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K. FRAMPTON., Historia crítica de la arquitectura moderna. Edit. Gustavo Gili. Barcelona,1989.


pág.212" La arquitectura y el Estado.Ideología y representación, 1914-1934"


. "Se debe a Henry Rusell- Hitchcock, como historiador, hace ya largo tiempo, la percepción de la necesidad de reconocer la persistencia de esta tradición residual. Sin embargo su término “nueva tradición” acuñado en 1919 en un esfuerzo para distinguir cierta tendencia conservadora en las obras de los pioneros, apenas ha resistido la prueba del tiempo. Los atributos y la cronología que él adjudicó a esta tradición eran demasiado vagos para conseguir una aceptación general. No obstante la necesidad de tratar los problemas planteados por representación o por carencia de ésta, ha aumentado más que disminuido con los años, y el predicamento cultural del realismo social, su sentido más amplio ya no puede ser excluido de nuestro escrutinio crítico. En un sentido general, el término puede ser tomado como prueba de la impotencia de la forma abstracta para comunicar. Frente a esto, como Hitchcock escribió en 1958: “El historiador debe tratar de ofrecer algún tipo de explicación acerca de cosas tales como el Ayuntamiento de Estocolmo o el Edificio Woolworth”


p.213. En vísperas de la I Guerra Mundial se asistió  a la creación de varias obras representativas de la nueva tradición, edificios “historicistas” que distaban de estar históricamente determinados en su concepción general. Así los detalles góticos del edificio Woolworth de Cass Gilbert en New York (1913) eran incidentales comparados con la anticipación que su organización no comprometida y su perfil exótico representarían con respeto a los rascacielos de posguerra obra de Frank Lloyd Wright y Raymond Hood."...


... Con las universidades más o menos comprometidas desde principios de siglo con el gótico de manual, los únicos mecenas capaces de patrocinar un eclecticismo más aventurado fueron, según parece, las compañías de ferrocarriles: desde el romanismo ecléctico de las estaciones terminales de Nueva York construidas en la década anterior a la I Guerra Mundial -la Grand Central Station Cincinnati, diseñada por Feilheimer & Wagner en 1929.


La otra fuente de patronazgo para esta clase de expresión fue, por supuesto, la construcción de oficinas en altura, y desde la época del edificio Woolworth (1913), le Cass Gilbert, la Nueva Tradición, por lo que respecta a los rascacielos, mostró preferencia por el gótico. Esta tendencia se vio reforzada por los resultados del concurso para la sede del Chicago Tribune en 1922. Una vez más, parece que los diseños premiados en un concurso internacional resultaron decisivos para la formación de un estilo dominante, y la propuesta de Eliel Saarinen, que obtuvo el segundo premio, acabó teniendo en la carrera posterior de Raymond Hood una influencia tan importante como el propio diseño ganador de Hood & Howell. Esto puede apreciarse en la evolución del 'estilo rascacielos' de Hood: desde el edificio negro y oro de la compañía American Radiator en Nueva York, de 1924, hasta sus primeros croquis, hechos en 1930, para el Rockefeller Center, también en Nueva York.


Como iba a observar Jacques Greber en 1920, un «gótico desnudo» permitió al arquitecto superar el problema de las innumerables ventanas «por medio de unos nervios fuertemente marcados que acentuaban la verticalidad y, por tanto, la imponente apariencia de las torres».


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TRACHTENBERG, M. HYMAN, Isabelle., Arquitectura. De la Prehistoria a la Postmodernidad.Akal. Madrid, 1990.


págs. 684-685. "Si existe un tipo de edificio en particular que sacó lo mejor del Tradicionalismo de principios del siglo XX, fue el rascacielos de la ciudad de Nueva York. Desde el principio, el movimiento de rascacielos de Nueva York se distinguió por su escala sin restricciones y su estilo brioso y teatral. Los edificios de Nueva York, la antítesis de los bloques tipo cajón del sobrio Chicago del Medio Oeste, eran masas exhuberantes de forma libre con detalles lujosos y coronaciones flameantes, tales como mansardas, cúpulas y torres. Después de 1900, cuando Nueva York recuperó el liderazgo en la construcción de rascacielos que había perdido temporarmente en favor de Chicago, esa vistuosisdad fue modificada por el espíritu nuevo del Tradiionalismo en algo generalmente más "correcto" y "de gusto" que las modas llamativas del eclecticismo de finales del siglo XIX. El impulso de altura obtuvo de los diseñadores tradicionales de rascacielos torres de oficinas más altas de una cualidad formal magnífica. El Woolworth Building de 1913 de Cass Gilbert, con 240 metros de altura, fue la obra maestra aclamada del grupo. (Otras fueron el triangular Flatirion Building, 85 metros, 1902; el Singer Building, 183 metros, 1908, destruido en 1968; y el Metropolitan Life Tower, 213 metros, 1909).


Gilbert por medio de un prudente control de las proporciones, agrupaciones de ventanas y articulación vertical, produjo un edificio que es un bloque de oficinas de 29 pisos y una enorme torre escalonada de 50 pisos que se eleva a través del bloque. Para conseguir este efecto es notable la manera en que el espaciado estrecho-ancho-estrecho de la articulación de la torre se extiende por la subestructura. El vertialismo está reforzado por los lujosos, aunque delicados detalles góticos de terracota blanca, que cubren el edificio con finas líneas verticales; estas están sobregiradas a intervalos por medio de cordones y fluidas extensiones de doseles góticos suspendidos, con sutiles acentos decorativos que aumentan en riqueza hacia la cima. Gilbert explicó que se explotaron las diversas fórmulas góticas para hacer que lo que se apodaba "la catedral del comercio" fuera más "espiritual". 


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CURTIS William. J.  La arquitectura moderna desde 1900. Edit. Phaidon. Hong Kong, 2006.


Págs.217-240 .“Los rascacielos y la periferia suburbana en los Estados Unidos en el período de entreguerras”


La expansión económica de los años de prosperidad se apoyaba en gran medida en la producción en serie, la publicidad, el fomento deliberado de la imaginería consumista, y dispositivos de comunicación como la radio el teléfono y el automóvil. Nuevas empresas de un tamaño sin precedentes aportaban una creciente especialización en el trabajo y requerían gigantescas sedes administrativas en los centros de las ciudades; necesitaban edificios altos que pudiesen proyectar también imágenes persuasivas de ellas mismas y de sus productos. Muchos de los problemas básicos de las estructuras y la protección contra incendios en los rascacielos habían sido resueltos por las dos generaciones anteriores. El énfasis pasó ahora a la vestimenta estilística y a la función simbólica del edificio en el paisaje urbano como imagen institucional y empresarial.


Las fuerzas que llevaron a la aparición de los rascacielos a finales del siglo XIX se examinaron en el capítulo 2. La típica anatomía estructural combinaba un esqueleto o armazón, una planta en retícula, espacios compartimentados y fachadas abiertas, y esto podía conducir a diversos vocabularios posibles. En esto radicaba el meollo de un dilema norteamericano que también se hallaba próximo al núcleo del problema de una arquitectura moderna: ¿debería dejarse virtualmente esta creación como un objeto de ingeniería? ¿Debería revestirse este invento autóctono con atuendos culturales importados para darle un barniz de civilización? ¿O debería hacerse algún intento de descubrir y expresar la 'naturaleza' del nuevo tipo desde el punto de vista simbólico? Evidentemente, las obras paradigmáticas de la Escuela de Chicago encajaban en la tercera categoría, y en su realización se abstrajeron y se transpusieron recursos de ordenación procedentes de ejemplos tanto naturales como del pasado. Pero hacia 1900, las tendencias intelectuales y artísticas habían cambiado, y la disciplina del 'racionalismo' parecía menos pertinente. En todo caso, pocos arquitectos en activo durante la década de 1890 habían tenido la agudeza y la capacidad de síntesis de Sullivan o Root. En las dos primeras décadas del siglo XX, la regla general era una experimentación ecléctica que se apartaba del ideal de un genuino estilo moderno.


La historia de la arquitectura se trataba a menudo como un almacén de ropa usada y se saqueaba para conseguir vestimentas, dedicando poca atención a su propósito original y menos aún al nuevo cuerpo al que iban a cubrir.


Entre 1900 y 1920, Manhattan se transformó en un paisaje histórico de ensueño, todo de imitación, en el que los templos mayas se alzaban a pocos metros de las agujas góticas y de los mausoleos clásicos. Entre ellos había edificios de calidad notable, como el Flatiron (1909), obra de Burnham, que tenía una planta en forma de cuña y era clasicista en su articulación externa; respetaba la escala de las calles adyacentes, pero también se elevaba libre como un objeto en sí mismo. El edificio Woolworth (1917), obra de Cass Gilbert, incorporaba pilares verticales, fustes y ménsulas procedentes de la fase perpendicular del gótico inglés, y usaba todo ello para articular un cuerpo vertical que se iba retranqueando gradualmente. También en este caso -con otra matriz estilística- había un intento de quebrar la mole del edificio en altura y de proporcionarle dignidad cívica y escala humana. La ordenanza de zonificación de Nueva York de 1916 —que exigía retranqueos para hacer llegar la luz y el aire a los edificios y las calles de abajo- fomentó aún más una forma piramidal escalonada que con frecuencia remataba una torre a modo de fuste levantada sobre un pedestal más ancho: los zigurats y los espectaculares ejemplos mesoamericanos casaban bien con esta clase de figuras.


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KOSTOF, Spiro., Historia de la arquitectura. Alianza Editorial. Madrid 1988. Tomo 3


págs.1211-1262. “Arquitectura y Estado. Los años de entreguerras” 


pág. 1236. La otra cara.


La América de la época del Jazz.


Para un cliente colectivo, el rascacielos tenía dos premisas conflictivas: una intensa ocupación en un solar del centro de la ciudad rico en ingresos, y el valor propagandístico de la visibilidad sobre la línea de horizonte de la ciudad. La primera abogaba por una edificación densa que pudiera ocupar toda la tierra que estuviese a su disposición; la otra tendía a un edificio alto, con una coronación llamativa que pudiera distinguirse bien de sus vecinos. Desde 1900, la torre exenta con algún tipo de coronación enérgica había ganado popularidad como solución a la masividad del rascacielos. En ocasiones, a este tipo se le denomina «campanile» (Fig. 27.25a). Otra solución combinaba, en un intento de aunar ambas vías, un bloque masivo con una torre de numerosos pisos que se alzaba tras él. El edificio de Woolworth, de Cass Gilbert, realizado en 1913 en Nueva York, es un buen ejemplo de este tipo que, por supuesto, tiene la ventaja de admitir más luz y aire, tanto en la calle como para los ocupantes del edificio(Fig. 27.25b).


 


El entorno del nivel de la calle era ahora el problema más importante en Nueva York. La explotación irresponsable del espacio para oficinas estaba convirtiendo a las calles en cañones sin luz y creando en ellas unas condiciones de trabajo inhumanas. En parte para detener este abuso de sobreedificación, el ayuntamiento aprobó la complicada Ordenanza Zonal de 1916 de la que hablaremos en el último capítulo. Para la arquitectura comercial, prescribía que después de elevarse en vertical desde el suelo hasta una cierta altura, dependiendo del tamaño de la parcela y de la anchura de la calle, el edificio debía retroceder en una serie de escalones (Fig. 27.26)...


... Este precoz modernismo americano, muy por delante del de Europa, había caído víctima de la seductora formalidad del estilo Beaux-Arts de la Feria de 1893. Los edificios altos volvían a lucir el ropaje historicista. Este era, básicamente, de dos clases. Con el movimiento de la Ciudad Bella en pleno auge, podía esperarse la apariencia clásica. El rascacielos gótico, por otra parte, arraigó tras el exito popular del editicio de Woolworth de Nueva York, y tuvo su apoteosis en el propio Chicago, patria de aquel espartano Estilo Comercial de Root y Sullivan, en el diseño ganador en el concurso del edificio del Tribune de 1922, que fue construido subsecuentemente en la Avenida Michigan. Puesto que en su época el gótico había destacado los miembros verticales de su esqueleto estructural, se consideraba un medio adecuado con el que transmitir la altura expresiva de los rascacielos. La variedad preferida era el gótico flamenco tardío.


 


 


 

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