habría de convertirse en jardín fue: ¿cómo lograr un edificio que no desapareciera dentro del jardñin, sin caer en monumentalismos que vovieran antieconómica la intervención?. la solución fue el diseño de una planta rombolidal con el eje principal norte-su, cubierta por un hypar de bordes rectos, limitado por generatrices derechas y apoyos descentrados en el eje menor. En la parte posterior hay un elemento vertical (la cruz de hormigón en el acceso) que opera como contraviento de tracción de todo el cuerpo arquitectónico. Hacia el sur, el edificio tiene acceso frente a un recinto abierto y limitado por tres paredes altas (reinterpretación del atrio) que preentan las estaciones del vía crucis labradas en relievo. Hacia el norte, destaca la enorme quilla traslúcida que penetra en el jardín y está cubierta por una vidriera abstracta, obra de Kitzia Hoffmann. En el vértice, una escultura metálica de la Virgen a quien está dedicada la capilla ( obra de Herbert Hoffman) preside el altar. Tanto el mobiliario (bancos, reclinatorios, confesionarios y diseño gráfico) como los materiales sencillos (barro, piedra y mezcla de mortero) son precedentes de la etapa luminosa del diseño eclesiástico que renovó en México la plástica de los templos católicos en los años sesenta.
Lo destacable de la solución estructural es que, con un mismo elemento físico y solo apoyándose en la diferencia de altura y los matices de la luz sobre la cara inferior de la cubierta, se logra la diferenciación de ambientes dentro del mismo recinto. La posición asimétrica del rombo sirvió para alojar en la parte superior del acceso un área para el público, apoyada en la losa plana que confina el ingreso. Una vez dentro del espacio litúrgico, el espectador aprecia el plano próximo a las cabezas como una enorme curva parabólica, apoyada en los soporte laterales de los extremos del eje transversal. Después, el mismo plano asciende en altura, dejando a la vista la huella del encofrado con una multitid de cicatrices dejada por las reglas de madera que dieron la forma al paraboloide hiperbólico. Al contemplar la membrana traslúcida del vitral se pierde la noción del límite y la luz fría del norte, pintada de amarillo en la cristalera, parece provocar un efecto de desestabilización tanto de la posición de la estructura como del contenido espacial. La luz avanza hacia la feligresía y hace que se pierda el límite del hypar, el espacio "se desplaza" hacia afuera y abandona el límite original que le asignó el arquitecto. Desde el exterior se advierte el romboide de la cubierta, desplantado sobre un perímetro de piedra, y la cruz de hormigón de la cual parece estar colgada la cubierta.
Enrique X. DE ANDA ALANÍS