Págs. 995-1051."El arte arquitectónico y el paisaje de la industria, 1800-1850 "
pág. 1028-1051. La Edad del hierro.
La nueva tectonologia.
Así es el paisaje de la industria: un escenario heroico y triste al mismo tiempo. Admiramos el valor de los primeros industriales, su carácter emprendedor y su visión, su impavidez. Pero cada vez más, a medida que pasan los años, porque somos una parte viva de este episodio histórico, lamentamos la pérdida de una forma de vida, la tierra dañada, la desaparición de unos modelos de vida y de tierras milenarias. Los edificios son rígidos, estoicos, francos. Nos impresionan por su honestidad. Pero en esta honesta contención está grabada la huella de hechos brutales: el trabajo infantil, la horripilante tasa de mortalidad de las minas, la lucha amarga y a menudo violenta de los empresarios contra los trabajadores.
Todo ello perduró en nombre del progreso, y el progreso era una fe que casi todos abrazarían con el tiempo, tanto los patronos como los trabajadores. Los bienes productivos eran para todos. La industria miraba a la creciente y cada vez más estable clase media que había de comprar sus productos, pero más aún a aquella imponente clase baja a la que las fábricas y las fundiciones proporcionaron una abundancia barata. Pero ninguna clase escapó al precio de la industrialización; ninguna vida, por muy remota que fuese, ni en las minas, ni en los molinos, pudo permanecer sin verse afectada por lo que allí ocurrió.
Aún estamos inmersos en ello. Pero ahora, después de doscientos años, estamos llegando a comprender, queramos o no, que la naturaleza es un recurso que puede ser agotado, que cada adelanto tiene su precio, que el lucro y el progreso son un arma de doble filo. Pueden disminuirnos y herirnos a la larga, mientras que hoy pueden aumentar nuestro bienestar y darnos una libertad de «disfrutar de la vida», como sentencia el dicho, abstracta e incomputable.